Artículo de Francisco
José Esteban Ruiz, Profesor Titular de Biología Celular, Universidad de
Jaén y publicado en la revista digital The Conversation
No hay ninguna duda de que reír –y sonreír– es bueno para la salud, tanto física como
mental. Y un modo facilón de provocar la risa es recurriendo a
las cosquillas. Hacer cosquillas, además, busca el acercamiento y el contacto
físico, sobre todo con los peques de la casa. Y no cabe duda de que nos conduce
a momentos divertidos.
Hay dos tipos de cosquillas
A finales del siglo XIX se describió que podemos
percibir las cosquillas de dos modos diferentes, que se denominaron knismesis y gargalesis.
La knismesis son
las cosquillas suaves y ligeras, como las generadas por el roce de una pluma.
La sensación es más bien de picor y no suele provocar risa. La gargalesis se
refiere a las cosquillas más intensas, que producen risa cuando se hacen en
zonas concretas del cuerpo.
Hay estudios que indican que con las
cosquillas se genera una sensación u otra pero, generalmente, no ambas a la
vez. Parece ser que porque los receptores sensitivos de la piel, y también las
vías nerviosas asociadas, son distintos.
Las cosquillas intensas
Las
cosquillas de tipo gargalesis, o sea, las de la risa, son más complicadas que
las caricias tipo knismesis. Los estudios llevados a cabo apuntan a que la
risa que aparece con las cosquillas es más bien consecuencia de un
comportamiento social que de un reflejo, por ejemplo en la interacción entre
madre e hijo, o en el preludio sexual.
Además,
cuando se hacen cosquillas intensas entran en juego elementos de dominación y
sumisión. Y hemos de tener en cuenta que la risa que provocan las cosquillas no
implica que nos apetezca reír en ese preciso momento, pues también dependen del
contexto y del estado de ánimo.
Como
se ha indicado anteriormente, las cosquillas intensas sólo ocurren si se
provocan en ciertas partes del cuerpo, principalmente en la planta del pie, las
axilas, el cuello y la barbilla. Desde el punto de vista del comportamiento,
ocupan un lugar propio al ser la única forma de contacto que hace reír. Y bien
sabemos que no nos las podemos provocar a nosotros mismos. Pero, ¿por qué no?
Si me las hago no me río
Nuestro
organismo se encarga de recoger y procesar la información sensitiva a través de
un complejo sistema de receptores y vías nerviosas denominado sistema
somatosensorial.
Cuando
nos provocamos a nosotros mismos una sensación táctil, el sistema
somatosensorial la percibe con menos intensidad que si la
fuente de estimulación es externa. Todo apunta a que esto se debe a la
diferencia de capacidad predictiva sobre las consecuencias que pueden tener las
acciones autogeneradas frente a las acciones externas.
En
otras palabras, nuestro cerebro interpreta un estímulo táctil propio como menos
amenazador que uno externo. Y esto ocurre también con las cosquillas, tanto con
las ligeras como con las intensas.
Midiendo las cosquillas
Hace
un par de meses se publicó un estudio científico muy interesante cuyo
objetivo era tratar de caracterizar la fisiología de las cosquillas intensas
(la gargalesis) y su supresión por autoestimulación.
Participaron
ocho chicas y cuatro chicos, con una media de edad de unos 30 años. Se
agruparon por parejas que pertenecían un mismo círculo social para asegurar
una, digamos, cierta familiaridad y facilitar el estudio.
Cada
persona adoptó antes o después el papel de hacer o recibir las cosquillas según
su propia elección. La respuesta a las cosquillas se cuantificó a partir de
medidas acústicas, visuales y fisiológicas, y teniendo en cuenta la experiencia
subjetiva de cada participante.
Se
detectó que los cambios fisiológicos (en la circunferencia torácica y las
expresiones faciales) aparecían simultáneamente unos 0,3 segundos después del
estímulo, y la vocalización unos 0,2 segundos después. Tanto el tiempo de
duración como las propiedades de vocalización se correlacionaron con la
experiencia subjetiva: a más risa mayor sensación de cosquillas.
Cuando
a cada persona se le pidió que realizase el gesto de hacerse cosquillas a la
vez que las recibía de su colega, la sensación disminuía y la vocalización se
retrasaba. Sobre todo si ella misma se intentaba hacer cosquillas de verdad.
Todo
apunta a que, en general, cuando nos tocamos se activa en nuestro cerebro
un mecanismo de inhibición y de supresión de
la vocalización. Y de ahí que si te haces cosquillas a la vez que otro te las
está haciendo disminuya el efecto, o que no te rías nada si sólo te las haces
tú.
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