Artículo elaborado para la revista
digital The Conversation, por Ana Belén Ropero Lara (profesora titular) y Marta
Beltrá García-Calvo, profesoras de Nutrición y Bromatología de la Universidad Miguel
Hernández.
Buscamos
esperanzados agua más allá de nuestro planeta como la única posibilidad de que
haya vida. Sin embargo, aquí, en la Tierra, apenas le prestamos atención.
A
pesar de que nos va la vida en ello, el agua es el nutriente olvidado en la
investigación científica. Las evidencias para determinar las recomendaciones de ingesta
de agua en relación con sus efectos sobre la salud son escasas. Incluso algunas
guías alimentarias ni la mencionan.
El
problema radica en que faltan estudios de largo alcance y con un gran número de
participantes. Solo de esta forma se pueden determinar cómo nos afectan grados
de deshidratación pequeños, que son los que realmente se dan en el día a día en
personas sanas.
En
este artículo pretendemos dar una visión de conjunto para entender por qué es
tan importante mantener un buen estado de hidratación y cómo hacerlo.
Mantener
el balance de agua en nuestro cuerpo es fundamental para nuestra supervivencia.
Por esta razón, tenemos un sistema muy fino que mantiene sus niveles dentro de
un rango estrecho, a pesar de la gran variabilidad en la ingesta de agua.
Cuando
bebemos poca agua, se ponen en marcha dos mecanismos. Uno de ellos tiene como
finalidad disminuir la pérdida de agua a través de la orina. El otro es el
mecanismo que dispara la sed.
Por
estas razones, en condiciones fisiológicas la acumulación de líquidos no puede
ser la razón principal para el exceso de peso corporal (sobrepeso u obesidad). Si
sospechamos que retenemos líquidos, debemos acudir al médico.
Por
otro lado, resulta muy difícil beber tanta agua como para que tenga efectos negativos. Esto es
así, principalmente, porque el riñón tiene una alta capacidad para eliminar el
exceso en la orina (0.7-1 litro/hora).
Estudios
científicos apuntan a una asociación directa entre el grado de hidratación y
ciertas enfermedades. Concretamente, la deshidratación se ha asociado con
alteraciones urológicas, gastrointestinales, circulatorias y neurológicas. Sin
embargo, en muchos casos las evidencias son escasas o inconsistentes como para
sacar conclusiones claras.
Estudios
observacionales relacionan un consumo habitualmente bajo de agua con un mayor
riesgo de problemas cardiovasculares en el futuro. De la misma forma, una ingesta
baja de fluidos también es un factor de riesgo para la formación de piedras en el riñón.
A
esto se le suma que en 2016 se realizó un gran estudio con una muestra
representativa de la población de EE.UU. Los resultados mostraron mayor índice
de obesidad en
personas que no tenían una buena hidratación. Además, el índice de masa
corporal también fue más elevado.
Por
otro lado, estudios de diversa índole apuntan a una interacción directa entre
una ingesta pobre de agua y problemas metabólicos. Además, la pérdida de agua corporal durante el
ejercicio parece afectar negativamente al rendimiento físico.
El
cerebro tampoco sale ileso cuando ingerimos menos líquido del debido. Una revisión publicada en 2015 encontró que, según los 21
estudios analizados, la deshidratación está asociada con personas menos alerta
y más fatigadas. En cuanto a la capacidad cognitiva, son necesarios estudios
con mayor número de personas para poder obtener evidencias convincentes.
Estudios
en España y
en varios países de Iberoamérica muestran que, en general, la población no
alcanza la ingesta de agua recomendada. Por lo tanto, es necesaria una mayor
concienciación sobre la necesidad de beber más agua.
La
mejor forma es beber cuando tenemos sed. Parece obvio, pero muchas personas no
sienten sed, no le prestan atención o incluso puede que no la reconozcan. Por
eso es fundamental adquirir un buen hábito de hidratación desde pequeños e
insistir mucho a las personas mayores.
Las
diversas instituciones nos recomiendan tomar 2-3 litros de agua al día. Esta
cantidad debe aumentar en verano o si realizamos ejercicio físico.
Hay
que beber agua, no hay otra alternativa. Es preferible hacerlo en pequeñas
cantidades a lo largo de todo el día. Es la mejor forma de favorecer la
absorción del agua.
Otras
fuentes importantes de este nutriente son los alimentos como verduras,
hortalizas y frutas, porque más del 80% son agua.
Las
bebidas azucaradas no son una opción por su alto contenido en azúcares libres. Estos están relacionados con mala calidad de la
dieta, obesidad y riesgo de contraer enfermedades no transmisibles.
Las
bebidas con edulcorantes tampoco son recomendables. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud
(OPS) coinciden en que los productos con edulcorantes no son saludables. Consideran que “el consumo
habitual de alimentos de sabor dulce (con o sin azúcar) promueve la ingesta de
alimentos y bebidas dulces, incluso los que contienen azúcar”.
Es
cierta la manifiesta falta de estudios que conduzcan a la determinación clara
de las recomendaciones de consumo de agua. Hay que reconocer que esto genera
dudas y las tentaciones obvias de buscar en Internet.
Pero,
si los expertos reconocen que faltan evidencias, ¿podemos fiarnos de las
afirmaciones o controversias fomentadas por empresas embotelladoras, influencers y opinantes de todo tipo?
Estas
humildes autoras se declaran incompetentes para poner en jaque a las
instituciones que, con más o menos evidencias, aportan su opinión crítica y
fundada.
Por
lo tanto, convirtamos el agua en nuestro compañero más fiel este verano.
Levantemos el codo con la convicción de que, si bien puede no parecernos un
manjar para nuestro paladar, sin agua, no hay vida.
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