Soy
la primera Constitución Política Española. Acabo de nacer este 19 de marzo de
1812, después de un parto largo y difícil en las Cortes de la milenaria Cádiz. Algunos
de los diputados que participaron en mi redacción no pudieron ser testigos de
mi alumbramiento, pues fallecieron de otro brote de fiebre amarilla en la
ciudad.
Me
han constituido mientras España estaba siendo invadida por Francia y con la
plana política reunida en el extremo del país. He sido calificada como liberal
y moderna por alcanzar un entendimiento entre liberales y absolutistas. Conmigo
se deja atrás el Antiguo Régimen, mediante la separación de poderes políticos.
La nobleza y el clero no gozarán de sus antiguos privilegios. No obstante, la
Religión Católica sigue instaurada como oficial. La Inquisición, esa santa
con mimbres de demonio vengador que sembró de hogueras y muerte nuestra
geografía, dejará de existir según lo estipulado, pero tengo mis dudas… Las nuevas
leyes para la economía fomentarán el desarrollo de la agricultura, la ganadería, la industria y el comercio. Se
gobernará bajo una monarquía constitucional y católica.
A grandes rasgos, éstas son las virtudes teóricas
de mis leyes y artículos, recibidas por todos con entusiasmo. Yo no me siento satisfecha
al completo aunque, considerando de donde viene el país, es mucho lo conseguido.
Hay bastantes puntos sin resolver o sujetos con imperdibles: reformas en el
sistema sanitario. El concepto de ciudadanía solo es aplicable a los
descendientes de americanos y no a los de africanos.
Ahora
me dirijo a ti, mujer. Seguramente me has releído varias veces buscando entre líneas
y párrafos tus derechos ausentes. Eres, como es tradición en nuestra historia,
una ciudadana invisible. Estás harta de vivir bajo el paraguas de esos hombres,
ignorantes de tus necesidades y que apagan la voz de tus opiniones. Muy consciente
de esta injusticia, tampoco ignoro ser el resultado del poder político de tu
marido, padre o hermano. Ellos no te han tenido en cuenta ni para votar a los
25 años, como a los varones. Recuerdo
una frase muy repetida entre mis creadores: la mujer no tendrá derecho al
voto, eso supondría abrir la Caja de Pandora. Quizá lo verán los próximos siglos.
Ese derecho sería la llave de muchos otros. No cejéis en el intento, vuestra
inteligencia y talento os ayudarán.
Y, paradojas de la vida, me han bautizado con
nombre de mujer: Pepa, por la celebración del Santoral Católico y la esperada cercanía
del pueblo. Da igual cómo me llaméis. Es más, no quiero ser invocada con
palabras huecas entre los escaños, la justicia y la ley siempre deberán avalarme.
La democracia es el sueño de cualquier Constitución y una lejana utopía. Reconozco
el esfuerzo titánico para poner de acuerdo a tantas y diversas ideologías. Sin
embargo, debo admitir que mis padres, un puñado de diputados individualistas, esta
vez lo han logrado. El pueblo está en sus manos y no deberían olvidar mi principio
fundamental: la potestad de gobernar se la deben a él, porque ellos solo lo representan.
No sé si otros, en otros momentos de la historia futura, serán capaces de dejar
a un lado los globos inflados de sus egos personales en aras del bien común.
Estoy
orgullosa de ser una herramienta muy capaz para dirigir el destino de este
país. El problema radicará en quiénes y cómo me empleen. Tampoco seré eterna,
mi tiempo de validez irá de la mano del avance de la sociedad y sus necesidades
históricas. Éstas cambiarán y será indispensable, desde nuevas Constituciones o
reformas de artículos, modificarme para esos nuevos tiempos, sus ciudadanas y
ciudadanos.
Esperanza
Liñán Gálvez
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