01 octubre 2021

EL DRAMA DE LA PROFESIÓN EQUIVOCADA

 

Dialogando con personas amigas o conocidas, en esos lúcidos momentos para la confianza y la sinceridad, escuchamos una repetida frase que nos hace reflexionar debido al importante significado de su contenido:

“Te confieso que yo no tenía, ni tengo, vocación para el desempeño de la profesión que estoy ejerciendo”.

Estas atribuladas personas reconocen con franqueza la dura realidad en la que viven. Añaden, como justificación, la motivación de la necesidad económica para trabajar y que eligieron, de manera equivocada o condicionada, esa actividad cuyo desempeño nunca les ha motivado y que sin embargo han de mantener a fin de sostener los gastos de cada día.

La estadística porcentual de personas a las que agradaría o necesitarían cambiar de actividad profesional, en caso de conocerse los datos correspondientes, probablemente provocaría el asombro social, dada su previsible elevada magnitud. Pero si ya resulta difícil, para la mayoría de los humanos, encontrar un puesto de trabajo más o menos estable, intentar el cambio de actividad es arriesgado y complicado, de manera especial en épocas de contracción o depresión económica, como las que estamos sufriendo durante las últimas décadas.

Una persona que trabaja en una actividad que no le gusta o casi nada le motiva, difícilmente puede disimularlo. Ese trabajo “a disgusto” condiciona de manera inevitable la calidad de la labor desempeñada. El cliente no se sentirá bien tratado o atendido. Además, el profesional cometerá errores o fallos que repercutirán en el producto elaborado y el sistema comercial o de producción comenzará a “flaquear” y a ser objeto de desconfianza por parte de los que a él acuden para solicitar el correspondiente servicio.

En cualquier actividad profesional, la desgana, la incomodidad o la falta de iniciativa aplicada por el trabajador es grave o perjudicial, tanto para el propio operario que sufre esta falta de vocación o interés para lo que hace, como para el frustrado cliente que está recibiendo un mal servicio por el que ha pagado, sea de manera directa o a través de los impuestos o tributos.

Pero entre todas las actividades profesionales hay algunas, especialmente relevantes, en las que esa falta de actitud vocacional tiene graves y severas repercusiones, de manera especial, para el sujeto que recibe el deficiente servicio: nos estamos refiriendo a la función reglada de la formación y la educación.

Maestros y profesores desmotivados o carentes de la necesaria tensión vocacional, pueden perjudicar gravemente la adecuada formación y la evolución psicofísica de los alumnos que la sociedad ha confiado a su cargo. El educador o docente que ha equivocado su opción profesional, no sólo se sentirá infeliz, en muchas de las horas del día, sino que probablemente y aún sin proponérselo, estará haciendo también infelices a los niños, adolescentes y jóvenes que acuden a sus aulas, desmotivándolos y haciendo que su aprendizaje sea de baja o muy precaria calidad. Este desvitalizado aprendizaje quedará penosamente lastrado por el desinterés, la apatía, la rutina, la improvisación, el autoritarismo, el aburrimiento y la incredulidad.

Por otra parte, ese maestro desmotivado o infeliz con lo que hace, ofrecerá un inadecuado ejemplo a esas muy jóvenes personas que están en la fase evolutiva de su mejor y necesario desarrollo, tanto para la asimilación del conocimiento o contenidos teóricos y prácticos, como para la integración de las más necesarias habilidades y destrezas. Y, sobre todo, para el enriquecimiento en valores, normas y actitudes positivas ante la vida.

Hay que repetirlo una vez más. La carencia vocacional en el servicio educativo determina o influye en los siguientes negativos condicionantes: desmotivación, rutina, falta de imaginación, pereza, aburrimiento, inutilidad de muchos de los contenidos trabajados, rebeldía, pasotismo y conflictos en el alumnado, incomprensión, desilusión, pérdida de tiempo, desequilibrios, carencia de imparcialidad y lamentable pérdida de confianza en el gestor educativo que está al frente del grupo escolar.

No es fácil, por supuesto, pero resulta más honrado y valiente, intentar cambiar a tiempo de actividad profesional, si con ello se evita no sólo la propia infelicidad, sino el perjuicio de los seres (en el ámbito educativo) que están comenzando su apasionante y necesaria aventura por la vida. Obviamente es inexcusable desarrollar una profunda autorreflexión, antes de elegir el estudio, grado o licenciatura. También sería importante llevarlo a cabo durante las primeras etapas del ejercicio profesional, en éste u otras profesiones. Después ya resultará tarde, aunque no inviable, para ese necesario y urgente cambio en el servicio que se está prestando a la comunidad. –

 

José L. Casado Toro

Septiembre 2021

 


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