02 enero 2023

A UN ANCIANO POETA ENTRE EL LAUREL Y LA GLORIA

 

Hace algunos años, alguien dijo que después de acabar la II Guerra Mundial, y saber los crímenes que los nazis cometieron en los campos de concentración en toda Europa, ya nadie sentiría deseos de escribir poesía. Por suerte hubo poetas, prisioneros, que sí escribieron.  Katzenelson sobre el levantamiento del Gueto de Varsovia, escribió: “Ellos no lo sabían, no se lo esperaban. ¡Los judíos tiran!, gritaron los canallas antes de exhalar su sucia alma.  Era un malvado asombro; un desolado estupor (…), ¡Ay de nosotros! ¡Sabemos, sí, también nosotros sabemos rebelarnos y matar!. Pero también sabemos lo que ustedes nunca supieron y nunca sabrán en este mundo:¡sabemos, no matar al prójimo!. ¡No destruir a otro pueblo creyéndolo despreciable!. Ustedes, blandiendo siempre la espada con prepotencia, no saben no matar”.

Nuestro León Felipe escribió también: “Estos poetas infernales,/ Dante, Blake, Rimbaud/ que hablen más bajo… (…) Hoy/ cualquier habitante de la tierra/ sabe mucho más del infierno/ que esos tres poetas juntos. Ya sé que Dante toca muy bien el violín…/ ¡Oh, el gran virtuoso!/ Pero que no pretenda ahora/ con sus tercetos maravillosos/ y sus endecasílabos perfectos/ asustar a ese niño judío/ que está ahí, desgajado de sus padres./ Y solo./ ¡Solo!/ aguardando su turno/ en los hornos crematorios de Auschwitz/ (…)./ Aquí se rompen las cuerdas de todos los violines del mundo. (…). Yo también soy un gran violinista…(...) Pero ahora, aquí…/ rompo mi violín…/ y me callo”.

A veces yo, quiero recitar algunos poemas, entonando los versos, como un patriota, con la música del dolor y la pena, por los Héroes y Mártires caídos, a veces  tan olvidados, y me ocurre que cuando escribo sobre ellos, mi voz en lo que escribo es individual, pero intentando que sea poderosa y firme.  Procuro que mis palabras se cuelen por cualquier rendija de las almas de los que me leen: algunas asomando con timidez la cabeza, para que pueda respirar en libertad; otras, que ya nacen libres, desde que se forjan en mis pensamientos son tímidas, y a veces procaces pareciendo irrespetuosas, pero les prometo que no lo son.

Cuando yo escribo sobre los Héroes que dieron sus vidas por la Patria, intento hacerlo como mejor sé, con un humilde virtuosismo en las palabras, haciendo que los versos de amor, y de cariño, se complementen recíprocamente, entre  la Corona de Laurel, y la Palma del Martirio Cristiano, como la diosa Niké (nuestro “Ángel” del Cementerio), ofrece a todos nuestros Héroes y Mártires, que descansan en los panteones y en las silenciosas tumbas. El laurel del honor, unido a ese sentimiento sublime, como es el amor que el Héroe tiene de por sí, a la Gloria que ganó, la que ennoblece e ilustra una buena acción, con el sentimiento, que es la perfección del poema.

Cuando veía a aquél anciano, apoyado en su bastón de boj, con su perenne sonrisa, y la barba de una semana, (de “antiyer”, como él solía decir), recorrer las tumbas en La Purísima, sabía que su semblante significaba mucho, porque siempre una sonrisa enriquece a quien la recibe, sin empobrecer a quien la ofrece, en este caso, enaltecía al anciano, dibujándose en su cara, y en su apagada mirada, el resplandor de los poemas que escribía. Apenas duraba varios segundos, pero su semblante, jamás se ha borrado de mi memoria. En los años ochenta, con algo de candidez, tuve la osadía de escribir estos versos de protesta: “Los Protestones”, como los bautizó uno de mis mecenas, y amigo: “Españoles que de Melilla habláis/ sin honor y sin razón./ Os suplico que penséis: ¡es España!,/ y como tal, lo hagáis, con el corazón”.

Este anciano me decía que el honor y la gloria, solo lo poseían los que se reposan en los panteones y tumbas en La Purísima, que fueron los que las ganaron con su sangre en los campos de batalla, defendiendo a la Patria, y nosotros, que los recordamos con nuestras palabras, solo las usufructuamos; y por ello debemos guardarles el máximo de los respetos, y cantarles, el que sepa, poemas de amor en sus recuerdos.

 

Juan J. Aranda


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