En la vida normalizada de cualquier persona van surgiendo una serie de
hitos significativos, que jalonan nuestro recorrido por el ciclo vital que nos
haya correspondido protagonizar. Esos hitos o
acontecimientos especiales son experimentados por la gran mayoría de los
ciudadanos. Lógicamente, pueden ser o sentirse como gratos o por el contrario dolorosos.
Su vivencia suele ir aparejada a la evolución cronológica de quien los
protagoniza. Algunos, de esos jalones vitales, pueden experimentarse en más de
una ocasión, para nuestra luminosa suerte o nublada desgracia.
Si respondiéramos a una
“testamentaria” encuesta, al aproximarse el final de nuestra existencia, ¿cuál o cuáles
han sido los momentos más significativos, que recordamos con el mayor aprecio
emocional? parece obvio que las respuestas serían muy contrastadas,
debido a la lógica de las vivencias y los caracteres de cada persona. A pesar
de este condicionante, el escritor debe aportar su criterio que, como propio, contrastará
o será parecido al de las demás personas.
En esa jerarquía de valoraciones, parece natural que para cualquier
ser humano el hito más importante de la vida sea el de NUESTRO NACIMIENTO. Entrar en “el juego” de la
existencia es, sin duda, el momento más trascendental de nuestra modesta
biografía. La suerte del destino decidirá la oportunidad de unos y otros por
llegar a una u otra familia. La gran magia o milagro del nacimiento, con la
entrada en una micro sociedad familiar que te ha creado y te va a acoger
durante muchos años, debería ser el hito número 1 en
la memoria colectiva de las personas. Sin este primer hito no existiríamos, al
margen de creencias en posibles reencarnaciones.
Para el número 2, es lógico que
exista la discrepancia o la controversia de opción. Se acumulan muchas imágenes
y vivencias en nuestra memoria, pero el PRIMER
AMOR “siempre” permanece. Esos
años de adolescencia y pubertad, cuando nuestros cuerpos temblaban, se emocionaban
o vibraban ante la manifestación de la sexualidad, entre jóvenes heterosexuales
u homosexuales, son sentimientos muy difíciles de definir o explicar. La
atracción “irrefrenable” de unos y otros, el primer clímax emocional o el
primer beso, son vivencias inolvidables en nuestro acerbo biográfico. El
sentimiento del primer amor es indeleble en los archivos oníricos de nuestra
memoria. Desde luego que ese recuerdo puede ser más o menos grato, según las
circunstancias específicas de cada cual. Pero ese sentirse “enamorado” nos
acompañará durante toda nuestra existencia, aunque haya resultado infructuoso
para la formación de una familia o unión de pareja.
Vayamos al número 3. Aquí vamos a
tener menos dudas o controversias. Al margen de lo que pueda suceder en las
décadas siguientes, el nacimiento del PRIMER
HIJO, sobre todo para la madre, puede ser a no dudar el hito
fundamental de su existencia. Esa capacidad que la naturaleza nos presta para
dar la vida a un nuevo ser, la procreación de una nueva vida, considerando o no
la influencia de la divinidad que se tenga en creencia, es algo tan poderoso que
nos resulta muy difícil de explicar. De ahí la significación e importancia del
primogénito en las diferentes culturas, para muy diversos temas o situaciones.
Para el número 4, dos grandes opciones: INICIO - FINAL DE LA VIDA LABORAL. Ninguna de ambas fechas llega a olvidarse. La vida profesional ha podido ser más o menos extensa. Se ha podido trabajar en una o más empresas, de titularidad privada o pública. Hayamos acertado en la profesión o nos sintamos amargamente equivocados. Entrar en la maquinaria laboral y salir definitivamente de la misma, son fechas que se recuerdan con el más intenso o débil sentimiento. Durante esa vida laboral hemos compartido el trabajo y la posible amistad con numerosos compañeros, con miles de personas. Es una larga etapa, de varias décadas, que da significación a nuestra sencilla o más destacada reseña biográfica.
El 5º hito es profundamente
doloroso. Aquí la unanimidad puede ser absoluta. El FALLECIMIENTO
DE UNA MADRE. Nunca olvidaremos ese dramático momento, porque lleva
a nuestras vidas el sentimiento amargo de la orfandad, aunque se sumen 40, 70 o
más años. Es un corte en nuestra existencia que nunca llegamos a superar. “Para
ella no había reproches, rencores, máculas o incomprensiones. Era una madre y
ya no está junto a mí”. La pérdida de otros familiares, amigos, compañeros,
vecinos, etc. puede ser intensamente dolorosa. Pero la soledad y la orfandad en
la que quedamos sumidos, cuando nuestra madre se nos va, es muy difícil,
imposible, de sobrellevar y soportar. Es la realidad más trascendente, dolorosa
y triste, de nuestro recorrido vital.
Aunque no resulta agradable comentarlo, todos tenemos un número 6. Aparece casi sin avisar en nuestra andadura terrenal, durante el tiempo que se nos ha dado para hacer el camino, sin que sepamos el por qué. SALIR DE LA VIDA. Y lo hacemos como un viaje misterioso, pleno de intriga, a modo de terrible thriller, porque vamos hacia lo absolutamente desconocido. Lo hacemos generalmente con dolor o, con mejor fortuna, casi sin darnos cuenta. El pasar a la nada es un hecho o hito terrible, más que trascendente, inevitable y al que nunca el ser humano se habituará. Es muy complicado asumirlo. Pero mientras mejor se acepte, menor dramatismo y desesperanza nos generará.
Vida. Amor. Hijo. Trabajo-jubilación. Madre. Nada. Así es, básicamente,
nuestra biografía. Igual que la de aquél. Tan parecida a la de los demás. Y
todo tiene una fácil e imposible explicación. Es la razón y ley del misterio de la vida.
Se me ocurre, en este abrupto final, que, durante el viaje por lo
terrenal, vayamos mirando en nuestras alforjas aquellos valores que hayamos podido “atesorar”. Gozar
de la naturaleza, la verdadera amistad, la generosidad, la bondad, la verdad, la
sonrisa, la honradez, la solidaridad, la tolerancia, el amor. De esta forma, el
críptico destino a lo desconocido será, a no dudar, menos ingrato. -
José L.
Casado Toro
Octubre 2025.
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