No siempre valoramos lo que tenemos, sino cuando nos falta.
Esta sencilla, breve, pero sabia reflexión, sería necesaria tenerla siempre
presente en nuestros actos cotidianos. Pensemos en un ilustrativo ejemplo para
nuestras vidas, entre otros muchos que se podrían aportar. Sufrimos un leve
accidente casero, o incluso de mayor gravedad, que nos afecta en nuestra mano
derecha: puede ser una contusión, un severo corte o hasta una dolorosa
fractura. El lesivo resultado es que no podemos usar esa mano diestra, durante
un tiempo indeterminado, por prescripción facultativa. La movilidad y fuerza de
ese elemento corporal pueden quedar muy limitados. No sólo los músculos de la
mano, sino también el propio brazo, hasta su definitiva recuperación.
En
esta incómoda, o más o menos grave, situación, tratamos
de habituarnos a realizar los mismos movimientos y acciones con nuestra mano
izquierda. Citemos algunos ejemplos habituales en nuestro
comportamiento. Utilizar la cuchara, el tenedor y el cuchillo en las comidas,
para tomar los alimentos. Usar la llave para abrir una puerta. Escribir unas
simples o amplias anotaciones sobre el papel. Proceder al afeitado, en los
hombres, de nuestra cara. Cortar una rebanada de pan u otro alimento. Poder
conducir el volante de nuestro vehículo. Dificultad, también, para manejar el
teclado o el “ratón” de nuestro ordenador. Abrir una lata de conservas, en
nuestra cocina. Desatar los cordones de nuestros zapatos. Ejecutar pequeños
trabajos de bricolaje caseros. Peinar nuestros cabellos. Cortar o pelar esa
fruta que nos apetece. Y así, un largo etc.
En
todos o en algunos de estos casos, nos lamentamos y echamos
intensamente de menos la utilidad de la mano derecha, ahora lesionada.
Intentamos, una y otra vez, probar a realizar los mismos movimientos con la
mano izquierda. Casi siempre expresamos, con cierta desesperanza, el mismo
comentario: ¡qué inútil es la mano izquierda!
Es obvio que esta “queja” la plantean aquellas personas que son absolutamente
“diestras” en sus movimientos manuales.
Por
este motivo, puede resultar aconsejable usar más la
mano izquierda, para cuando guisamos, encendemos o pulsamos el
interruptor eléctrico, sintonizamos una emisora de televisión, con el mando
correspondiente, pintamos una pared, usamos el tenedor en las comidas, tendemos
la ropa para secar en el tendedero de nuestra terraza, tomamos un libro de la
estantería o pasamos las páginas de este manual en nuestra lectura. También
puede resultar útil habituarse a coger las monedas o billetes del monedero, con
esa mano “siniestra”, etc. Es como si quisiéramos no “entontecer”, sino
ejercitar, ese elemento corporal que menos usamos en los actos de nuestra vida.
Sin
embargo, la mano izquierda no es tan inútil como
parece. Pensemos lo necesaria que resulta para ayudar a la derecha, en
la mayoría de nuestras acciones cotidianas (citemos el simple hecho de atarnos
los cordones de los zapatos, de clavar un clavo o de pelar una patata, entre
otros muchos ejemplos. Cierto es que su colaboración es complementaria, pero
muy necesaria. Básica o técnicamente imprescindible.
Hay
una expresión, cuyo contenido y sentido podemos aplicar en este contexto que
narramos, acerca de la mano izquierda. Se refiere a ese consejo o reflexión de
que, cuando tenemos que tratar un asunto complicado, delicado o difícil, en el
ámbito relacional, es aconsejable “usar la mano
izquierda” para conseguir una mejor resolución del problema. Dicho de
otra forma, mejor actuar con prudencia, equilibrio, astucia,
cautela, diplomacia,
delicadeza, habilidad,
lentitud, si queremos conseguir el fin que
nos hemos propuesto. Correlativamente, en el mismo sentido, es mejor evitar las
posturas o acciones “violentas”, aceleradas, imperativas, “viscerales,
drásticas, ya que su aplicación dificultaría o impediría la resolución del
conflicto o nuestro objetivo. En el ámbito diplomático, de las relaciones
internacionales, esa “mano izquierda” o left hand, es inexcusablemente
necesaria. También, en el mundo educativo, en el comportamiento de los padres,
con los vecinos comunitarios, con los compañeros de trabajo y, de manera
especial, con los niños y jóvenes “difíciles”.
Esa
mano izquierda, en la actividad relacional, se equipara a ese necesario equilibrio
o punto medio entre las dos extremidades, en favor de la prudencia y la
generosidad. Hay en la cinemateca un interesante título que también utiliza tan
oportuna mención: La mano izquierda de Dios
(The left hand of God) 1955, dirigida por Edward Dmytryk, e interpretada por
Humphrey Bogart y Gene Tierney. Por cierto, este artículo se ha escrito con la
mano diestra, pero la izquierda ayudaba a evitar que las hojas de la libreta se
levantaran, con la brisa marinera de la mañana. También su contenido está
influenciado por esa “mano izquierda” aplicada en la narrativa desarrollada. –
Paras
los lectores “zurdos” debe cambiarse la expresión de las manos, manteniendo el
sentido del contenido.
José
L. Casado Toro
Marzo
2024
Hola José Luis: enhorabuena, me ha encantado tu entrada. Útil, documentafa y muy completa.
ResponderEliminarUn saludo.