El octavo mes del calendario ha sido generalmente considerado
como el más vacacional por excelencia, en el ámbito de la cultura occidental.
Son numerosas las empresas, tanto las de titularidad privada, como las
vinculadas a la administración pública, que “echan el cierre” durante esos
treinta y un días que tiene la mensualidad. Muchos clientes acuden a un
comercio para comprar un determinado artículo, mueble, electrodoméstico, etc. y
ante cualquier petición que plantean se encuentran con la misma y repetitiva
respuesta: “Habrá que esperar a septiembre, porque durante este mes las
fábricas y los distribuidores no están funcionando. Cualquier consulta o
gestión que realicemos no será atendida sino hasta que recuperen la actividad”.
El ciudadano también se
plantea realizar y gozar de esas anheladas vacaciones, para el descanso
orgánico y anímico. Pero este año 2021 también soportará el condicionante
pandémico, menos intenso, por supuesto, que el del año anterior. Voces doctas y
animosas repiten, una y otra vez, esa frase que anima a superar los
condicionantes: “Hay que aprender a convivir con el virus”. La respuesta a esa
frase es también repetidamente cansina: eso es, precisamente, lo que estamos
haciendo, desde marzo del 2020. Una “convivencia” henchida
de desconfianza, incomodidad y peligro, por el riesgo que supone tener al
malvado e invisible virus tan cerca de nuestras vidas.
Cierto es que el
porcentaje de ciudadanos ya vacunados se va incrementando, hasta alcanzar
cifras importantes, pero el “bicho” tiene la diabólica capacidad de
transmutarse, tomando o adoptando nuevas formas, igual o más letales, con
respecto a su primera cepa, provocándose, en consecuencia, nuevas oleadas de
contagios. Ahora estamos por la 5ª. ¿Cuántas variables más tendremos que
conocer, convivir y tratar de reducir?
Las ferias tradicionales continúan desaparecidas, por razonable
prudencia. Los viajes de vacaciones también
se ven drásticamente reducidos, centrados preferentemente en el perímetro
nacional o regional y siempre con el riesgo de que, en cualquier momento, el
proyecto quede suspendido. Así que te piensas mucho abonar ese viaje con
imperativa anticipación, porque después no es fácil, sino todo lo contrario,
recuperar o conseguir que te devuelvan tu propio dinero, con esperas de largos meses
para la paciencia. Las playas están
abiertas, la economía y la ciudadanía así lo exige. También las estancias en la
montaña, pero pensando en agosto, lo primero
que se suele mirar es el kilometraje: mientras más cerca de casa, mejor. Y si
no hay grandes viajes, queda el gusto de las mañanas y las tardes de playa y
chiringuitos. Es frecuente encontrarse el agua costera fría, sucia, con medusas
u otros componentes, con oleaje y resaca, pero la alegría del mar siempre
templa los inconvenientes para el disfrute. Queda la bella y suculenta imagen de
los espetos de sardinas y esas comidas familiares en las que vemos
peligrosamente hacinados a los comensales y donde las mascarillas y protectores
incívicamente “desaparecen”. Y no hablemos de los establecimientos de copas
para la juventud, en los que la mascarilla protectora es un objeto inusual. Sin
embargo, resulta confortable contemplar esa imagen de las mesas de los
establecimientos playeros, con el cartel de “reservado”. Si no has concretado
plaza por teléfono o internet, tienes que seguir buscando. Hay ganas, lógicas,
necesarias y saludables, de salir y consumir ¡Estamos en agosto!
Algunos municipios realizan
la acertada costumbre de habilitar espacios para la proyección de cine al aire libre. Además de ser gratuita la
entrada, pueden disfrutarse películas de todo género y condición: clásicas,
infantiles, de miedo, thrillers, de aventuras o acción, etc. Es una inteligente
forma de conservar una hermosa tradición como era la existencia de terrazas
para el cine de verano, que la mayoría de las salas tenían en los recordados
años del siglo anterior. Hoy esas terrazas para el cine han desaparecido, por
el avance de la especulación inmobiliaria, por la refrigeración en los
domicilios y también por esas múltiples plataformas cinematográficas que
sirven, a gusto del consumidor, la película deseada para ver en el hogar. Sin
embargo, la magia del cine de verano sólo se experimenta con verdadero placer en
esos ámbitos donde se rememora la cultural, entretenida y romántica costumbre
de asistir a una sala cubierta con el sutil manto de las estrellas, en un espacio
gratificado con ese delicado y embriagador aroma de claveles, jazmines, rosas y
damas “de la noche”.
No son infrecuentes, durante
el mes más vacacional, los resfriados y catarros de
nariz y garganta, molestos y lentos para la recuperación. El origen de estas
incómodas respuestas de nuestro organismo lo encontramos en distintos espacios
y hábitos. Los conductores de los autobuses modulan la refrigeración (en
algunos casos, congelación) a “toda pastilla” en sus vehículos. La toma
“insensata” de bebidas cada vez más frías o granizadas también incide en las
faringes. Los centros comerciales son ambientados con temperaturas cuasi
invernales, para el mejor goce de la acalorada clientela, evitando que ésta
practique la fisiológica practica de sudar. Los refrigeradores domiciliarios no
paran de “runrunear” durante el día y también en las madrugadas. Y con nostalgia
nos acordamos del abanico y de aquellos búcaros de cerámica amarilla, botijos
que “sudaban” gotas cristalinas en su transparencia, artesanal mecanismo que hacía
posible mantener el agua bien fresca en su interior.
Y recuerdas la Virgen
de agosto, la noria del Tívoli y el fugaz pero ilusionado espectáculo de los fuegos artificiales, aunque no faltarán otros
tipos de fuegos, más lesivos y catastróficos para la naturaleza, como son los
incendios forestales, que seguirán dañando a un ecosistema irrespetado por los
egos e impericias de los humanos. Pero la oportunidad de estos días, señalados
para el cambio en los hábitos rutinarios, harán posible la lectura de ese libro o narrativa, varias veces comenzado y nunca
finalizado, ese relajante y juvenil paseo en bicicleta,
aunque siempre será más inteligente practicar el placer de caminar por caminos y vericuetos abiertos a la
imaginación y al ensueño y no dejar de programar un viaje
cercano a esos espacios teñidos de colores, en donde esperas recuperar
el añorado sosiego.
El calendario y el
ropaje térmico nos recuerdan que un nuevo agosto nos visita, condicionado por
la cruda realidad de lo posible y el divertimento onírico de lo imposible.
Apliquemos, con prudencia y esperanza, la siempre eficaz metodología de la
voluntad, virada con ese mágico cromatismo de la creatividad. –
José L. Casado Toro
Agosto 2021.
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