Artículo de Raquel
Abalo Delgado, catedrática de Farmacología, Universidad Rey
Juan Carlos, y publicado en la revista digital The Conversation
Todos hemos experimentado alguna vez una digestión pesada o
indigestión. En una persona sana el problema puede ser puntual, debido a la
ingesta de una cantidad de comida excesiva en un período de tiempo
relativamente pequeño (un “atracón”) o a que lo ingerido ralentice el
vaciamiento gástrico, como ocurre al consumir alimentos muy grasos o alcohol. Pero
también puede aparecer cuando la persona tiene una enfermedad, como la
diabetes.
En muchos pacientes diabéticos se
produce “gastroparesia diabética”, una especie de parálisis del estómago.
Incluso existe una enfermedad específica del estómago, la llamada dispepsia funcional,
que consiste en una alteración en la función motora gástrica y no se debe a
ninguna otra patología, ni siquiera a una obstrucción mecánica del tubo
digestivo.
No puedo más, estoy lleno
En todas las circunstancias
mencionadas se producen síntomas similares, con dos mecanismos principales (que
se pueden solapar). Por un lado, puede que el estómago no se distienda bien
para acoger la comida ingerida o puede que no tenga “fuerza” para propulsar el
alimento a través del píloro. Otras veces, el esfínter pilórico no funciona
bien, no se relaja, y el contenido del estómago no puede pasar hacia el
intestino delgado o lo hace muy despacio.
En consecuencia, en ambos casos
aumenta la presión dentro del estómago, por la acumulación de comida, y se
producen los típicos síntomas de la indigestión, como sensación de saciedad
temprana tras la ingesta (“no puedo más, estoy lleno”), dolor abdominal,
náuseas y vómitos.
Los vómitos pueden considerarse un mecanismo de “descompresión”
rápida del estómago, y pueden ser fisiológicos (no los podemos controlar) o
provocados (estos últimos, muy poco recomendables, por cierto). Si son
frecuentes pueden dañar el esófago, la faringe, la boca y los dientes.
El problema del reflujo y la acidez
El reflujo gastroesofágico,
por su parte, se produce cuando el esfínter esofágico inferior o cardias no
realiza bien su función y deja pasar el contenido del estómago al esófago. Esto
se acentúa en personas obesas y embarazadas, por el aumento de presión
abdominal.
Como el estómago produce ácido durante
la digestión, ese contenido que pasa al esófago durante el reflujo puede acabar
irritando y dañando la superficie epitelial de este tubo, y ocasionar, a la
larga, esofagitis, úlceras esofágicas, esófago de Barrett y hasta cáncer esofágico.
Sin llegar a este extremo, muchas
personas sufren las consecuencias inmediatas de la indigestión y del reflujo
como acidez o ardor e hipersensibilidad del esófago (dolor torácico no
cardíaco).
Medicamentos para los problemas estomacales
Lo ideal es corregir la causa de la
indigestión, comenzando con la aplicación de medidas higiénico-dietéticas
clásicas: evitar los atracones, reducir la ingesta de alimentos grasos y
alcohol, evitar las siestas justo después de comer, etcétera.
Pero a muchos pacientes no les basta y
necesitan tratamiento farmacológico (pero, ¡mucho cuidado con la
automedicación!). Existen medicamentos que modifican la función motora del
estómago, como la acotiamida, que
relaja el estómago y reduce la presión intragástrica. Por su parte, los
llamados procinéticos gástricos,
“movilizan” el estómago y facilitan su vaciamiento, con lo que reducen la
saciedad temprana.
Muchos de ellos, además, tienen efecto
antiemético. Es decir, previenen o reducen las náuseas y los vómitos. De estos,
se prefieren los que no producen efectos centrales, como la domperidona, que,
además, mejora el ritmo del marcapasos gástrico.
También se pueden emplear procinéticos
intestinales, que movilizan el intestino y reducen así los obstáculos al
tránsito del bolo alimenticio por el tubo digestivo en su conjunto. Al mejorar
el tránsito gastrointestinal, los procinéticos, indirectamente, pueden reducir
también el dolor abdominal. No obstante hay que tener en cuenta que dosis
elevadas de estos fármacos pueden acelerar tanto el tránsito gastrointestinal
que ocasionen dolores, cólicos y diarrea.
Algunos antidepresivos presentan
también efectos beneficiosos en los pacientes con gastroparesis, especialmente
aquellos que sufren además trastornos psicológicos (incluida la depresión). Los
pacientes que presentan dolor abdominal asociado a la gastroparesia pueden
verse beneficiados por el uso de fármacos moduladores del dolor visceral,
incluyendo estos antidepresivos, pero también nuevos fármacos como la oliceridina (un
tipo especial de agonista opioide con efecto analgésico y relativamente pocos
efectos adversos).
Además, se pueden usar otros
productos, como los alginatos, que
crean una barrera protectora en el estómago para que no escape el ácido hacia
el esófago. O moduladores del dolor visceral, incluyendo los antidepresivos
mencionados más arriba, usados a dosis bajas.
Cuando la diabetes y el párkinson atacan el estómago
Por suerte, ya se empiezan a
desarrollar algunos tratamientos dirigidos a estas dianas, como la tetrahidrobiopterina,
esencial para mejorar la función de la enzima que produce óxido nítrico en las
neuronas del tubo digestivo (mientéricas), alteradas en los pacientes
diabéticos.
En días de fiesta, cuidemos nuestro
estómago y ayudémosle a hacer bien su trabajo. ¡Buen provecho!
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