05 noviembre 2024

FANTASÍA INGOBERNABLE

 


El interior de la cabeza de Ángela no solo estaba dividida en dos hemisferios, sino en dos mundos, la mitad más ingobernable era su universo de fantasía.

Una cajera de supermercado con una imaginación desbordante que salía a la luz en cualquier momento. Ella la llamaba su hora bruja y se disparaba sin obedecer a las manecillas del reloj. Tampoco sucedía siempre con los mismos objetos. 

 Ese resorte se activaba al deslizar cualquier producto por la cinta transportadora de la caja. Lo miraba fijamente y sin saber cómo ni por qué empezaba a fantasear con él.

Cuando notaba la proximidad de esa invasión fantástica miraba hacia otro lado para desviar los ojos del detonante o sonreía a quien tuviera enfrente con el propósito de no caer en la tentación. Aunque una vez que sus pupilas lo habían fijado como en una fotografía ya no había vuelta atrás. Entraba en una especie de trance: permanecía con la vista perdida en un horizonte imaginario; quieta y callada mientras la cinta acumulaba uno tras otro los productos de cualquier compra sin pasar por el escáner. Algunos clientes le hablaban esperando su reacción y otros embolsaban sus artículos y salían rápidamente hasta escuchar las alarmas.

Esta vez había sido media docena de plátanos que la llevaron hasta Canarias: a sus playas idílicas y a pasear por la arena oscura con el Teide como paisaje de fondo. No llegó a comerse aquellas papas arrugás con mojo ya servidas sobre la mesa de un restaurante. El encargado la zarandeó por el hombro y la hizo reaccionar. Debían mantener un ritmo de trabajo rápido exigido por el protocolo de control de ventas y  si se incumplía varias veces podía ser motivo de despido. Era su tercer parón injustificado de esa mañana de sábado con el establecimiento lleno a rebosar.

Su número fatídico parecía ser el tres. Tres semanas en tres trabajos diferentes en los cuales, a los tres días, no superaba la prueba y al cuarto debía buscar otro empleo.

Pensó en una ocupación cuyos elementos no la distrajeran, quizá una nave de paquetería donde todo llegara envuelto y si no veía el contenido podría controlar su problema. Y encontró un puesto en el Almacén de Logística y Distribución de Amazon. Allí había cámaras para vigilar el rendimiento del personal.

Pasó dos días monótonos pero con la imaginación a raya. Al tercero, poco antes de terminar la jornada, muchos y variados paquetes descendían en fila por la cinta. Su cabeza giró de inmediato  como un periscopio hacia una pequeña caja de aspecto tan normal como las demás.

Las cámaras estaban grabando a Ángela cuando sacudía, olía y miraba la caja como si tuviera rayos X en los ojos mientras las demás caían al suelo en cascada. Al intentar abrirla sonó una estridente sirena y de inmediato apareció un guarda de seguridad que se la quitó de las manos. Ella lo miró y sin mediar una palabra se fue derecha al Departamento de Recursos Humanos.

 

Esperanza Liñán Gálvez

 


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