Hace poco me refería a
algunas frases muy populares que solemos decir a menudo y que muchas personas
no tenemos ni idea de su procedencia. Desde hace bastante tiempo, mas bien
años, he tenido la curiosidad o la paciencia de ir recopilando algunas que por
su originalidad me llamaban la atención. Cuando era un niño en Melilla, mucha
gente mayor procedente de Málaga cantaban unas coplas antiguas que solían ser
las de sus pueblos y las palabras, aparentemente no parecían de grueso calibre
soez. Hay otras que ya se difuminaron con el tiempo y dieron paso a las que
parecen ladridos como: “wow
(guau), que bueno es este disco“,
como si el disco se comiera. También las que le hacemos la pelota a los
ingleses con el ok, en vez de decir: vale, o wc en vez de retrete y muchos otros que se ven en cualquier
local de cualquier ciudad.
A veces cuando uno coge un
libro y lleva varias páginas de lectura tranquila y de pronto salta una palabra
o una frase que te recuerda otra de hace muchos años, a mi me ocurre a menudo.
Hace varios días, ojeando algunas obras de teatro de Lorca me llamó la atención
una muy cortita que se titula: Amor
de Don Perlimplín con Belisa en su jardín. El nombre tan repipi de Don Perlimplín
rimando con jardín me llevaba a mi niñez cuando escuchaba a una señora, un poco
descocada y casi anciana, que siempre recitaba unos versos preciosos. Son del
Capitán General de los Poetas; qué
lástima que éstos asesinos se lo cargaran, decía. Uno de aquéllos poemas decía: ¡Ay amor, amor!/ entre mis muslos cerrados/
nada como un pez el sol /.
Esto lo dice Belinda para trajinarse al solterón y tontorrón Don Perlimplín,
que al final de tonto no tiene nada, solo enamorado.
El marido de ésta señora
lectora era de Málaga y los estribillos que canturreaba a menudo a veces parece
que los oigo cuando los leo en cualquier libro o que dicen mucha gente mayor de
ésta ciudad, como mi vecino Rafael, (q.e.p.d.) y un pensionista asiduo a la
biblioteca municipal. Éste hombre hablaba siempre rociando saliva a diestro y
siniestro y siempre con tropos. Decía que era su manera de hablar pero lo que
de verdad era un chocarrero y un guasón. Hay una que también la rescaté para mi
colección particular; lo digo con toda la modestia del mundo y si me lo
permiten de vez en cuando intentaré plasmarlas en las páginas de éste diario;
de verdad que son simpáticas y refrescantes, a pesar de los años que tienen.
Siempre creí que solo las
naranjas cachorreñas, como las llaman aquí, las que crecen en los paseos de las
ciudades, tenían la prerrogativa de llamarse así pero cuando mi amigo el de la
biblioteca me lo rectificó y me indicó que leyera el diccionario vería que
también son unas sopas que se toman en Andalucía, mas bien en el campo, y claro
me vino a la memoria la canción popular que escuchaba a aquél matrimonio que
decía así: Cachorreña (sopa caliente) se perdió/
el gazpacho la anda buscando/ ¿Dónde la vino a encontrá ? / En casa del ajo blanco, / pariente de
la ensalá / . Quién no ha probado el ajoblanco en
Melilla o el gazpacho andaluz. Existe un soneto dedicado al gazpacho que dice: Se machacan de un ajo cuatro dientes/ con
sal, miga de pan, huevo y tomate/ y en aceite de oliva bien se bate/ majado con
los ritmos convenientes.
No me digan que no tenía gracia la persona que le dio la idea de sacarle un
soneto al gazpacho.
Hay
otra copla de un pueblecito de la serranía de Ronda que se le canta a las
mocitas un poco serias y estiradas que no desean que les canten serenatas
nocturnas o que no quiera que el pretendiente le de la lata debajo de su
ventana: La niña que está dormía/ y la guitarra la llama/ se despierta esaboría/ dando vueltas por la cama/ como una loca perdía /. Otra canción que se puede escuchar por
esos lares: Una
niña fue a lavar/ a los grifos del molino/ vino el agua por detrás / y le regó
el cebollino.
La imaginación de éste
hombre hacía que de las sombras que reflejaban sus manos, aparentemente
viéramos los niños en la pared blanca de su casa historias de tortugas que
corrían como los lagartos y de naranjas que se casaban con manzanas; los mas
pequeñillos, les rogaban que les leyese, sin libro alguno, algo en la pared
blanca.
Un día, cuando él era un anciano de boina y bastón y algunos
moceábamos nos explicaba como anécdota lo que le ocurrió a Federico García
Lorca en una tertulia en Barcelona en 1926 cuando un tertuliano, catalán, como
si fuese extranjero, por el deje granadino del poeta, ya que por aquéllos años
de dictadura de Primo de Rivera el catalanismo era feroz, separatista e
intransigente, le preguntó: ¿De donde es usted joven?, Lorca que
de tonto no tenía un pelo, con su brazo alzado y con la solemnidad que ponía él
en los casos serios le contestó: Soy, ... del Reino de Granada. Esto lo
explicaba cuando en España empezaba a nacer la democracia y las autonomías se
estaban formando con el consenso de todos los españoles.
Juan J. Aranda
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