El año 2020 va a quedar marcado como una de esas fechas especiales, penosamente emblemáticas, en los futuros libros de Historia. Esa ingrata palabra, usual en nuestro vocabulario para estos tiempos de zozobra y referida al concepto de pandemia, se ha ido revistiendo de matices y calificativos que aluden a diversos aspectos que conforman la realidad de nuestras vidas. Su naturaleza principal es vírica. Pero también nos hemos encontrado ya con la pandemia anímica y de manera especial, con la obsesión telemática.
Usado el término en el ámbito médico, alude a una grave infección que asola a todo el orbe. Incide en unas regiones más que a otras, sin duda, pero en la globalidad terrenal la vinculamos a la ineludible acción preventiva que nos vemos obligados a llevar a cabo para luchar contra el riesgo de la proximidad. Hay que evitar, en lo posible, el contacto personal, a fin de protegernos de los rápidos contagios provocados por el temido virus. Sin embargo, no se puede mantener indefinidamente al colectivo social aislado o encerrado en sus casas. Porque la maquinaria “engrasada” del mundo difícilmente se puede detener. La sociedad no puede renunciar “alegremente” a determinados y fundamentales servicios, profundamente incardinados en nuestra existencia. Por lo tanto, te dicen los expertos, “Hay que convivir con ese compañero indeseado, que no es en absoluto de fiar: el virus Covid-19”.
En esa falsa dialéctica entre salud y economía, que algunos absurdamente plantean (si no hay salud ¿para qué queremos o necesitamos la economía?) aparece la imperativa consigna de que hay que salvar el comercio. En consecuencia se activan las transacciones on-line, utilizando los mecanismo informáticos, o bien se mantienen las compras directamente personales, usando las mascarillas, los geles, los guantes y las distancias. Pero tampoco nos podemos olvidar de los servicios sanitarios, con la prioridad que naturalmente se les ofrece a los ciudadanos infectados. Para la atención primaria, no de urgencia, ahora te ofrecen el recurso de la consulta telefónica: el paciente tiene que explicar telefónicamente al médico aquello que piensa le está ocurriendo o ha de leer al facultativo el resultado de las resonancias y analíticas que le han sido efectuadas ¿Cómo puede así el médico reconocer en la distancia a su paciente? Para los servicios culturales o de ocio, se nos “inunda”, a través del móvil, el tablet o el ordenador, con decenas de “visitas virtuales” a museos y centros expositivos, conferencias grabadas o en directo, artículos de prensa en las diferentes plataformas digitales o incluso partidos de fútbol, con las gradas absolutamente vacías de público y con simuladores “enlatados” de aplausos y otras muestras expresivas del colectivo ausente. También, por supuesto, manteniendo la distancia física. Y llegamos al fin a una trascendente función, básica e insustituible en todo grupo social, como es el servicio educativo.
Los colegios continúan físicamente cerrados, desde mediados de Marzo. Por consiguiente los profesores han de arbitrar medios y caminos digitales para contactar con sus alumnos. Y aquí entra de lleno el debate acerca de la enseñanza o las clases explicativas de naturaleza no presencial. Las opiniones sobre esta estrategia son diversas y contrastadas. Hay que expresar, con la fuerza de la razón, que la ausencia del alumno en las aulas conlleva una serie de condicionantes y perjuicios que no favorecen, sino todo lo contrario, los valores educativos. Por mucha telemática que sea aplicada, se pierde ese contacto humano directo, entre el Profesor con sus alumnos y entre los propios alumnos entre sí. La motivación para el aprendizaje también sufre, pues se pierde la ayuda puntual, el gesto oportuno, la mímesis psicológica, la competitividad y ese hermanamiento social para la cooperación en actividades del trabajo en equipo. Una pantalla de plasma en casa puede ayudar, qué duda cabe. Pero aunque aquélla sea de muchas pulgadas y gigas, el espíritu “mágico” de la sociabilidad en el aula ha desaparecido con la estancia del alumno en la soledad de su dormitorio. Y es que habrá estudiantes que gozarán de equipos informáticos de última generación. Sin embargo otros escolares serán menos afortunados, pues el hardware de sus equipos estará obsoleto, cansino y con respuestas torpes y frustrantes. Y en cuanto a los programas o software, muchos de los sistemas telemáticos utilizados para la comunicación no podrán ser utilizados por esos viejos ordenadores, en plena obsolescencia digital. Unos alumnos tendrán una línea de conexión wifi, con fibra óptica de muchos megas. Otros escolares apenas van a poder descargarse un modesto archivo o un documental ilustrativo, con sus “renqueantes” equipos. Y en cuanto a los conocimientos informáticos, la diferencia operativa discriminará a muchos de los alumnos más atrasados o torpes con el mundo digital. En definitiva, la enseñanza telemática, según a qué niveles de la formación reglada, puede ayudar, puede paliar, puede complementar, pero en modo alguno sustituir esa “comunión intelectual” o atmósfera formativa del aula, generada entre el maestro y sus alumnos, en una interacción, mental, sentimental y fraternal, en la que todos, discentes y docentes, aprenden. Lo van a conseguir en el aula, sean cuales fueren los recursos materiales habilitados o disponibles para ese anhelado proceso de enseñanza y aprendizaje: la tiza y el encerado, los tablets y los ordenadores individuales, las pizarras y libros electrónicos, las libretas y los lápices, los bolígrafos y las gomas de borrar o esos pendrives con muchos gigas de capacidad.
