Antonio Miguel Nogués, profesor de
antropología social. Artículo publicado en el diario digital The Conversation.
Es una pregunta que no solo se hacen los bachilleres
cuando tienen que elegir su futuro: ¿Tú eres de ciencias o de
letras? se oye también en muchos ámbitos profesionales.
La respuesta corta sería que unas se esfuerzan por
explicar los fenómenos físicos y naturales y las otras por comprender qué hacen
los seres humanos. Ambas son modos de entender el mundo en que vivimos y
pretenden, con ese conocimiento, hacer cosas que mejoren la calidad de vida:
desde un túnel que atraviese una montaña, hasta componer una bella canción que
alegre el día. O desde fabricar una vacuna contra una pandemia, hasta proponer
soluciones a conflictos políticos.
Esta dualidad, aunque nace en el XIX, se rastrea en la
Antigüedad clásica. Recordemos que el origen de la universidad europea se
encuentra en los studia generalia medievales.
Por ejemplo, la Studium Generale de
Palencia, que fue la primera universidad en España, nace en 1212.
Estos estudios generales eran centros auspiciados por
papas, reyes o emperadores, donde se impartía una enseñanza basada en las siete artes liberales. Por un lado, la
gramática, la dialéctica (o lógica) y la retórica (trivium), que
sientan las bases de la comunicación humana. Por otro lado, la aritmética, la
geometría, la astronomía y la música (quadrivium), que
desarrollan las relaciones numéricas en el espacio y el tiempo. Aquellos que
querían, podían continuar en una facultad superior (derecho,
medicina o teología) donde se les facultaba para
ejercer la profesión.
Aunque no hay una relación semántica entre los
términos universitas (asociación, consorcio) y universale, la universidad europea tuvo una vocación
universal desde sus inicios. De hecho, gracias a que la lengua de enseñanza era
el latín, y esta resultaba igual de extranjera para todos, los estudiantes
tenían orígenes geográficos y lingüísticos muy variados. Además, los egresados
obtenían una licentia ubique terrarum que
les facultaba para ejercer su profesión en cualquier parte.
Los studia generalia estaban
permeados de un fuerte componente teológico, pero este se debilitó cuando la
Reforma luterana desveló otras formas de mirar y entender el mundo. Asimismo,
la reivindicación de las lenguas vernáculas como lenguas válidas para el
conocimiento relegó al latín, y provocó la homogeneización en la procedencia
cultural de los estudiantes.
La renuncia a los fundamentalismos religiosos
católicos y protestantes (Universidad luterana de Halle (1694))
favoreció los descubrimientos científicos y el avance tecnológico de los siglos
XVII y XVIII en Europa. A lo largo del XIX el modelo alemán de universidad se
impuso en el mundo. Los planes de estudios se secularizaron y los
planteamientos de naturaleza más filosófica dejaron paso al conocimiento
contrastable y la experimentación. Pocos defendían la utilidad de una formación
en artes liberales para una sociedad que se
industrializaba y tecnificaba de manera tan acelerada. La visión universalista
de la universidad y también del conocimiento global que esta debía proporcionar
a sus estudiantes se resquebrajó.
Grosso modo la distinción es la misma que existe entre el
análisis predictivo y el arte de la interpretación de significados. La misma
que hay entre un análisis que aspira a encontrar causalidades recurrentes en
los procesos físico-naturales para predecir un resultado, y una interpretación
que aspira a encontrar tendencias de sentido en los hechos humanos para
comprender los procesos sociales. Dicho de otra manera: entre explicar por qué
cae una piedra y comprender por qué alguien la lanza.
Este contraste influye en el tipo de datos que se
necesitan para entender un hecho (la caída) u otro (el lanzamiento). En las
técnicas que se utilizan para recopilar y hacer hablar a
los datos, y que cuenten qué y por qué ocurre lo que pasa. En la capacidad para
predecir (ciencias) o prever (letras) lo que puede
ocurrir y, llegado el caso, proponer una solución.
Hay un aspecto fundamental que diferencia ambos modos
del conocer. Se trata del contexto; es decir, del cuándo y dónde suceden las
cosas. En el caso de las ciencias, el
contexto es más o menos controlable y la delimitación de las variables depende
de las capacidades tecnológicas y financieras; ahí están los experimentos de
laboratorio como evidencia. Sin embargo, en las letras el
contexto es ab-so-lu-ta-men-te incontrolable;
ahí están las encuestas para demostrarlo.
Mientras que las ciencias investigan
relaciones de causalidad que responden a leyes físico-naturales que trascienden
el espacio-tiempo, las relaciones que estudian las letras son de significación y sentido; que
sepamos, no responden a ninguna ley ni principio trascendente.
Es decir, mientras aquéllas son necesarias y ocurren
siempre que se dan las circunstancias apropiadas –lo que explica esa fe ciega
en la asepsia de los algoritmos—, éstas responden a factores que siempre
dependen de su contexto histórico y, por tanto, demandan un pensamiento basado
en la intuición interpretativa. Ahí está una ciencia mixta como la economía que –de todos es sabido— es
una excelente forma de explicar las crisis una vez que han sucedido.
Así pues, la posibilidad que hay de controlar el
contexto es fundamental para entender el contraste entre ciencias y letras y las
problemáticas teórico-metodológicas tan dispares que enfrentan. Si se puede
controlar el contexto –revestido de variables–-, se puede reproducir el mismo hecho cuantas veces lo permita el
presupuesto, así como contrastar y verificar todas las posibilidades y
respuestas.
Si no se puede controlar el contexto, entonces no se
puede reproducir el mismo hecho,
así que solo es posible estudiarlo mientras sucede y, comparándolo con otro
similar, encontrar alguna tendencia que ayude a comprender mejor el proceso
general. Por esta razón, mientras las ciencias pueden
aspirar a una objetividad avalorativa, las letras deben
aspirar a la honestidad como valor máximo.
Sin embargo, la realidad demuestra que la frontera no
es tan clara. Muchas investigaciones tienen un pie en cada modo. Son
innumerables los ejemplos que demuestran que la eficacia de una excelente
vacuna o de un prometedor plan de desarrollo territorial o de pacificación
regional dependen, siempre, de debates sobre lo justo, lo deseable o lo
legítimo; es decir, de acciones y decisiones humanas contextualizadas.
La falsa creencia en la superioridad científica y mayor utilidad de un modo del conocer sobre el otro solo
ha provocado una sordera que no ha beneficiado a nadie. Pensadores como Charles
Snow en su conferencia Las dos culturas (1959), Edgar Morin con el
desarrollo del pensamiento complejo (1982) o Basarab
Nicolescu y la transdisciplinariedad (1996), han denunciado la
compartimentación disciplinaria del conocimiento y reivindican la necesidad de
reconectar ambos modos para comprender de manera holística la intricada
densidad de la realidad.
¿A usted qué le interesa más saber, por qué cae la
piedra o por qué la han lanzado? En un mundo interrelacionado, incierto y
sobresaturado de información la respuesta correcta no debe ser otra que ambas.
Por esta razón, aunque la diferencia ontológica no pueda
desaparecer, sí debemos procurar su eliminación de los currículos académicos.
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