03 marzo 2023

LA FRÍA SOLEDAD DE LOS ASIENTOS AUSENTES

 

Una imagen que resulta poco alentadora y que mueve a la reflexión es aquella que vemos cuando asistimos a determinados espectáculos culturales, como puede ser un concierto de música clásica, una sesión cinematográfica, una representación teatral o incluso cuando nos desplazamos a un museo u otro centro de exposición o modalidad artística. En todos esos casos, hay días y momentos en que observamos el amplio número de asientos que se han quedado vacíos de espectadores durante el comienzo y en el desarrollo del espectáculo. A nuestra mente y sentimiento viene esa frase de ¡Qué perdida de oportunidad!

Todos podemos recordar en nuestra memoria las veces en que hemos ido a una sala cinematográfica y nos hemos encontrado acompañados por muy escasos espectadores. En alguna ocasión, sólo estábamos cinco o seis personas en la sala, cuando el aforo contenía cien, doscientas o trescientas localidades. Ciertamente no eran sesiones desarrolladas durante los fines de semana o en películas afamadas y premiadas en los certámenes nacionales o internacionales. Pero tener la sala en estas condiciones era verdaderamente desalentador.

Ese desaliento no afecta sólo al espectador, sino también a los actores que interpretan una obra teatral, a los profesores que constituyen la orquesta, al propio empresario de la sala o al dirigente de la Administración que dirige la política cultural. La tristeza anímica también la debe tener el vigilante de una sala expositiva, cuando a lo largo del día sólo han entrado 5 o 6 o incluso menos personas para ver el material expuesto.

Para compensar ese desánimo, vienen de inmediato a nuestra mente algunas posibles y eficaces soluciones, que evitarían o paliarían ese otro “espectáculo” de tan numerosos asientos vacíos o centros expositivos con tan escaso número de visitantes.

Como mayoritariamente son espectáculos culturales (cines, teatros, conciertos, centros de exposiciones y museos) pensamos en aquellos sectores de la población que bien podrían aprovechar esa carencia asistencial que no hace bien a nuestra formación, entretenimiento y equilibrio vital. Esos dos sectores de la demografía están representados por la población escolar (principalmente infantil y adolescente) y por las personas de la tercera edad, ya jubiladas. En uno y otro sector habría numerosos espectadores potenciales para ocupar, de manera apreciable, ese mar aletargado y somnoliento de las butacas vacías.

En el caso de la población escolar, los centros educativos, junto con la propia Administración, podrían negociar con cines, teatros, salas de conciertos y centros expositivos la “compra” de entradas, a precios muy reducidos, prácticamente simbólicos, para ser utilizadas por los alumnos en determinadas franjas horarias y días de la semana. Esas localidades serían entregadas a los alumnos de los centros, como premio a su esfuerzo o con un sistema rotatorio adecuado. Las propias asociaciones de padres de alumnos podrían intervenir en esta no difícil gestión, con su apoyo económico y también organizativo.

Con respecto al cada vez más numeroso sector de los pensionistas, personas con amplia disponibilidad horaria para acudir a los espectáculos, las empresas dedicarían un número de localidades por sesión, para ser adquiridas por estos ciudadanos mayores también a un precio simbólico. Pagar uno o dos euros para ver una película o asistir a un concierto no sería demasiado gravoso para este segmento de la población de la tercera edad. La administración local, regional o central también podría compensar a estas empresas privadas con aportes económicos.

En uno y otro caso, se conseguirían interesantes ventajas para todos los factores y sectores implicados. Las empresas incrementarían de forma notable el número de espectadores, con la rentabilidad subsiguiente para el propio establecimiento. Aunque el número de entradas a low cost fuera importante, es más interesante “ganar” algo que no tener ingresos por las butacas vacías.

La población infantil y adolescente se educaría y aficionaría a la música culta, al mejor cine, al teatro y a las visitas guiadas de museos y centros de exposiciones, a fin de ir cimentando su necesario e imprescindible enriquecimiento cultural.

Las personas ya jubiladas encontrarían numerosos incentivos, con un coste muy limitado y asumible para sus bolsillos. Amenizarían su amplio tiempo libre con elementos culturales, muy importantes para su entretenimiento y formación.

La política cultural de las distintas administraciones públicas también encontraría un medio sugerente y eficaz para completar su propia acción cultural y justificaría las inversiones que realiza, en este caso centradas en dos importantísimos sectores de la población: la que se halla en su fase de formación reglada y aquella otra, porcentualmente cada vez más significativa por el incremento de la esperanza de vida, como son los mayores de sesenta años.

¿Por qué desaprovechar todas estas ventajas para mejorar la acción cultural, en una sociedad cada vez más necesitada de ofertas culturales que enriquecen la mente e iluminan el sentido más noble de la existencia?

 

José L. Casado Toro

Febrero 2023


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