04 agosto 2020

ADAPTACIÓN Y ESPERANZA


Casi cinco meses ya de recorrido y parece que la ciudadanía, con más o menos responsabilidad y prudencia, va asumiendo unos comportamientos y hábitos que en nada se parecen a los que aplicábamos, hace muchos años y sin discusión en nuestras vidas, como imprescindibles e innegociables. Es una certera cualidad del género humano, aquella por la que, con desigual actitud y reticencia, nos vamos acostumbrando a otras formas de vida, que también pueden resultar válidas en nuestros usos para la construcción de los días.

Partiendo del 15 de marzo, mes siempre gozoso por la llegada de la Primavera, nos atrevemos a mirar hacia atrás y hacemos un amplísimo listado de celebraciones, conmemoraciones, eventos, actividades, fiestas de toda naturaleza y tipología, masificados espectáculos, etc. que no se han desarrollado por vez primera, después de décadas y centurias con uniforme repetición. Hacer una mayor concreción de las mismas sería un objetivo inasumible, para los parámetros expositivos de este artículo de opinión. Todas y cada una de las mismas, dependiendo de su especificidad, las considerábamos importantísimas y fuertemente arraigadas en nuestras tradiciones y  formas de vida. En modo alguno podría haber pasado por nuestras mentes la posibilidad de que su desarrollo y celebración no pudiera llevarse a efecto. Piénsese en cualquier ejemplo concreto y comprobaremos la sorpresa y tristeza de su drástica suspensión, con esa incierta esperanza de tener que aguardar al año próximo a fin de poder renovarla.

Y sin embargo corren las semanas y los meses, desde este marzo para los infortunios de nuestra memoria, con la ciudadanía cada vez más adaptada a esta nueva e impuesta forma de vida más sosegada, menos festiva y relativizando las “fanfarrias” lúdico-culturales, profundamente integradas en nuestro cotidiano comportamiento colectivo. Sin duda hay personas que llevan mejor o peor estas ausencias, carencias o cambios, en las agendas de cada día. También es preciso considerar la decisiva y profunda gravedad económica que están provocando, para sociedades erróneamente instaladas en el cómodo colchón que supone el “monocultivo” de los servicios turísticos y el espectáculo. Y, por supuesto, cómo olvidar a esas más de cuarenta mil vidas humanas, que se han perdido dolorosamente en los hospitales y residencias de España. El ataque del virus ha sido y es cruel y desolador.

Sin embargo es una particularidad del genero humano saber adaptarse y sobrellevar las desgracias, las carencias, también los éxitos descontrolados y todos esos cambios que no tenían carta de naturaleza en nuestras costumbres fuertemente consolidadas. Frente a las vacaciones internacionales, ahora valoras lo próximo o cercano, sea en el ámbito regional o estatal. Nunca se nos habría ocurrido tener que ir al campo o a la playa, con decenas de grados centígrados en la atmósfera, ataviados con el molesto escudo protector de la mascarilla. Para esas distancias cortas en el desplazamiento, ahora entiendes lo saludable que es caminar, protegiéndote y ayudando a reducir la contaminación del medio ambiente. Rechazando de plano la obsesión telemática, que a muchos “enloquece”, llegas a comprender sin embargo lo útil que pueden ser los medios y recursos informáticos, para nuestras necesidades culturales o administrativas. Ahora se valora aún más a ese médico que te auscultaba y atendía presencialmente o a ese maestro o profesor que se acercaba diligente a tu mesa, para ayudarte en el conocimiento y las dudas.

Y en el microcosmos del dolor, de la incertidumbre y de las situaciones carenciales, queda el valor inmaculado de la esperanza, tesoro que anida en nosotros mismos y en los demás. En modo alguno toda esta dura experiencia va a quedar en el mal sueño de una noche de desvelo. Pero más pronto que tarde, la ciencia médica nos va a ayudar para superar este mal trago. Recordemos otras graves tragedias en la Historia llamadas tuberculosis, cólera, peste negra o la viruela. La investigación supo como arrinconarlas, hasta hacerlas casi desaparecer. Lo que desde luego puede desalentar o confundir es que algunos quieran “negociar” lucrativos ingresos con la enfermedad, mientras la humanidad sufre la carencia de un medicamento eficaz. Pero en un mundo como el actual, profundamente mercantilizado y globalizado, estas “miserias” penosamente forman parte del argumento.

Si hemos sabido adaptarnos a esta cambiante situación es porque la naturaleza humana goza de ese privilegio o valor para asumir las transformaciones y cambios en la vida, por muy anclados que estuvieran en nosotros los principios, las costumbres y tradiciones o los hábitos más acrisolados. Mañana puede y ha de ser mejor. Nos queda el sutil y maravilloso rédito de la esperanza.-

 

José L. Casado Toro

Julio 2020


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