Casi cinco meses ya de
recorrido y parece que la ciudadanía, con más o menos responsabilidad y
prudencia, va asumiendo unos comportamientos y hábitos que en nada se parecen a
los que aplicábamos, hace muchos años y sin discusión en nuestras vidas, como
imprescindibles e innegociables. Es una certera cualidad del género humano,
aquella por la que, con desigual actitud y reticencia, nos vamos acostumbrando
a otras formas de vida, que también pueden resultar válidas en nuestros usos para
la construcción de los días.
Partiendo del 15 de
marzo, mes siempre gozoso por la llegada de la Primavera, nos atrevemos a mirar
hacia atrás y hacemos un amplísimo listado de celebraciones, conmemoraciones,
eventos, actividades, fiestas de toda naturaleza y tipología, masificados espectáculos,
etc. que no se han desarrollado por vez primera, después de décadas y centurias
con uniforme repetición. Hacer una mayor concreción de las mismas sería un
objetivo inasumible, para los parámetros expositivos de este artículo de
opinión. Todas y cada una de las mismas, dependiendo de su especificidad, las
considerábamos importantísimas y fuertemente arraigadas en nuestras tradiciones
y formas de vida. En modo alguno podría
haber pasado por nuestras mentes la posibilidad de que su desarrollo y
celebración no pudiera llevarse a efecto. Piénsese en cualquier ejemplo
concreto y comprobaremos la sorpresa y tristeza de su drástica suspensión, con esa
incierta esperanza de tener que aguardar al año próximo a fin de poder
renovarla.
Y sin embargo corren las
semanas y los meses, desde este marzo para los infortunios de nuestra memoria,
con la ciudadanía cada vez más adaptada a esta nueva e impuesta forma de vida
más sosegada, menos festiva y relativizando las “fanfarrias” lúdico-culturales,
profundamente integradas en nuestro cotidiano comportamiento colectivo. Sin
duda hay personas que llevan mejor o peor estas ausencias, carencias o cambios,
en las agendas de cada día. También es preciso considerar la decisiva y
profunda gravedad económica que están provocando, para sociedades erróneamente
instaladas en el cómodo colchón que supone el “monocultivo” de los servicios
turísticos y el espectáculo. Y, por supuesto, cómo olvidar a esas más de
cuarenta mil vidas humanas, que se han perdido dolorosamente en los hospitales
y residencias de España. El ataque del virus ha sido y es cruel y desolador.
Sin embargo es una
particularidad del genero humano saber adaptarse y sobrellevar las desgracias,
las carencias, también los éxitos descontrolados y todos esos cambios que no
tenían carta de naturaleza en nuestras costumbres fuertemente consolidadas. Frente
a las vacaciones internacionales, ahora valoras lo próximo o cercano, sea en el
ámbito regional o estatal. Nunca se nos habría ocurrido tener que ir al campo o
a la playa, con decenas de grados centígrados en la atmósfera, ataviados con el
molesto escudo protector de la mascarilla. Para esas distancias cortas en el
desplazamiento, ahora entiendes lo saludable que es caminar, protegiéndote y
ayudando a reducir la contaminación del medio ambiente. Rechazando de plano la
obsesión telemática, que a muchos “enloquece”, llegas a comprender sin embargo
lo útil que pueden ser los medios y recursos informáticos, para nuestras
necesidades culturales o administrativas. Ahora se valora aún más a ese médico
que te auscultaba y atendía presencialmente o a ese maestro o profesor que se
acercaba diligente a tu mesa, para ayudarte en el conocimiento y las dudas.
Y en el microcosmos del
dolor, de la incertidumbre y de las situaciones carenciales, queda el valor
inmaculado de la esperanza, tesoro que anida en nosotros mismos y en los demás.
En modo alguno toda esta dura experiencia va a quedar en el mal sueño de una
noche de desvelo. Pero más pronto que tarde, la ciencia médica nos va a ayudar
para superar este mal trago. Recordemos otras graves tragedias en la Historia
llamadas tuberculosis, cólera, peste negra o la viruela. La investigación supo
como arrinconarlas, hasta hacerlas casi desaparecer. Lo que desde luego puede
desalentar o confundir es que algunos quieran “negociar” lucrativos ingresos
con la enfermedad, mientras la humanidad sufre la carencia de un medicamento
eficaz. Pero en un mundo como el actual, profundamente mercantilizado y
globalizado, estas “miserias” penosamente forman parte del argumento.
Si hemos sabido
adaptarnos a esta cambiante situación es porque la naturaleza humana goza de
ese privilegio o valor para asumir las transformaciones y cambios en la vida,
por muy anclados que estuvieran en nosotros los principios, las costumbres y
tradiciones o los hábitos más acrisolados. Mañana puede y ha de ser mejor. Nos
queda el sutil y maravilloso rédito de la esperanza.-
José L. Casado Toro
Julio 2020
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