Artículo
de Tewise Yurena Ortega González, Profesora
Ayudante Doctor de Derecho Romano, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y José Luis Zamora Manzano, Catedrático
de Derecho romano, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Publicado en la
revista digital The Conversation.
En la capital de la antigua Roma, las
inundaciones representaban una amenaza constante debido a la ubicación
estratégica de la ciudad, donde convergían varias corrientes de agua.
Es cierto que esta situación brindaba
ventajas significativas, como facilitar el comercio, impulsar el desarrollo
industrial y asegurar el control de las rutas económicas. Sin embargo, también
la hacía vulnerable a desastres naturales (inundaciones, incendios y
terremotos).
No es nuestro objetivo analizar todas y
cada una de las inundaciones acaecidas y los efectos de las mismas, pero sí
ofrecer una visión general de cómo los romanos afrontaron este tipo de eventos
catastróficos y qué se hizo para mitigar los efectos.
Aunque los romanos contaban con
conocimientos avanzados en hidrología y construcción, no destacaron
precisamente por la adopción de medidas preventivas. Inicialmente, esto se
debió a la creencia religiosa de que las inundaciones eran
respuestas divinas. No obstante, tanto el emperador Augusto (63
a. e. c.-14) como Tiberio (42 a. e. c.-37) comenzaron a
alejarse de dichas concepciones tradicionales apostando por ofrecer soluciones
técnicas y prácticas que sirvieran para proteger la ciudad ante un problema de
gestión de las aguas.
Augusto marca el paso
Para prevenir los efectos de las
inundaciones, el emperador Augusto ensanchó, limpió y encauzó el cauce del
Tíber, que se había llenado de escombros con el tiempo y se había reducido. Una
de las razones era que, cuando había derrumbes en la ciudad, muchas veces los
restos se abandonaban en las calles o se tiraban a los ríos. Se decía que el
Tíber era “un vertedero” romano, ya que no sólo se arrojaban escombros, sino
también restos orgánicos, cadáveres tanto de animales como de personas, restos
de industrias cárnicas, conservas o pieles, etc.
Como se realizaban construcciones en las orillas, también fue
necesario delimitar las riberas y prohibir la construcción en ellas. Asimismo,
Augusto ordenó la limitación de la altura de los edificios hasta un máximo de 21 metros para
evitar los derrumbes espontáneos o motivados por las crecidas. Igualmente,
estableció sanciones para aquellos que realizaran actividades que perjudicaran
la gestión de las inundaciones, como la destrucción de los diques de contención
de los ríos o la tala de árboles ubicados en las orillas, condenando a los autores a trabajos forzados o a las minas.
Por su parte, Tiberio propuso la creación
de una comisión que se encargara de la vigilancia y control del cauce del río y
la protección de la ciudad. Esta propuesta incluía tres intervenciones: desviar
el río, realizar obras de canalización y ocluir el lago Velino. En aquel
momento, fue rechazada por el Senado alegando motivos religiosos.
Otros emperadores, como Claudio (10
a. e. c.-54) y Trajano (53-117), dieron continuidad a las
iniciativas, planteando la construcción de puertos, canales, acueductos y
cloacas. Precisamente estas últimas fueron muy relevantes porque favorecieron
la extracción de las aguas acumuladas, la canalización de las provenientes de
las lluvias y el drenaje de las tierras pantanosas alrededor de la ciudad.
Vigilar el
río
Asimismo, procuraban protección a los particulares que realizaban
labores de limpieza frente a la perturbación de terceros y resolvían los
conflictos relativos a los límites fluviales. También asumieron el
mantenimiento constante y la limpieza de los cauces y las orillas, ya fuera por
la acumulación de sedimentos, el abandono consciente de residuos o por el
crecimiento espontáneo de la vegetación, con el objetivo de favorecer el uso
público y el tránsito de las naves.
Realizaban todas estas intervenciones
empleando a su propio personal, utilizando a esclavos y condenados o mediante
la contratación de profesionales como los urinatores.
Estos se encargaban de remover y extraer periódicamente la acumulación de
residuos en los puertos derivados de la actividad comercial, doméstica o
constructiva, así como los sedimentos, escombros y residuos depositados en las
orillas o en los cauces por los incrementos fluviales o por las cloacas.
Utilizaban para ello ruedas de
madera a las que se acoplaban una especie de palas para limpiar el fondo del
puerto.
Como encargados de la vigilancia y la
seguridad de las aguas, los curadores del río asumieron el deber de asegurar el
funcionamiento, mantenimiento y conservación de cloacas. Para ello, también
limpiaban y mantenían las cloacas privadas que se conectaban a la red de
saneamiento pública.
Ayer y hoy
Sin caer en el presentismo, podemos
observar que los romanos se enfrentaron al problema de las inundaciones con un
enfoque que combinaba medidas correctivas, normas urbanísticas y avances
técnicos, reconociendo su vulnerabilidad ante las crecidas.
Si bien su respuesta no fue sistemática ni plenamente preventiva,
las medidas que llevaron a cabo evidencian una comprensión técnica y
estratégica de los riesgos fluviales. Sus acciones no solo buscaban paliar los
efectos inmediatos, sino también mitigar sus consecuencias en el funcionamiento
de la ciudad.
Aunque el enfoque actual es más amplio y
apunta a prevenir desastres en lugar de únicamente mitigarlos, las medidas
implementadas en la antigua Roma fueron un precedente en el desarrollo de
estrategias de control de inundaciones.
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