01 febrero 2023

AQUELLA ENTRAÑABLE PARCELA JUNTO AL RÍO

 

Hace ya más de seis décadas, numerosos niños y adolescentes aprovechaban sus horas de ocio fuera de los centros escolares para ir a jugar al fútbol en diversos espacios de la ciudad. Uno de los más utilizados y concurridos, por lo apropiado de su extensión, se encontraba en el barrio de Martiricos, junto al cauce lateral izquierdo del río Guadalmedina (el río de la ciudad) a no muchos metros de su desembocadura en el azulado mar de la bahía malagueña.

Era una amplia zona de planimetría horizontal, poblada por una gran arboleda de altos eucaliptos, fustes arbóreos que se aprovechaban para instalar entre ellos las porterías “simuladas” y sin redes de un estadio deportivo. ¿Qué edificaciones había en ese largo paseo que finalizaba, caminando hacia el norte, con el estadio de fútbol del C.D. Málaga, denominado La Rosaleda? En el lateral derecho, junto al río, sólo estaba el colegio infantil El Mapa. Enfrente del mismo se construyó, a comienzos de los sesenta, la Escuela de Comercio y el Instituto de bachillerato Ntra. Sra. de la Victoria. A continuación de este prestigioso centro de secundaria, se levantó la gran fábrica de telefonía Citesa (posteriormente bajo la denominación Alcatel) y, en esa misma década, la nueva rotativa e instalaciones del diario SUR, trasladadas desde la esquina de la Alameda de Colón. A comienzos de los años 70 comenzaron a funcionar dos nuevas instalaciones, a continuación del colegio El Mapa: el Parque central del Real Cuerpo de bomberos y la Escuela Oficial de Idiomas, con lo que el amplio espacio de la antigua parcela entre árboles se fue notablemente reduciendo, siendo además utilizada los domingos para la instalación de los puestos del Rastro, mientras que los lunes daba “cobijo” al mercadillo semanal de frutas, verduras y ropa. La zona, en general, fue utilizada también como aparcadero de vehículos, ya que no se encuentra lejos del centro de la ciudad.

En la actualidad, la muy veterana parcela de los juegos ha desaparecido. En el lateral izquierdo, la fábrica de Alcatel ha dado paso a un bien construido bloque de viviendas, al que sigue un muy oportuno y bien diseñado parque para el ocio, el descanso y la convivencia. Pero en el lateral derecho, junto al paredón del cauce del río y a partir de la E.O.I. ha surgido una enorme construcción de dos edificios adjuntos de 30 plantas cada uno, con una altura de 106,67 metros (la torre de la Catedral malacitana sólo tiene 87 m). Es uno de esos enormes “rascacielos” que la política municipal (regida por un alcalde que lleva en su puesto, por decisión de los votos ciudadanos, casi 23 años) ha decidido autorizar para su instalación en distintos puntos del perímetro urbano (tres bloques de 75 metros al final del Paseo Marítimo del Poniente: las elevadas torres de Málaga litoral, con 21 plantas; las cuatro torres de entre 105 y 126 metros, previstas para los terrenos de los antiguos depósitos de Repsol, de entre 29 y 35 plantas, con la oposición de numerosos colectivos ciudadanos; y, sobre todo, la insensata intención municipal, también fuertemente contestada por diversas agrupaciones culturales y vecinales, de una gran torre (parece que de uso hotelero, fundamentalmente) de 116 metros, en el espigón del puerto de levante, que taparía “literalmente” la función luminosa y estética de la emblemática e histórica Farola de Málaga, construida en 1817, para guiar en la orientación a los pescadores malagueños y a las embarcaciones que se acercaban a nuestra serena bahía portuaria).

En el caso de las dos torres de la barriada de Martiricos, la estética de la zona ha quedado fuertemente condicionada y lastrada por esos enormes edificios “colmena” que tapan desde el sur de la ciudad la visión de las colinas norte que conforman el valle del Guadalmedina. Son torres “rompedoras” del paisaje, gigantescos “monolitos colmeneros” que, en su arrogante verticalidad, pueden divisarse desde diversos y alejados puntos de la ciudad. La estética de esos dos rascacielos es más que dudosa y el riesgo de tan excesiva altura, construida en zona o terreno fluvial (agua “frenada” en el embalse del Limonero o Limosnero) se acrecienta porque no se percibe, a simple vista, que haya intención alguna de adjuntarle las necesarias y seguras escaleras exteriores para incendios -106 metros desde el suelo- (pues taparían las ventanas de numerosas viviendas de elevado costo, por su centralidad en la planimetría urbana malagueña).

La política urbanística suele ser casi siempre discutible, qué duda cabe. Se entiende que con la modernidad de los años una ciudad tiene que crecer, tanto en la linealidad horizontal, como en la verticalidad, dado el incremento natural o migratorio de la población. Málaga, ahí están las cifras, es una ciudad en constante crecimiento demográfico. Por la excelente bondad de su clima, por sus buenas comunicaciones con el resto del territorio nacional e internacional (a pesar de ese “doloroso lunar” de carecer de un completo y más que necesario tren litoral -sólo llega hasta Fuengirola- que la comunique con los municipios occidentales costeros, hasta la propia Algeciras), por su auge económico, social y cultural, junto a la sana alegría y hospitalidad de su gente. Pero sembrar el espacio urbano, con estos “mamotretos” de cemento y hormigón, que se ufanan con osadía de querer “arañar” a un cielo mayoritariamente celeste/azulado, en el que las nubes apenas molestan, siendo generosas para dejar pasar el saludo térmicamente cálido y diario del astro solar, supone, en definitiva, una gestión urbanística penosamente infortunada.

Ciertamente, la antigua ciudad fenicia se ubicó entre las estribaciones orográficas de la baja penibética y la bahía mediterránea malacitana. Obviamente, nuestra ciudad no puede crecer hacia el sur. El norte opone el freno orográfico de esas colinas, que dificultan el avance urbanístico. El este está excesivamente densificado. El único crecimiento favorable es el avance por el espacio occidental (zona universitaria de Teatinos y barriada de El Cónsul). Pero esta limitación geográfica-estructural no debe ser aprovechada por la “oscura”, manipulada e interesada especulación constructiva en exagerada altitud, para “hacer negocio” a costa de esas cortinas infames que cercenan la llegada de la luz solar, la innegociable oxigenación de los espacios verdes y la limitación visual de un entorno natural que enriquece y vitaliza el ánimo de sus habitantes. Y, además de todo lo expuesto, nos duele la degradación estética que nos infieren esas inoportunas, carentes de belleza y discordantes moles, erguidas sobre la focalización de nuestros ojos y los rítmicos latidos de nuestras almas. Apelamos a la lúcida sensatez y a la inexcusable racionalidad de los administradores públicos, para que el desacertado hacer en el hoy no hipoteque, sin solución, el mañana generacional. -  

 

José L. Casado Toro

Enero 2023






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