Hace
unos 46 años, en un gran cine abarrotado de público me estremecí con las
imágenes de Tiburón y supe que había
descubierto a un gran cineasta. Ayer, con solo otras tres personas en una
pequeña sala, disfruté con Los Fabelman
y supe que allí estaba, de nuevo, el
chico de oro que reinventó Hollywood.
Así lo
llama el número que El Cultural dedica al creador de tantos iconos de la
cultura popular, desde aquel escualo asesino
al extraterrestre que quería
volver a su casa (ET), desde un
arqueólogo con látigo (Indiana Jones) a
una isla poblada de dinosaurios (Parque
Jurásico); el que mostró el horror de la guerra en las playas de Normandía
(Salvar al soldado Ryan) o en los
campos de Francia donde sufrían los caballos a la par que los hombres (Caballo de batalla). Y el que retrató
con su precisión de siempre el horror del holocausto (La lista de Schindler) o el ambiente de la guerra fría (El puente de los espías).
Spielberg nació en 1946 en Cincinnati, y formó, en los años 70, con
George Lucas, Martin Scorsese, Brian de Palma y Francis Coppola, la punta de
lanza de una generación que por empuje y creatividad se convertiría en dueña de
las pantallas. La guerra de las galaxias, Taxi driver, Carrie, y El padrino, ahí los tienen.
Un
análisis sobre el cine de SS afirma que “ha sido calificado de anti-intelectual
y optimista”; pero lo que define de forma nítida su filmografía es la búsqueda
de la emoción, el acercamiento a unos determinados personajes cuyas vivencias
son capaces de provocar la adhesión de los espectadores. No encontramos en
éstos un esquematismo empobrecedor de tal modo que entendemos a un ciudadano
mediocre que trabaja como agente para la Unión Soviética (El puente de los espías) o lo seguimos cuando nos presenta mundos
radicalmente diferentes del suyo como en la melodramática El color púrpura (donde descubrimos a una joven y brillante Whoopy
Goldberg) o en las históricas El imperio
del sol y Munich donde pasa de la
invasión japonesa en Shangai a la masacre de once
olímpicos israelíes en el año 72.
A lo
largo de una dilatada carrera profesional, con dos productoras propias, Amblin
y Dream Works, y una nómina de colaboradores frecuentes en los roles de
directores de producción y guionistas, más su músico estrella, John Williams
quien, a los 91 años y 5 oscars en sus vitrinas, sigue firmando bandas sonoras
como la de Los Fabelman.
Y voy a
terminar por donde empecé. Si aprecian el cine de Spelberg o si aprecian el
cine sin más, no dejen de ver esta autobiografía en la que el autor desnuda su
infancia y juventud, rinde recuerdo cariñoso a sus padres, y nos presenta
alguna secuencia inolvidable como aquella de casi cinco minutos en la que,
mecidos por un concierto de Bach, vemos las imágenes que el joven ha grabado de un picnic familiar y
descubre un secreto que se muestra, a la vez, a los espectadores. Cine puro,
lección magistral de montaje, grande Spielberg.
José
Ramón Torres Gil
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor: Se ruega no utilizar palabras soeces ni insultos ni blasfemias, así todo irá sobre ruedas.
Reservado el derecho de admisión para comentarios.