29 julio 2024

VUELTA A LOS ORÍGENES

 



Sus pasos ligeros y vehementes se detuvieron a la entrada del pueblo. Miró el cartel oxidado al filo de la carretera y respiró hondo. Al atravesar la calle principal no sintió ese latigazo emocional que esperaba. Todo permanecía igual y distinto  de cómo lo recordaba su tan lejana memoria infantil.

Al colmado de doña Paquita le quedaban pocas letras legibles en el cristal del escaparate. Dentro se podía ver a su hija Casilda encorvada y con el clásico moño bajo, ahora blanco, colocando algunos productos en los estantes casi vacíos. Aquel paraíso de su niñez lleno de tarros de cristal con caramelos, piruletas multicolores y varitas de regaliz ya no habitaba entre sus paredes.

A su lado seguía la Farmacia, el Estanco y el Bar donde tantas noches su madre lo mandó a buscar a su padre. Recordaba aquellas vueltas a casa dando tumbos junto a él mientras le servía de bastón y escuchaba sus peroratas.  

En la acera de enfrente, desprendiendo olor a nuevo, otra sucursal de los Supermercados más conocidos de la provincia, ocupaba gran parte de la manzana. Le seguía un pequeño parque de juegos para niños. La plaza había reducido su tamaño a la mitad. Unos nuevos y endebles bancos esperaban la sombra de unos árboles lejos aún de ser frondosos. De los viejos solo quedaban sus tocones cortados a ras del suelo. Se preguntó cómo jugarían los chavales al escondite sin los anchos troncos que les servían de parapeto.

Pensó que pasado y presente convivían en la misma calle: cambiar de acera era como cambiar de siglo. Él prefirió caminar por el centro.

Nadie lo reconoció a su paso, el tiempo había ensanchado su figura aunque su caminar todavía era firme. En sus sienes se habían asentado algunas canas insolentes orillando una frente cada día más despejada. Su mirada, desde que enviudó y apenas sobrevivían él y su hijo con el desempleo, se había vuelto ausente, pero la  disimulaba tras las gafas de pasta apoyadas en una rotunda nariz.

Por fin divisó la casa familiar. Seguía anclada sobre aquel bancal que antaño le parecía la almena de un castillo. El camino pedregoso le llevó hasta la puerta. Metió despacio la vieja llave y las bisagras rezongaron al abrirla. Dentro permanecía el reino de los recuerdos, pero limpio y ordenado. Su prima Flora, que vivía en el pueblo y había recogido hacía tres días a su hijo Diego en la ciudad, llevaba a gala la fama de fregar hasta las paredes de gotelé y notó su esmero en cada rincón.

Sobre la mesa del salón había un sobre con las escrituras donde su padre le nombraba heredero de esa vivienda. Lo abrió y leyó con la solemnidad de quien nunca había tenido una casa propia y la incertidumbre alojada en su interior.

Las dudas no paraban de martillearle la cabeza. Diego y él eran urbanitas y además se sumaban las dificultades de adaptación para ambos: un hijo de quince años con mentalidad de ocho y un parado de cuarenta y muchos que solo había trabajado en la construcción, aunque haría lo que fuera por su futuro.

  

Sacó una moneda del bolsillo y cuando estaba a punto de echarla a cara o cruz oyó la voz de Diego y la prima Flora que avisaban de su llegada.

Papá, papá, en el pueblo hay conejos, gallinas y vacas. Este perro es ahora mi mejor amigo y lo he llamado Suerte. Gritó el niño al entrar en el salón.   

Flora sonreía mientras Diego corría a abrazar a su padre. Detrás de él un chucho pequeño y de pelaje incierto meneaba la cola sin parar.

No sé quién inventaría lo de cara o cruz, pensó el padre mientras devolvía la moneda a su bolsillo.

 

 

                                                              Esperanza Liñán Gálvez

 


2 comentarios:

  1. Superándote en casa nueva línea 😍

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  2. Gracias Anónimo por ese comentario que anima a seguir escribiendo.

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