(En esta sección recuperamos artículos publicados anteriormente en la historia del blog, para disfrutar de nuestro recorrido)
CUANDO LAS LANZAS SE VUELVEN CAÑAS
Editado el 12 Noviembre 2010
UNO DE LOS PRINCIPALES ATRACTIVOS GASTRONÓMICOS que ofrece Málaga durante el verano es el de las sardinas asadas a la
caña. A propios, visitantes y turistas es preciso decir que es una elaboración
típica y exclusivamente malagueña. De los cuatrocientos mil kilómetros de costa
habitada que hay en el planeta, sólo en poco más de cien –de Estepona a Nerja,
con muy limitada prolongación a poniente de la costa granadina– es posible,
entre mayo y octubre, degustar este sin par plato. La pregunta surge
inmediatamente: ¿por qué?, ¿qué tiene Málaga de diferente al resto del mundo
incluidas, claro está, las costas aledañas del mediterráneo peninsular?
Tres son los factores que nos permiten explicar este milagro gastronómico. El
primero, es pura física y causa determinante: la orografía –montaña paralela al
mar, a no más de un kilómetro de la playa–, con su régimen de suave brisa. A
ello hay que añadir, como segundo elemento, la calidad y el tamaño de la
materia prima: la sardina de no más de un jeme (13-16 cm); es decir, las
famosas “manolitas”, con su tenue capa de grasa y suave textura de la carne. Y,
como tercer factor, la pericia del espetero.
La forma en que se nos presenta este ancestral asado de fortuna es en espeto.
La materia que se utiliza inequívocamente como soporte del pez es la caña, muy
abundante en el litoral malagueño. Un fragmento en torno a cuarenta centímetros
se separa longitudinalmente en dos mitades, cada una de las cuales se
afila por ambos extremos: el uno para clavarlo en el balate o montecillo
alargado de arena; el otro, más delgado y afinado, para ensartar las sardinas.
Sazonadas y reposadas en sal gorda durante dos horas, se atraviesan desde el
lomo al vientre entre seis y ocho unidades, según sea el tamaño de cada una, en
sentido perpendicular (sardina y caña). La parte convexa y externa de la media
caña ha de ir tangente a la espina central del pescado, para así evitar que las
aristas de la cara cóncava rompan su frágil esqueleto y que, perdida la
sujeción, aquél acabe cayendo a la arena o al fuego. De otra parte, la acanaladura
del soporte facilita la conducción del calor al interior del pescado y que éste
se ase también así por dentro.
En cuanto a la fuente de calor, la mejor, sin duda, es la leña de olivo. Se
dispone a unos veinte centímetros del balate, donde han de ser fijados los
espetos. Éstos deben ubicarse levemente inclinados a barlovento –esto es, en la
dirección del viento y por ende, de la llama–: en condiciones óptimas, es la
brisa de nuestro mar a la montaña. El terral, en consecuencia, dificulta la
práctica de este asado. Entre espeto y llama se genera una cámara de aire
caliente, vibrante: la flama. El espeto recibe el calor y no el humo. Se asa,
se dora a la flama. Nunca la llama ha de entrar en contacto con el pescado.
Tras diez o doce minutos de elaboración, las sardinas ya están listas para
degustarlas. Riquísimas.
De un tiempo a esta parte se ha desarrollado esta técnica aplicada a otras
especies ictiológicas: jurel, voraz, herrera, pargo, dorada, etc. La caña, en
tal caso, se introduce por la boca, trascurre paralela y asimismo tangente a la
espina central. El pescado se reboza en sal fina o media y se le aplica treinta
y cinco minutos de fuego. La capa de sal, fundida con la piel y las escamas, se
eliminan al concluir el asado. Exquisito.
Esta singular, primitiva y exclusiva forma de asar sardinas tiene su eco en la
cultura gastronómica. El disfrute compartido, colectivo, y hasta multitudinario
del consumo de espetos genera una fiesta popular de profunda raigambre en la
tradición malagueña: la moraga, donde el sentido festivo, alegre, jocundo,
extravertido y meridional alcanza su plenitud. A ello no podían ser ajenos los
poetas, desde Salvador Rueda a Manuel Alcántara, para quien en el espeto y su
fiesta “las lanzas se tornan cañas”. También la pintura costumbrista –Horacio
Lengo, La moraga (1879), Museo del Patrimonio– deja constancia de esta peculiar
y milenaria cocina a la intemperie.
El espeto constituye, en suma, la más natural y elemental forma de asar. Es un
asado de fortuna que nace perfecto, de insuperable técnica y excelente
resultado. El hombre se limita a servir a la naturaleza: orografía, clima,
brisa y excelencia de la sardina obran el milagro. El espeto es la más rica,
jugosa, apetecible, atractiva y deleitosa manera de comer sardinas. Plato auténtico,
genuino y exclusivamente malagueño; rotundo tesoro gastronómico de nuestra
tierra.
En la conciencia de su exquisitez y de su exclusividad, apresúrese lector
amigo, a disfrutar de los últimos espetos del verano, y que aproveche.
Jesús Moreno Gómez
[Artículo publicado en la revista Bulevar (Málaga), n.º 18, otoño del
2010, página 47.]
Publicado en Platos genuinos de la gastronomía tradicional malagueña .
Academia Gastronómica de Málaga.
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