El interés por viajar es un objetivo que nunca decae, sino
que se incrementa en todo tiempo y lugar. En este progresivo afán o ilusión
viajera, influyen muchos elementos y circunstancias. Principalmente se realiza
por el placer de la original o repetitiva experiencia, aunque también por las
motivaciones profesionales que, lógicamente, influyen en este tráfico
territorial. Los incentivos por desplazarnos a otros lugares,
distintos de nuestra residencia habitual, se sustentan en esa distracción
“irrechazable” que necesitamos; el enriquecedor cambio ambiental y cultural
para nuestro equilibrio anímico; el conocer otras formas de vida y de concebir
la existencia; la monumentalidad, climatología y gastronomía que encontramos en
estos atractivos lugares a donde nos dirigimos; las numerosas posibilidades y
ofertas económicas de los viajes organizados por las agencias de viajes y por otras
muchas asociaciones, que incluyen en su programación la promoción y desarrollo
de estos desplazamientos a localidades o circuitos cercanos o más alejados de
nuestra geografía; las muy atractivas ofertas que a diario nos ofrecen los tour
operadores, a través de la red de redes o Internet. Por supuesto, tampoco hay
que olvidar el incremento del poder adquisitivo de las clases medias, en la
estructura social. La duración de estos “periplos” viajeros es variable: una
noche, siete o más noches.
Otra interesante motivación, que suele
darse en las personas que emprenden estos desplazamientos, es la posibilidad y atractivo de adquirir objetos de toda naturaleza, como recuerdo especial del lugar visitado. Normalmente
suelen ser piezas de elaboración artesana, afamada por la tradición, aunque
también animan para su compra determinados artículos alimenticios,
característicos del lugar. Estas adquisiciones tienen un
doble destinatario: primero, el propio viajero, para recordar
emocionalmente la estancia realizada; pero también (y muy importante) traer recuerdos
o regalos para familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo o
asociación.
Siempre es posible, si se aplica tiempo
e imaginación, encontrar algo curioso, original,
vinculado a los encantos o tradiciones del lugar. Sin embargo, cuando iniciamos
un viaje, organizamos en nuestra mente algunos regalos posibles para llevar a
tal o cual persona, detalles o regalos generalmente vinculados con los
caracteres de la localidad o entorno monumental visitado. Nadie duda de que esas piezas se pueden
encontrar fácilmente por Internet. Pero si se trae con el envoltorio de la
tienda del lugar, adquiere más verosimilitud y prestancia.
El caso es que el
viajero habitual va acumulando, a la vuelta de sus frecuentes
desplazamientos, una gran cantidad de objetos diversos que, de manera
inevitable, van ocupando y llenando las estanterías del gran mueble del salón,
los altillos de los armarios o las cajoneras de los mobiliarios de las diferentes
habitaciones, pronto “colapsados” por tamaña cantidad de recuerdos. Con el
tiempo, como no haya voluntad de oportunas sustituciones, en las paredes de los
pisos van quedando escasos espacios en donde colocar o colgar las piezas
artesanas adquiridas en su momento, con la mayor ilusión. Obvio es indicarlo, tantas figuritas exigen
periódicamente la dedicación de tiempo y paciencia para limpiarles el polvo
acumulado desde su sedentaria ubicación, durante semanas, meses y años. Y es
que da lástima desprenderse de ellos, pero el esfuerzo y el tiempo que demanda
su limpieza es también digno de valorar.
Los ejemplos de compras que podrían citarse son numerosos y
lógicamente variados. Láminas o acuarelas, cucharitas, dedales, abanicos,
ceniceros, llaveros, figuritas de cristal, madera, bronce u otro metal,
posavasos, floreros, imanes para “poblar” el frigorífico, medallas santificadas,
rosarios bendecidos, tijeras, cuchillos o “navajas” albaceteñas, cerámicas de
todas formas y colores, etc.
Existe una frase emblemática y cariñosa
al tiempo: “Me acordé de ti”, cuando vuelves
de un gozoso viaje. Si traemos como regalo artículos alimenticios (mantecados
de Antequera, aceite de Jaén, morcilla de Burgos, pastas “santificadas” de los innumerables
conventos de clausura, adquiridos al través del torno, las famosas legumbres
castellanas, los chorizos y lomos bien curados extremeños o castellanos, los
ricos mazapanes de Santo Tomé, en la Plaza de Zocodover toledana, las
ensaimadas mallorquinas, etc.) son productos comestibles, suculentos y
perecederos. Pero las cerámicas, las catedrales de Santiago de Compostela,
Burgos, Toledo, León, el Coliseo de Roma, la Mezquita cordobesa, la Torre
Eiffel, u otras figuras ornamentales, procedente de esa localidad que a todos
nos gustaría visitar, tras el educado agradecimiento como es debido, hace que
nos preguntemos “¿Y dónde pongo yo esto, muy
bonito sin duda, de un lugar que no he tenido la suerte de visitar …”
Respetando todas las creencias, hay viajeros muy devotos que vuelven bien
cargados de medallas, bandejas y llaveros de Lourdes, Fátima, el Pilar o
incluso de Fray Leopoldo de Alpandeire. El receptor de estos recuerdos
religiosos, los recibe con el respeto que merecen, pero o bien los tiene
repetidos o tener que utilizar sus llaves leyendo de continuo esa frase que
dice “Recuerdo de El Pilar, Zaragoza” en donde hace décadas que no ha visitado,
pues no le produce especial motivación, respetando también las legítimas creencias
del receptor. Y mejor no abordar los bloques, decenas y decenas, de fotos que
recibes en tu chat del Whatsapp.
A pesar de todo lo expuesto, es
natural, comprensible e incluso divertido, que siempre mantengamos la ilusión de comprar buenas y curiosas cosas “para el
recuerdo” de ese precioso y diferente lugar que hemos tenido la suerte y
la oportunidad de visitar durante unos días de vacación. Lo que resulta algo
próximo a la comicidad, o al mundo globalizado que hemos creado, es que cuando miramos
esa espada toledana o aquellas matrioshkas que hemos adquirido a pocos metros
del Kremlin, observamos con un cierto desconsuelo en la etiqueta ese texto de
“made in Singapur” u otros entornos asiáticos o africanos. Allí se ubican
empresas comerciales especializadas, que fabrican miles de objetos, ya que pueden
disponer de una mano de obra barata y exenta de conflictos sindicales.
Es necesario y anímicamente saludable
disfrutar del placer de viajar. Es divertido y no debe faltar la compra de
recuerdos que sustentan nuestra memoria. Pero apliquemos
la imaginación y la lógica, cuya racionalidad nunca ha de faltar. Además
de los centenares de tomas fotográficas, nuestros
mejores recuerdos estarán anclados en la memoria, cuyos compartimentos
son infinitos y universales. Gocemos el apasionado momento de la oportunidad. –
José L. Casado Toro
Enero 2025
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