Artículo de Roberto R. Aramayo,
historiador de las ideas morales y políticas, Instituto de Filosofía (IFS-CSIC).
Publicado en The Conversation.
Al igual que tantas otras cosas, la historia puede ser
una materia muy árida o algo tremendamente ameno y sugestivo. Si la enfocamos
como un conjunto de fechas y datos, focalizada en grandes gestas con sus correspondientes
hazañas bélicas, es muy probable que no la frecuentemos.
Pero hay otras vías para despertar nuestra curiosidad
histórica, como leer biografías y novelas históricas, entendidos ambos géneros
en un sentido bastante amplio.
Las novelas históricas
Suele considerarse que las anécdotas no hacen
categoría y, por lo tanto, ningún relato histórico puede ser tomado en serio si
repara en las primeras. Pero las Historias de Heródoto, a quien se tiene por el primer historiador, son un
repertorio de anécdotas recogidas durante sus viajes.
Algo similar cabe decir de las Vidas paralelas debidas a Plutarco, esas biografías comparadas de personajes griegos y
romanos, bien trufadas de anécdotas, que tanto incidieron sobre pensadores tan
influyentes para nuestra modernidad como Michel de Montaigne, que las cita con frecuencia en sus Ensayos, o Jean-Jacques Rousseau, quien las releyó desde su niñez hasta el
final de sus días, según confiesa en sus Ensoñaciones de un paseante solitario.
Si queremos empaparnos de la historia de Roma, podemos
acudir a las obras de Montesquieu, Edward Gibbon, Theodor Mommsen o Mary Beard y cotejar las fuentes originales. Pero en un
primer momento, para estimular nuestro apetito, también podemos recrearnos con
ese Yo Claudio de Robert Graves que dio lugar a una memorable serie televisiva o
las bien documentadas novelas históricas de Colleen McCullough. Sin precisar traducciones, también
podemos disfrutar las dos cautivadoras trilogías de Santiago Posteguillo.
Nuestros conocimientos
relativos a la historia tienen diversos afluentes y las novelas históricas nos
hacen imaginar uno u otro periodo histórico. En ocasiones la novela negra
también contribuye a ello. En la sabrosa saga protagonizada por el comisario Gunther, Philip
Kerr nos hace viajar en el tiempo hasta la República de Weimar
y los avatares que la desmantelaron, al igual que las novelas de Volker
Kutscher han inspirado la serie Babylon Berlin.
Las novelas que pasean por la historia
Ese mismo proceso lo
propician ciertas obras literarias. El universo galdosiano consigue recrear toda
una época, con sus impresionantes descripciones paisajísticas y su galería de
personajes. No es necesario acudir a sus Episodios nacionales para familiarizarse con sucesos
históricos. También lo conseguimos con Fortunata y Jacinta. Hay muchas novelas que, sin ser
catalogadas como históricas, nos presentan el fresco de un momento histórico
que puebla nuestro imaginario colectivo, como hace Nada, de Carmen
Laforet.
Junto a las novelas que le
dieron fama en su momento, Almudena
Grandes nos ha dejado sus Episodios de una guerra interminable, donde se van desgranando
distintas etapas de la Guerra Civil española, sus prolegómenos y sus
postrimerías, con una exquisita documentación que respalda los escenarios
geográficos y humanos de su ficción literaria. El tiempo entre costuras y Sira, de María Dueñas, pueden servir como complementos
del mismo itinerario.
Acaba de salir una Enciclopedia Nazi contada para
escépticos que, pese a su título, no es una obra de consulta y
se deja leer de corrido, al combinar los géneros de la biografía y la novela
histórica. Esta mixtura literaria tan propia de su autor, Juan Eslava Galán, resulta harto sugestiva,
toda vez que tampoco deja de respaldarse con fuentes acreditadas, al no rehuir
la faena de documentarse adecuadamente. Su libro anterior se titula La tentación del Caudillo,
donde se profundiza en las complejas razones por las que España mantuvo durante
la Segunda Guerra mundial una presunta neutralidad.
Ciñéndonos al capítulo de
las biografías, autores como Stefan
Zweig resultan sencillamente imprescindibles. En Fouché nos presenta magistralmente a un proteico
personaje que sirvió al Directorio, convivió con Napoleón y sobrevivió bajo la
Restauración. Todas las biografías de Zweig son portentosas, pero resulta
especialmente recomendable aquella que retrata toda una época y es la biografía
de toda su generación: El mundo de ayer.
Conocer el pasado es bueno para el futuro
En unos tiempos poco dados al sosiego que exige entender temas
complejos con una lectura reposada, todo se resuelve con búsquedas en internet
que marginan las fuentes primarias y obtienen resultados aleatorios. Conocer
los acontecimientos históricos es algo imprescindible para comprender el
presente y es una suerte contar con libros de divulgación histórica. Esta
bibliografía no puede sustituir los procedimientos tradicionales de rastrear
documentación acreditada que nos ayude a formarnos una opinión, pero desde
luego nos incita a conocer más detalles al respecto.
Revisitar la historia
permite comprender mejor los acontecimientos presentes. Junto a las biografías
y las novelas históricas, disponemos de sus adaptaciones cinematográficas y
algunas películas que se revelan oportunas. Por no hablar de documentales tan
portentosos como Palabras para un fin del mundo, dedicado a cuanto
presagió y rodeó la misteriosa muerte de Unamuno.
También la radio puede
ayudarnos a bucear en las aguas del devenir histórico, tal como hacen programas
como Documentos de RNE o Acontece que no es poco. Las anécdotas bien documentadas pueden servir
de aliciente para profundizar en los hechos no alternativos. Familiarizarse con
la historia previene de una dogmática negación de las evidencias.
Los negacionismos apuestan por un escepticismo absoluto, mientras
que la ciencia se sirve del método escéptico para revisar constantemente sus
mejores hipótesis de trabajo.
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