Con motivo del nuevo concurso de relatos que estamos preparando, en esta sección se irán colocando algunos de los relatos que participaron en la edición de 2011.
RELATO A CONCURSO Nº 006 - EL BAÚL DE LOS RECUERDOS
La tía Julia murió a los noventa y tres años de edad, atiborrada de historia: conoció la Monarquía, la República, la Dictadura, la Democracia…
Escribo este relato, porque quiero rescatar para los lectores del blog el
cúmulo de horas que me dedicó hablándome de la Historia de España cuando yo era
niña.
De toda su familia era la persona más
callada, la más trabajadora, y la más noble en su forma de sobrellevar la vida
y de ir sobreponiéndose a las vicisitudes que nos depara la vida
cotidianamente.
Había en ella como un halo, un sello distinguido y aristocrático; una forma de encarar
la vida y la muerte insólita.
La perspectiva que me ha ido dando el
hueco de su ausencia irrestañable; es lo que me permite valorarla con más
exactitud. Yo diría que tenía luz propia. No esa luz de pose que suele brillar
en las buenas familias de postín; sino la luz interior que brota, irradiando
como un sol, desde dentro hacia fuera y baña al que está a su lado aunque éste
no se dé cuenta.
Un calor tibio pero persistente me ha ido
creciendo en la memoria al ir recordándola por entre los jirones de la vida. Y
es que la vida misma, a veces, es jovial y dura.
Por todos los rincones de su casa, aún se
movía con noventa años con una increíble fuerza cincelada al fuego de la
sobriedad. Cuidándolo todo y cuidando de todos. Y por la noche, muchas
noches, siempre le quedaba un resto de generosidad literaria para contarme
cuentos que se basaban en la vida real, en la Historia.
Mi afición por las aventuras marineras se
la debo a ella, al igual que el entusiasmo por los bandidos de Sierra Morena,
Serranía de Ronda o Despeñaperros; con esos famosos bandidos como “Juan
Palomo”, “El tempranillo” o “El Pernales”. ¡Qué historias más interesantes me
contaba la tía Julia sobre ellos! ¡Cuánto sabía de todo esta mujer!
Pero por encima de todo, recuerdo lo que
ella misma vio para contarlo: la Guerra Civil española. Las imágenes del horror
tuvieron que hacerme quedar boquiabierta en la cama antes de dormir, ya era un
poco más mayor y comprendía mejor las cosas. Parece que la escucho con su
mismo tono de voz. Aquello fue un horror; pero dicho con la sabiduría de la
serenidad del que es capaz de sentir en sus carnes todos los horrores de la
guerra.
Sí, sin ninguna duda, la tía Julia fue mi primera maestra en la enseñanza de las virtudes de la Historia y, sin embargo, a pesar del rictus de tristeza que siempre había en su alma, o tal vez por eso, no lo sé, también, como una lámpara inagotable nos alumbraba en silencio con su bondad, eso era, bondad y tristeza. Pues su vida parecía tener una aureola mágica de hondo encanto, de ahí su nobleza.
Mis años no me dan para recordarla llorando ni tampoco riendo, francamente.
Pero ahí estaba siempre dispuesta, libre para lo que hiciese falta; con un
talante humano para la comprensión y con una capacidad creativa para el trabajo
doméstico inquebrantable.
Durante el último año de su vida me cogía la mano con sus blancas y huesudas
manos, las venas a flor de piel, una piel increíblemente tersa; tranquilamente
sentada en una butaca junto a la terraza, me miraba y con un don señorial me
susurraba: - Hay que ver el trabajo que cuesta morirse - Y de hecho se fue
muriendo en silencio, sin querer molestar. Se nos fue despacito, muy poco a
poco, como se va poniendo el sol a la caída de la tarde, llevándose una valija
repleta de historias de su familia que, con toda seguridad, desaparecerán para
siempre en “El baúl de los recuerdos”.
Maruja Quesada Martín
3 de Agosto 2011
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