Y llegado a este punto de la exposición, nos preguntamos: ¿Qué piensa hacer la UMA para el curso próximo, tanto con sus alumnos jóvenes, como con sus alumnos mayores? Obviamente, nos hallamos a principios de Junio. Aún no lo sabemos. Es presumible que mientras tengamos que convivir con el “enemigo indeseado” y no tengamos el fármaco que lo combate, si se quiere reiniciar la formación presencial, habrá que seguir echando mano o uso preventivo de las mascarillas, los guantes, los geles y los desinfectantes. Las mesas y bancas de trabajo habrán de estar técnicamente separadas. Las aulas pequeñas deberán limitar el número de quienes las usen. Los grupos habrán de organizarse necesariamente reducidos, no podrán superar como máximo la cifra de los veinte estudiantes. En todo caso, habrán de habilitarse necesariamente aulas más amplias, así como incrementar notablemente el número de los profesores. Los horarios serán “imaginativos” en su estructura, para que no todos los estudiantes entren y salgan de los centros a la misma hora. La duración de las clases, si se sabe aprovechar con inteligencia el tiempo disponible, puede ser suficiente con 45 minutos. Los controles aleatorios a los alumnos para conocer el estado de su salud tendrán que ser abundantes y orientativos. Los estudiantes de Medicina y aquéllos otros que cursan Ciencias de la Salud podrían colaborar eficazmente en estas importantes tareas de control y asesoramiento técnico cualificado, tanto individual como colectivo.
Con respecto al Aula de Mayores, integrada por un amplio colectivo de población escolar de alto riesgo sanitario, habría que extremar todas estas medidas preventivas. Además se debería seleccionar, con los mejores fundamentos técnicos de motivación y planificando una estrategia horaria de grupos no coincidentes, los contenidos de los cursos a impartir. Se haría hincapié en aquellas temáticas y actividades que mayores incentivos e intereses despierten entre las personas mayores. En este sentido, sería inteligente y apropiado realizar, durante las semanas de junio y julio, encuestas bien elaboradas para que sus respuestas sean verdaderamente útiles, con el fin de conocer qué es aquello que más les agrada y aquello que más les desanima para su asistencia a las instalaciones universitarias de El Ejido. Aunque antes se hacía, en estos últimos años se ha dejado de controlar la asistencia a las clases. Por ello no hay cifras o datos concretos del absentismo escolar, sólo percepciones puntuales del interés presencial de estos alumnos mayores. Todas esas informaciones y aportaciones facilitarían pautas de análisis para implementar los cambios necesarios, a fin de entender porqué hay cursos que comienzan con 40 o más alumnos inscritos y a los pocos meses o semanas apenas asisten a clase un tercio de los matriculados.
Como al parecer la aparición científica de una terapéutica farmacológica eficiente, contra el Covid 19, no es inminente hasta la fecha, habrá que temer para el curso próximo que los gestores universitarios tengan la tentación de incidir totalmente en la oferta docente telemática o la mezclen con la presencial, según porcentajes coyunturales. Puede ser un error adoptar esta decisión, que se contrastaría con las matrículas efectivas de alumnos inscritos durante el mes de Septiembre. Confiemos en que con la fuerza numérica de su cualificado claustro docente y la disponibilidad de sus numerosas y amplias instalaciones (pensando incluso en el Campus de Teatinos) la UMA potencie con valentía e inteligencia la acción presencial para el Aula de mayores, a la hora de planificar el Curso 2020-2021.-
José L. Casado Toro
Junio 2020
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