20 julio 2021

LAS MANOS DE MI MADRE


 

      Este relato que he titulado Las manos de mi madre, me lo inspiró el cuadro de la exposición <Como nieve que baila> del pintor José Luís Puche que vi en el CAC. El cuadro de formato pequeño representa unas manos en actitud de ofrenda. Se titula Siroco y una mano tiene una mancha roja y la otra una verde a las que les he pretendido darles un significado.

 

José Luís Puche nació en Málaga en 1976 es licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Málaga y comenzó como profesional de la pintura en 2005 cuando realizó su primera exposición individual. Ha participado en exposiciones colectivas e individuales y en la actualidad es considerado como uno de los artistas contemporáneos con más proyección internacional.

 

 

      Esas manos oferentes, unidas formando un corazón, han sido como un viento cálido que ha sacudido mi memoria. El Siroco que, a velocidad vertiginosa, ha arremolinado mis recuerdos en ramilletes de secuencias vividas… o tal vez soñadas, que yacían adormecidas en los laberintos del tiempo.

      En esas manos he visto las manos de mi madre. Las manos que trabajaban incansables durante el día y que, cansadas por las noches, mecían las cunas donde dormitaban bajo su tutela las que serían mujeres del futuro. Las manos que nunca supieron de manicuras, cremas ni esmaltes. Las que solo se perfumaron con el jabón de lavar y el aroma de las rosas que cortaban, de los rosales del patio, en los amaneceres de la primavera.

       ¡Qué frescor tenían las manos de mi madre cuando, en las noches febriles de la niñez, se posaban sobre mi frente! ¡Qué seguridad me daban, sentirlas engarzadas con las mías si mi cuerpo tiritaba y mis sueños se llenaban de pesadillas oscuras! Solo con el contacto de la piel de sus dedos, los miedos desaparecían y un sueño plácido, sereno, me relajaba el cuerpo y el espíritu.

        Todavía me pregunto ¿Cómo eran tan tiernas trabajando tanto? ¿Cómo sus caricias podían ser tan suaves? A lo largo de mi vida ningunas manos me han acariciado con la ternura que lo hacían las de mi madre. Me atraían a su regazo, y me acunaban con tal dulzura, que percibía la tibieza de su pecho y los latidos de su corazón, al mismo compás que los del mío. Mis ojos iban cerrándose poco a poco y, en la duermevela, tenía la sensación de estar protegida como si estuviera en su vientre.

      Nunca fueron violentas las manos de mi madre. Si por algún mal comportamiento me dieron un cachete, lo hicieron procurando no hacerme daño. Luego, si yo arrepentida comenzaba a llorar, eran el paño que secaban mis lágrimas. Cuando se nos pasaba el enfado, me sentaban   sobre sus rodillas y con dedos habilidosos jugaban con los rizos de mis cabellos. Los rizos revueltos se convertían en tirabuzones, tirabuzones como los de las princesas de los cuentos que leía cada noche antes de dormirme. 

      Cuando las hojas del calendario se fueron cayendo, arrastradas por el vendaval implacable del tiempo, un ligero temblor se adueñó de las manos de mi madre y perdieron su firmeza. Entonces, igual que ella hacía en mi niñez, las engarzaba con las mías intentando darles la confianza que ellas supieron transmitirme.  

    Las manos que me han hecho evocar a las de mi madre, tienen una macha roja; color de la sangre que recorría sus venas y las llenaba de amor. Otra verde, como la esperanza que albergo de que algún día, en algún lugar, vuelvan a acariciarme con la ternura que ellas solo han sabido hacerlo.

                             

        Amalia Díaz Martín

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor: Se ruega no utilizar palabras soeces ni insultos ni blasfemias, así todo irá sobre ruedas.
Reservado el derecho de admisión para comentarios.

Buscar