21 marzo 2025

ROCAS EN EL MAR

 


En ocasiones, nuestro espíritu rebelde, creativo o transformador, nos estimula para alterar, con más o menos radicalismo, el orden establecido por la tradición, la rutina o el normal hábito existencial en nuestras vidas. Sin embargo, en aquellos momentos en los que prima la sensatez, sentimos satisfacción y grato sosiego ante el orden natural de las cosas, tanto en el entorno vivencial en el que estamos inmersos, como en la privacidad de nuestros pensamientos, actitudes y respuestas, para el quehacer de cada día.

Dicho de otra forma y aplicando sencillos ejemplos, nos agrada y tranquiliza ver y disfrutar el amanecer del sol durante el alba y ese anochecer que permite el brillante fulgor de las estrellas en el firmamento. Nos ilusiona percibir la cercanía de la naturaleza, con el cromatismo multicolor de las flores y ese mágico aroma que engalana nuestra imaginación. Es también tranquilizador que los niños jueguen en los jardines, en las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades. Y qué mayor alegría supone gozar de la lluvia, que avena tantas necesidades hídricas en nuestra solidaria convivencia. Anhelamos el lustre cultural que nos proporciona la lectura, el cine, el teatro y la música, artes escénicas que enriquecen de preciados valores nuestra estructura espiritual. Y mantenemos ese noble deseo que nadie sufra la falta de trabajo, de vivienda, de alimento y de sabia ayuda ante la enfermedad.

Sin embargo, también nos genera desconcierto, crípticos interrogantes, intensos desánimos y justa indignación, cuando contemplamos la acre alteración del orden natural en la buena convivencia, con esas desgraciadas secuelas de dolor, tristeza, desesperación y muertes. Las guerras y demás enfrentamientos es la patología contraria de la generosa convivencia en solidaridad y coherente armonía. Los egoísmos, los nacionalismos y las absurdas intolerancias, fracturan el buen hábito de la cooperación y la comprensión dialogada con el respeto a los demás. Los delitos contra las leyes alteran el buen orden en la ciudadanía, provocando conflictos y penosas discordancias.


Aspiramos a que “las cosas” marchen bien y los errores sean corregidos y evitados, aplicando inteligencia y equilibrio en las normas y en las actuaciones individuales, colectivas y gubernativas. ¿Es mucho pedir que las flores tengas gratos aromas y vistosos colores, que el cielo sea celeste, que los grifos manen agua y que el tren llegue a la estación con la puntualidad establecida?

Y pensemos ahora en la naturaleza marítima. Parece lógico que en los mares y océanos floten y viajen las embarcaciones, que haya peces en las redes para el alimento humano, que el viento y la acción solar evapore agua para avenar o hidratar esas nubes que proporcionan las lluvias, que el olor a marisma se confunda y mezcle con la acústica del oleaje, percutiendo sobre las playas y los puertos marítimos. Pero ¿qué ocurre cuando ese manto plateado, en donde el cielo se refleja, se ve invadido por un agreste roquedo, que rompe la armonía hídrica en la superficie de las aguas? Esas masas rocosas, cercanas a las playas impide o dificulta la tranquilidad sosegada del baño, y el ocio o trabajo de las embarcaciones.



Esa agreste orografía también aparece, metafóricamente, en nuestras vidas, a modo de oscuros “nubarrones” provocando desarmonías, desasosiegos y formas de infelicidad. Podemos ir limando o limpiando muchas rocas en nuestro desarrollo existencial. Pero las rocas marítimas no son fáciles de eliminar, pues allí permanecen hasta que la fuerza de la marea vaya reduciendo o cubriendo su impertinente presencia. Pero mientras que su realidad se mantiene, hay otros seres en la naturaleza que saben bien aprovecharlas. Son esas aves, las gaviotas, que sobre vuelan nuestras vidas y que allí descansan, junto al susurro acústico del oleaje y el aroma salino de las aguas marinas, mezclado con la brea perdida por los motores de las embarcaciones. Lucen su inmaculado y suave plumaje y emiten esos sonidos que se confunden con el percutir del oleaje que las fuerzas naturales generan. Rocas en el discurrir de nuestras vidas y también rocas en el mar. Ese roquedo impertinente, con el que hay que convivir para poder avanzar. -


 José L. Casado Toro

Febrero 2025

 



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