Aunque
a veces nos cueste reconocerlo, una de las situaciones que más nos desalienta
es esa rutina repetitiva en que nos vemos
atrapados durante la sucesión de los días. La podemos sobrellevar en nuestra
actividad laboral, en los tiempos disponibles para el ocio, en las relaciones
familiares o amistosas en general, en el contenido de nuestra ingesta
alimenticia o incluso también en ese hábito del subconsciente o más racional,
al elegir casi siempre los mismos itinerarios en nuestros desplazamientos,
urbanos o rurales.
No
cabe la menor duda de que al hacer, un día tras otro, más o menos lo mismo, por
nuestra peculiar forma de ser o por los determinantes diversos que nos afectan,
“conseguimos” con ello esa tranquilidad “aburrida”, que puede ser muy apreciada
y necesaria como valor, de la normalidad. Sin embargo, esta misma normalidad
rutinaria que nos tranquiliza y reconforta, alcanza al tiempo preocupantes
niveles que llegan a provocarnos, no sólo el infortunado aburrimiento, sino
también la apatía, la dejadez, el desaliento o la falta de originalidad en
nuestras respuestas.
En
estos delicados momentos de aturdimiento, “pasotismo” y comportamientos
autómatas, echamos de menos que llegue a nuestras vidas la magia dinamizadora de lo inesperado. Y nos embarga esta
predisposición o necesidad, aún con el riesgo de que ese aire diferente que se
aproxime a nuestro entorno personal pueda venir virado o tamizado con elementos
negativos, perjudiciales o desestabilizadores. A pesar de ese riesgo, también
imprevisible, durante las etapas o situaciones de rutina cansina, no nos
importaría embarcarnos en esa nave “traviesa” de lo
diferente, a fin de que nos transporte a un puerto, cercano o alejado,
en donde podamos encontrar la ansiada novedad, el enriquecimiento diferencial o
el simple cambio de color, que nos vitalice, anime o entusiasme.
Ese
cambio o transformación renovadora, en el
somnoliento discurrir rutinario de nuestras vidas puede estar originado por muy
diversos factores, simples o complejos. La mayoría de éstos, con el carácter
“lúdico” de lo inesperado, están originados por la casualidad, el azar, la
suerte o el capricho del destino. Unos y otros ayudarán a despertar nuestro
letargo. Veamos algunos ejemplos.
Puede
ser una llamada telefónica totalmente
imprevista, pues nos resultaría difícil concebir previamente que la misma se
produjera. Al margen de su contenido, dicha comunicación producirá ese efecto
dinamizador en nuestro ánimo. Encontrarnos con
alguien, sea amigo, compañero, conocido o incluso familiar, acerca del
cual hacía años que no sabíamos nada de su persona. Esa sorpresa de lo
inesperado puede también proceder de algún correo
electrónico, mensaje de whatsapps, cuyo contenido nos sorprende
intensamente. La confidencia que te hace un
amigo, que comparte contigo una novedad, una información insólita o una
explicación acerca de algo que no comprendes o te afecta. También la sorpresa
que te produce conocer que eres capaz de resolver algún
problema informático o reparar algún mecanismo electrónico, habilidad que nunca
suponías podías poseer. El diálogo con un superior laboral, quien te comunica
la decisión de ubicarte en un puesto de mayor
responsabilidad o categoría profesional. Visionar una película o asistir a una obra de teatro o
espectáculo, en los que no tenías demasiadas esperanzas para la diversión o el
entretenimiento y que por el contrario al finalizar su metraje o desarrollo
escénico te deja un emocionante “sabor de boca” anímico, por los valores y entretenimiento
que te ha aportado. Igual puede ocurrir con la lectura de un libro o una carta personal que llega a tu poder. Ser
el afortunado y alegre poseedor de un premio en
un juego de azar (décimo de lotería, sorteo de la primitiva o similar) aunque
la cuantía de éste no sea especialmente elevada. El cambio positivo en la actividad laboral que durante años has estado
realizando. Una mañana te levantas de la cama y sin saber exactamente el por
qué cambias radicalmente tu imagen o el look personal,
especialmente con el peinado o la indumentaria tradicional. Y así un largo etc.
Como
hemos podido comprobar, en todos los casos el elemento dinamizador o
transformador, es la suerte de lo imprevisto o lo inesperado.
Por supuesto, es necesario también que nosotros pongamos
algo de nuestra parte, a fin de crear situaciones o disponibilidad para
que los cambios de esa naturaleza puedan llegar a producirse. Como conclusión,
habría que decir que unos y otros, casi todos, necesitamos novedades,
transformaciones, modificaciones, que nos aporten nuevos porqués o incentivos,
en ese hoy o el mañana, que por la rutina de cada día se nos hace más difícil o
desmotivado recorrer, entender y aceptar. Debemos estar atentos y preparados para
recibir esos dinamizadores que pueden cruzarse en nuestro camino, abriendo
nuevas esperanzas en nuestros “adormecidos” anhelos y deseos. -
José
L. Casado Toro
Diciembre
2022
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