Recordando
tiempos pretéritos, la popular y lúdica escenografía gozaba de un indudable
encanto. Ocurría, especialmente, durante los fines de semana, para la sesión de
las siete de la tarde ¡A quien no le gustaba ir al cine, pasando un par de
horas distraídas (en programas dobles eran casi cuatro horas) en algunas de las muchas salas que Málaga ofertaba? Goya, Echegaray, Albéniz, Victoria, Astoria, Málaga
Cinema, Andalucía, Cervantes, Principal, Alameda, Lope de Vega, a las
que habría que sumar los interesantes programas dobles que “ponían” en el Avenida, Moderno, Royal, Capitol, Duque, Plus Ultra,
Cayri, etc. Salas ubicadas tanto en la zona centro de la ciudad, como en
las entrañables barriadas. Curiosamente, de los cines citados, sólo sigue
funcionando el Albéniz, gracias al ser de titularidad municipal. Tiempos
inolvidables en los que Iban al cine los matrimonios, las parejas de novios,
las dos amigas o esos aficionados solitarios que no se perdían ningún programa
interesante de la atractiva cartelera.
El
ceremonial de esta lúdica y popular actividad comenzaba eligiendo en la cartelera (prensa, radio o en las paredes de
algunas calles) la película que resultaba atractiva, por la crítica o los
actores protagonistas. A continuación, había que desplazarse al cine y “ponerse en cola” con la suficiente antelación,
para poder adquirir en la taquilla la entrada correspondiente, especialmente
para la sesión numerada de las 19 horas (en las salas de estreno). En
ocasiones, la fila de personas que pacientemente esperaban daba la vuelta a la
manzana edificada, en donde estaba ubicada la sala. Como el tiempo de espera
hasta llegar a la taquilla podía alargarse, se entablaban conversaciones, se
hacían amistades y se generaba alguna que otra discusión con los “listos” de
siempre, quienes aprovechaban cualquier recurso para practicar el incívico ”arte
del colarse”, con el griterío, las chuflas, los enfados de los que se sentían
“burlados” en el lugar de la cola. Si se era pudiente en lo económico o la
paciencia o el cansancio se encontraba al límite, podía evitarse el tiempo de
espera acudiendo a un personaje educado, bien vestido, que practicaba la
habilidad del disimulo (ya que la policía podía darle un buen disgusto), como
era “la reventa”. “Tengo butacas centradas,
en las filas 8 y 9. Si quieren pasillo, la propina por la entrada ha de ser más
generosa”.
Los
que no compraban en la reventa, al fin llegaban a la
taquilla, habitáculo con esa pequeña ventana de atención al público, en
donde eras atendido generalmente por una mujer. Siempre se intentaba “negociar”
con la taquillera del cine, para conseguir un buen sitio dentro de la sala. Ya
se ha comentado que esa sesión de las siete, en los cines de estreno, solía ser
con asientos numerados, en el ticket correspondiente.
Ya con la entrada en la mano y con el tiempo justo, se entraba en el cine, en
donde el portero hacía un pequeño corte en
la localidad adquirida.
Dentro
de la sala estaba la figura siempre valiosa y apreciada del “acomodador” quien con su linterna en mano te
llevaba rápidamente al asiento que te correspondía o localizaba un asiente
libre en donde poder ubicarte y disfrutar de la película.
Verdaderamente
tenía su “encanto, todo este proceso de guardar la cola. Además de las conversaciones improvisadas, había vendedores de “chuches” tanto en la cola como en
el interior de la sala. Los paquetes de “alvellanas”, los botellines de agua, los
“oranges y gaseosas” las chocolatinas, las bolsitas de almendras “tostadas y
saladas”, las pipas de girasol (especialmente en las terrazas de verano), los
caramelos, los chicles “bazoka” etc. todo un arsenal al que había que unir las
palomitas de maíz o “rosetas”. Había salas en las que el portero no permitía
que se introdujera “alimentos” que no se hubieran comprado en el bar o ambigú.
Si se llevaba algo de casa o se había comprado en algún puesto de la calle,
había que esconderlo o disimularlo lo mejor posible, cuando se pasaba ante el
portero del cine.
En
Málaga el primer multicines que se instaló
fue el cine Atlántida, en la calle Refino
(precisamente a pocos metros de donde nació y desarrolló su infancia la actriz
Pepa Flores, 1948 (Marisol) siguiéndole las salas del América
Multicines, en la explanada de la Estación. El empresario del cine Atlántida
dividió la sala original en dos, pero la construcción no estaba bien realizada
en su insonorización y cuando en una de las salas se proyectaba una película
con elevada acústica, se oía el ruido correspondiente en la otra sala paralela.
Otros cines se fueron incorporando a la moda de las multisalas. En ocasiones se
generaban situaciones un tanto cómicas o singulares: había espectadoras que al
llegar a la taquilla preguntaban a la expendedora ¿cuál película me recomienda,
de las que están poniendo?
Esta escenografía ha cambiado drásticamente en la actualidad,
por la influencia y uso de los recursos
informáticos. Los multicines que aún permanecen abiertos (generalmente
en los grandes centros comerciales) han eliminado progresivamente las
tradicionales taquillas para la compra de entradas. Ahora ofrecen a los
aficionados al cine unas pantallas digitales, en donde se puede elegir
película, hora y asiento, pagando a continuación en un lector de tarjetas
bancarias y obteniendo el recibo correspondiente, con su código de barras. Este
código se muestra en otro lector situado en la puerta del cine, que permite la
entrada, antes de dirigirte a la sala elegida. Los multicines también permiten
sacar y pagar la localidad desde el propio móvil telefónico o utilizando el
ordenador personal.
Las
empresas cinematográficas incentivan la asistencia de los aficionados con un curioso mecanismo: según la hora, en que se saque
la localidad, su precio varía. Mientras más cerca esté la hora del inicio de la
proyección, el coste de la entrada es menor (a
veces, se obtiene un ahorro de casi el 50%). Obviamente este sistema ayuda a que
haya el menor número de butacas vacías de espectadores cuando comienza la
proyección.
Este
sistema informático ha provocado que sea innecesaria la permanencia de las recordadas
antiguas taquillas y con ello las personas que las atendían. También se han
eliminados aquellas largas filas de aficionados que esperaban turno para
comprar las entradas e incluso la propia presencia de porteros, pues ejerce
como tal el lector electrónico del código de barras del ticket, a fin de
franquear la entrada en el cine. Son puestos de
trabajo que van desapareciendo, aunque se generan otros nuevos empleos
de técnicos o cualificados en informática. Es el signo del avance del tiempo y
sus cambios tecnológicos: rapidez y eficacia para los empresarios y para los
espectadores.
Desde
luego se ha perdido aquel proceso “anticuado”, que poseía un cierto encanto,
como era “ir a sacar las entradas” guardando
la cola correspondiente. Debemos invocar que las salas de cine no desaparezcan.
En Málaga capital contamos con dos multicines. Las plataformas cinematográficas
en Internet ofrecen todo tipo de películas a diferentes precios. Pero no es lo
mismo la pantalla del televisor o del ordenador, que la magia y misterio proporcionado
en una sala de cine, cuando se apagan las luces para iniciar la proyección en
la gran pantalla. El corazón de los cines seguirá latiendo, pues es un arte
infinito que multiplica los valores de nuestras vivencias. –
José
L. Casado Toro
Abril
2025
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