07 febrero 2025

LOS RECUERDOS DEL VIAJERO

 


El interés por viajar es un objetivo que nunca decae, sino que se incrementa en todo tiempo y lugar. En este progresivo afán o ilusión viajera, influyen muchos elementos y circunstancias. Principalmente se realiza por el placer de la original o repetitiva experiencia, aunque también por las motivaciones profesionales que, lógicamente, influyen en este tráfico territorial. Los incentivos  por desplazarnos a otros lugares, distintos de nuestra residencia habitual, se sustentan en esa distracción “irrechazable” que necesitamos; el enriquecedor cambio ambiental y cultural para nuestro equilibrio anímico; el conocer otras formas de vida y de concebir la existencia; la monumentalidad, climatología y gastronomía que encontramos en estos atractivos lugares a donde nos dirigimos; las numerosas posibilidades y ofertas económicas de los viajes organizados por las agencias de viajes y por otras muchas asociaciones, que incluyen en su programación la promoción y desarrollo de estos desplazamientos a localidades o circuitos cercanos o más alejados de nuestra geografía; las muy atractivas ofertas que a diario nos ofrecen los tour operadores, a través de la red de redes o Internet. Por supuesto, tampoco hay que olvidar el incremento del poder adquisitivo de las clases medias, en la estructura social. La duración de estos “periplos” viajeros es variable: una noche, siete o más noches.

Otra interesante motivación, que suele darse en las personas que emprenden estos desplazamientos, es la posibilidad y atractivo de adquirir objetos de toda naturaleza, como recuerdo especial del lugar visitado. Normalmente suelen ser piezas de elaboración artesana, afamada por la tradición, aunque también animan para su compra determinados artículos alimenticios, característicos del lugar. Estas adquisiciones tienen un doble destinatario: primero, el propio viajero, para recordar emocionalmente la estancia realizada; pero también (y muy importante) traer recuerdos o regalos para familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo o asociación.

Siempre es posible, si se aplica tiempo e imaginación, encontrar algo curioso, original, vinculado a los encantos o tradiciones del lugar. Sin embargo, cuando iniciamos un viaje, organizamos en nuestra mente algunos regalos posibles para llevar a tal o cual persona, detalles o regalos generalmente vinculados con los caracteres de la localidad o entorno monumental visitado.  Nadie duda de que esas piezas se pueden encontrar fácilmente por Internet. Pero si se trae con el envoltorio de la tienda del lugar, adquiere más verosimilitud y prestancia.



El caso es que el viajero habitual va acumulando, a la vuelta de sus frecuentes desplazamientos, una gran cantidad de objetos diversos que, de manera inevitable, van ocupando y llenando las estanterías del gran mueble del salón, los altillos de los armarios o las cajoneras de los mobiliarios de las diferentes habitaciones, pronto “colapsados” por tamaña cantidad de recuerdos. Con el tiempo, como no haya voluntad de oportunas sustituciones, en las paredes de los pisos van quedando escasos espacios en donde colocar o colgar las piezas artesanas adquiridas en su momento, con la mayor ilusión.  Obvio es indicarlo, tantas figuritas exigen periódicamente la dedicación de tiempo y paciencia para limpiarles el polvo acumulado desde su sedentaria ubicación, durante semanas, meses y años. Y es que da lástima desprenderse de ellos, pero el esfuerzo y el tiempo que demanda su limpieza es también digno de valorar.

Los ejemplos de compras que podrían citarse son numerosos y lógicamente variados. Láminas o acuarelas, cucharitas, dedales, abanicos, ceniceros, llaveros, figuritas de cristal, madera, bronce u otro metal, posavasos, floreros, imanes para “poblar” el frigorífico, medallas santificadas, rosarios bendecidos, tijeras, cuchillos o “navajas” albaceteñas, cerámicas de todas formas y colores, etc.

Existe una frase emblemática y cariñosa al tiempo: “Me acordé de ti”, cuando vuelves de un gozoso viaje. Si traemos como regalo artículos alimenticios (mantecados de Antequera, aceite de Jaén, morcilla de Burgos, pastas “santificadas” de los innumerables conventos de clausura, adquiridos al través del torno, las famosas legumbres castellanas, los chorizos y lomos bien curados extremeños o castellanos, los ricos mazapanes de Santo Tomé, en la Plaza de Zocodover toledana, las ensaimadas mallorquinas, etc.) son productos comestibles, suculentos y perecederos. Pero las cerámicas, las catedrales de Santiago de Compostela, Burgos, Toledo, León, el Coliseo de Roma, la Mezquita cordobesa, la Torre Eiffel, u otras figuras ornamentales, procedente de esa localidad que a todos nos gustaría visitar, tras el educado agradecimiento como es debido, hace que nos preguntemos “¿Y dónde pongo yo esto, muy bonito sin duda, de un lugar que no he tenido la suerte de visitar … Respetando todas las creencias, hay viajeros muy devotos que vuelven bien cargados de medallas, bandejas y llaveros de Lourdes, Fátima, el Pilar o incluso de Fray Leopoldo de Alpandeire. El receptor de estos recuerdos religiosos, los recibe con el respeto que merecen, pero o bien los tiene repetidos o tener que utilizar sus llaves leyendo de continuo esa frase que dice “Recuerdo de El Pilar, Zaragoza” en donde hace décadas que no ha visitado, pues no le produce especial motivación, respetando también las legítimas creencias del receptor. Y mejor no abordar los bloques, decenas y decenas, de fotos que recibes en tu chat del Whatsapp.


A pesar de todo lo expuesto, es natural, comprensible e incluso divertido, que siempre mantengamos la ilusión de comprar buenas y curiosas cosas “para el recuerdo” de ese precioso y diferente lugar que hemos tenido la suerte y la oportunidad de visitar durante unos días de vacación. Lo que resulta algo próximo a la comicidad, o al mundo globalizado que hemos creado, es que cuando miramos esa espada toledana o aquellas matrioshkas que hemos adquirido a pocos metros del Kremlin, observamos con un cierto desconsuelo en la etiqueta ese texto de “made in Singapur” u otros entornos asiáticos o africanos. Allí se ubican empresas comerciales especializadas, que fabrican miles de objetos, ya que pueden disponer de una mano de obra barata y exenta de conflictos sindicales.

Es necesario y anímicamente saludable disfrutar del placer de viajar. Es divertido y no debe faltar la compra de recuerdos que sustentan nuestra memoria. Pero apliquemos la imaginación y la lógica, cuya racionalidad nunca ha de faltar. Además de los centenares de tomas fotográficas, nuestros mejores recuerdos estarán anclados en la memoria, cuyos compartimentos son infinitos y universales. Gocemos el apasionado momento de la oportunidad. –

 

José L. Casado Toro

Enero 2025




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