El eslabón
perdido de la historia de la cultura europea
Artículo publicado en la Revista Digital: The Conversation
Solemos
explicar el desarrollo de la cultura, la ciencia y la civilización europeas con
líneas históricas que enlazan el legado greco–romano, con sus avances y
hallazgos en los campos de la cultura y la ciencia, con el Renacimiento, a
través de las universidades del norte y centro de Europa (Londres, París,
Bolonia). En realidad, la línea de continuidad imprescindible no la
constituyeron esas universidades. O, al menos, no solo ellas.
En
la Baja Edad Media, España jugó, durante cerca de 300 años, el papel esencial
de transmisora de la ciencia y la cultura, hasta entonces custodiada y
atesorada por la civilización islámica. Y ese papel lo simboliza la legendaria
Escuela de Traductores de Toledo.
La
llamada España de las Tres Culturas que tanto estudió Américo Castro (La
realidad histórica de España), en la que convivieron durante siglos judíos,
árabes y cristianos, fue el terreno idóneo para la recuperación de las
tradiciones culturales griega y latina, enriquecidas enormemente por los árabes
del Califato Omeya.
La
Escuela de Traductores de Toledo es una continuación, en un territorio idóneo
formado por una comunidad multicultural, de la gran Escuela de Alejandría, el
último momento de esplendor de la cultura clásica y bizantina, donde se
fundieron Oriente y Occidente en un esfuerzo de confluencia de conocimientos en
tierras africanas. Este esfuerzo compilador, traductor y difusor fue asimilado
por la cultura árabe como propio, y llegó con ella a la península.
El
esplendor cultural en Alejandría, que irradió hacia Persia o Irán, también
sirvió de confluencia para el conocimiento científico y literario hindú y hasta
para traer sabidurías o técnicas de la lejana Asia hasta el Mediterráneo, como
el papel chino. Cuando los omeyas llegaron a España, trajeron consigo el papel
venido de China y la encuadernación en piel árabe, y fue así cómo en los siglos
X, XI, XII y XIII comenzaron a componerse, primero en Valencia, y luego en toda
Europa, los grandes libros con su increíble contenido.
Y
en esa historia mediterránea de comunicación de ciencia y cultura, la Escuela
de Traductores de Toledo es la ventana a la que podemos asomarnos para
contemplar lo que fueron cuatro siglos de hegemonía cultural peninsular, el
eslabón perdido de la historia de la cultura europea que unió la cultura
grecolatina con el Renacimiento.
En
realidad, el milagro cultural y científico que dio nacimiento a la Europa
moderna se gestó en una comunidad peninsular en la que convivían cuatro
culturas: la latina clásica, la mozárabe castellana, la hebrea, y la árabe. Los
textos griegos, traducidos al árabe, se tradujeron al latín, y a menudo antes
al castellano, por un conjunto de increíbles intelectuales de la época. Gonzalo
Menéndez Pidal afirma:
“Solamente en Toledo se llevó a cabo una tarea que alcanzó una gran
trascendencia en la cultura de la cristiandad ya que su actividad traductora
sirvió de puente entre Oriente y Occidente para la transmisión de la Ciencia”.
Pocos
autores de la historia del pensamiento europeo conocen la influencia que la
Escuela de Traductores tuvo en las universidades. Pocos conocen, por ejemplo,
que los libros que los árabes traían, del Pachatantra hindú a las obras
de Aristóteles, volvieron a Europa mediante España.
Muchas
de estas obras fueron primero traducidas al castellano por hablantes mozárabes,
en fechas tan tempranas como el año 1080, y de ahí, siglos después, ya desde el
latín, al alemán o al inglés. Se trató de un universo de versiones de muy
diversas lenguas. Los pensadores europeos del siglo XI, XII y XIII bebieron de
las fuentes españolas porque en ellas se conservaba la tradición oculta que
inspiró, por supuesto, La divina comedia a Dante y la Suma Theologica al
mismo Santo Tomás, influidos ambos, profundamente, por Ibn Arabi de Murcia o
por Averroes de Córdoba.
El
arabista y experto en la España musulmana Miguel Asín Palacios explicó muy bien
el proceso en La escatología musulmana en la Divina Comedia, El
islam cristianizado (Madrid, Hiperión, 1981) y Sadilíes y Alumbrados (Madrid, Hiperión, 1990).
Este
autor descubre la influencia absoluta de la obra de Ibn Arabi en La Divina
Comedia. La influencia de la cultura árabe llegó a Dante por su maestro, Bruno
Latini, quien visitó España en pleno apogeo cultural de Toledo, como hacían
muchísimos maestros europeos.
Igualmente,
descubre cómo Santo Tomás de Aquino, influido por su maestro Maimónides,
también se inspiró e imitó flagrantemente las obras y comentarios de Averroes
en su obra teológica esencial, y cómo se basó en las fundamentaciones lógicas y
místicas complementarias de los sabios árabes sufíes para escribir su Suma.
Estas obras eran la clave del desarrollo intelectual en el mundo del siglo
XIII.
Asín
Palacios recoge cómo, en 1143, el abad de Cluny visitó los monasterios
españoles y conoció al obispo español de Toledo, Ramón de Sauvetat. Bajo su
dirección se traducían en España, del árabe, no solo cientos de textos griegos,
sino los comentarios a las grandes obras de los filósofos clásicos desconocidos
en Europa, y los tratados matemáticos, astronómicos, alquímicos, realizados por
los pensadores persas e hindo-iranios. La capacidad de difusión hispana
permitió que este legado llegara a las entonces muy pobres universidades
europeas.
La
iglesia católica llevó a cabo una importante labor de apoyo y mecenazgo.
Primero, a través del prelado benedictino Sauvetât, quien fomentó la llegada a Toledo de
estudiosos extranjeros como Gerardo de Cremona, que coincidió en el tiempo con algunos
traductores peninsulares como Ibn Daud, Domingo Gundisalvo, Juan Hispalense o Marcos de Toledo, autores y sabios
de origen judío, mozárabe, árabe o castellano.
El
centro de ingentes cantidades de textos árabes y hebreos originales es todavía
el archivo de la Biblioteca de la Catedral de Toledo.
Eva Aladro Vico, Profesora Titular de Teoría de la Información, Universidad Complutense de Madrid.
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