Tal y como estaba previsto, el pasado
sábado, día 11, un día luminoso de sol, partimos desde el Banco de Santander,
con destino a Córdoba, un grupo de cincuenta y dos personas.
Primera parada en el restaurante “La
Dehesa”, próximo a Antequera. Nos ofrecieron
un desayuno estupendo. Café de puchero o infusiones, bollos de pan tostados,
de buen tamaño, e ingredientes variados para
cubrir el pan: desde el aceite de oliva hasta la zurrapa pasando por el
tomate, la mermelada y la mantequilla.
Y desde allí, sin interrupción, hasta
Córdoba donde llegamos unos minutos antes de las once de la mañana. Como los
grupos no podían exceder de veinticinco personas nos dividimos en dos. Con el
primero nos dirigimos hacia el Centro de Creación Contemporánea (C3A), un
edificio moderno donde se albergaba una parte importante de la exposición que
íbamos a ver con el título de “Cambio de Era”. El segundo accedió a la sala
Vimcorsa, la que ha acogido otro número considerable de piezas arqueológicas de
gran valor también encuadradas en el mismo “Cambio de era”. Terminada la
primera visita, los grupos nos cruzamos para acceder a la segunda.
En esta gran exposición se recogen un
número importante de obras icónicas del cristianismo a partir del siglo III
después de Cristo y que han sido cedidas para este evento desde los más
variados museos de distintos países. Un hito que, según aseguran los
entendidos, es difícil que vuelva a repetirse. Museo Vaticano, Museo Nacional
de Cartago, en Túnez, El Nacional romano, de Roma, el de Arqueología de Lisboa
y distintos museos de Narbona, Aquilea, Arles, Madrid, Toledo, Sevilla, Mérida
y un largo etcétera.
Todo arranca del proceso de
cristianización del Imperio Romano y su
implantación en gran parte del mundo occidental, que no solo se limitó a la
religión o el culto sino que se extendió a muchos de los ritmos de vida y
expresiones culturales que aún perviven en las sociedades occidentales.
En esta exposición puede apreciarse la
evolución del cristianismo desde los pequeños símbolos iniciales hasta las
grandes catedrales y el papel tan importante que tuvo en los cambios políticos,
económicos, sociales y culturales que llevaron al fin del imperio romano y al
comienzo de una nueva era.
Las guías que nos acompañaron en el
recorrido por la exposición —una magnífica y otra no tanto— nos ayudaron a
comprender mejor la riqueza de las piezas expuestas, algunas de ellas
espectaculares.
El almuerzo fue
abundante, con dos platos típicos cordobeses: revuelto de bacalao y el famoso flamenquín.
Como “cocinillas” que soy apuntaré, que a éste último, solo le pongo una
pequeña pega: le faltaba el queso suficiente para darle la untuosidad que
requiere.
Tuvimos hora y
media de tiempo para dar un paseo después de la comida, cruzar el puente
romano, que ha cambiado totalmente su fisonomía, (qué manía la de considerar lo
antiguo como viejo) y callejear por
Córdoba o tomarse un café sentado en una terraza.
Regresamos a Málaga sobre las siete de
la tarde, después de un día muy bien aprovechado, y con la expectativa de
repetir la experiencia en otros lugares
de nuestra Andalucía.
Un saludo afectuoso,
Mayte
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