Introducción del
artículo de Jesús Rivas Carmona, profesor de la Universidad de Murcia.
La Semana Santa
constituye uno de los principales hitos del calendario litúrgico; sin duda, el
más importante de todos, como corresponde a la conmemoración de la Pasión, Muerte
y Resurrección del Señor, o sea al núcleo mismo de la fe cristiana.
No es esta la ocasión
para extenderse en la riqueza de aspectos que su particular relevancia
propicia, aunque no está de más recordar su especial significación religiosa y
con ella las tradiciones que se han ido forjando y desarrollando a través de
los siglos. En consecuencia, es importante recocer una larga trayectoria
histórica, así como una llamativa implicación social, incluso popular, sobre
todo a través de las cofradías y procesiones, que en buena medida protagonizan
su celebración y que también representan algunas de sus más singulares
manifestaciones, como bien demuestra el caso español.
La Semana Santa se
identifica frecuentemente con las vivencias más arraigadas y sentidas de
pueblos y ciudades, de suerte que ha contribuido a configurar de forma decisiva
la idiosincrasia cultural de los mismos.
No extraña, por tanto,
que sea uno de los fenómenos religiosos que más se han enraizado en la vida
social y sus costumbres y que, en función de ello, tenga además de su
prioritario carácter religioso toda una serie de valores históricos y
culturales. Y como expresión de todos estos aspectos, tampoco extraña que el
arte haya jugado un papel capital, tal que cabe señalar como capítulo fundamental
de la Historia del Arte ese arte vinculado a la Semana Santa; un capítulo rico
en sus manifestaciones, que destaca por su volumen, pero sobre todo por unas
oportunas respuestas y por una especificidad, que ciertamente distingue sus
realizaciones dentro del conjunto del arte religioso.
En suma, resulta más
que oportuno referirse a un arte propio de la Semana Santa, al tiempo que
conviene resaltar su propio peso específico a través de la Historia, en
particular a partir del siglo XVI y también en la actualidad (La
Semana Santa y su patrimonio artístico adquieren su plenitud a partir del siglo
XVI, como bien se constata en la creación de sus cofradías, que alcanzan un
particular desarrollo desde esa centuria.).
En realidad, en los
últimos tiempos adquiere una especial relevancia dentro del arte religioso, en
tanto que del notorio retroceso de este sólo parece escapar el arte de la
Semana Santa, que verdaderamente viene a llenar y mantener esta parcela,
incluso con una sorprendente proliferación de obras que no deja de ser
llamativa en una época de secularización, como por ejemplo la platería.
Este espléndido
panorama del arte de la Semana Santa adquiere toda su dimensión cuando se
contempla en su totalidad. Sería un tremendo error identificar ese arte de la
Semana Santa sólo con el propio de las cofradías o de los desfiles
procesionales, como parece suceder, lo que llevaría a reducir su realidad a una
visión parcial y limitada, aun admitiendo que dichas cofradías y sus procesiones
propician un aspecto fundamental.
No debe olvidarse que
hay otra Semana Santa, distinta de esa de cofradías y procesiones, en este caso
vinculada a la liturgia y a la celebración en los templos, principalmente a
través de Triduo Sacro de Jueves, Viernes y Sábado santos. Es obligado, por
tanto, reconocer dos Semanas Santas y, consecuentemente, dos artes de Semana
Santa, cada uno de ellos como expresión de unas concepciones diferentes, de
distintos modos de celebración. Por supuesto, el arte de la Semana Santa de
cofradías y procesiones responde más a la exaltación de lo devocional y de los
sentidos mientras que el de la otra Semana Santa atiende más bien a lo
institucional y oficial de la Iglesia con un carácter prioritariamente
conceptual, como es propio de la liturgia.
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