En la dolorosa y trágica pandemia que la
humanidad está padeciendo, escuchamos en boca de los responsables políticos y
los comentaristas mediáticos expresiones, una y mil veces repetidas de que “nos
encontramos en guerra contra el coronavirus”, “esta batalla la vamos a ganar”,
“quedarnos en casa es nuestra mejor arma”, etc. Se utiliza en estas reflexiones
y manifestaciones un lenguaje de naturaleza castrense, militar, bélica. Pudiendo resultar literariamente apropiada
esta forma expresiva, no es menos cierto que cuando los profesores en el futuro
expliquen esta “guerra” a sus alumnos, tendrán que añadir que se trató de un
belicismo diferente, atípico, “no convencional”, en los manuales ortodoxos de
una contienda.
Por de pronto, estamos combatiendo a un
enemigo al que no vemos. Esos “soldados” son tan infinitamente pequeños que
sólo tienen este privilegio de la visión determinados científicos y usando muy
sofisticados aparatos. En realidad tampoco tienen nombre ni bandera, sólo el
que nosotros les hemos puesto, por la peculiar forma que adoptan sus soldados, vistas
a través de millones de aumentos tras poderosísimas lentes.
No hay escalafón militar entre ellos. Nada
de sargentos, coroneles o mariscales, son todos iguales en su graduación
militar. Contra ellos tampoco puede utilizarse el armamento tradicional de las
batallas, como fusiles, ametralladoras, tanques y cañones. Para mayor
infortunio, no sabemos exactamente qué tipo de armas pueden ser eficaces para su
exterminio. Se continua buscando ese arma poderosa que realmente nadie sabe
cuando será hallada. Por el contrario, ellos tienen su mejor arma de ataque en
nuestras propias defensas orgánicas. Éstas, cuando detectan al invasor,
reaccionan “exageradamente”, provocando un caos defensivo de tal calibre que
bloquean nuestro sistema respiratorio y otros órganos de nuestros cuerpos. Es
decir, los campos de batalla son nuestros propios organismos corporales, no los
míticos Waterloo, Austerlitz o Normandía.
Este maligno enemigo no utiliza un sistema
de transporte convencional para sus tropas. También nos utilizan para su más
cómodo desplazamiento. Viajan en nuestros estornudos, en esas manos no lavadas,
en esas bocas no tapadas, en esas manos sin guantes, en esas barandillas,
barras de autobuses, pomos de las puertas, teclados de ordenador y móviles,
pulsadores de las luces y frutas del súper, que no han sido desinfectadas.
Y ya, en el colmo de la deslealtad y la ausencia
total de caballerosidad y honor castrense, normalizado en las convenciones de
guerra, no hay acuerdos, diplomacia, armisticios, treguas, firmas de tratados,
prisioneros de guerra, organismos internacionales o principios de los derechos
humanos a respetar. Es una guerra cruel, diabólica, sin valores éticos,
morales, militares, humanos. Y en el supuesto que algún día ese enemigo tuviera
que acudir a un tribunal de guerra por delitos contra la Humanidad, su cínica
defensa alegaría que en realidad nuestras bajas y muertes han sido provocadas
por nuestros propios organismos corporales.
En esta tesitura, habría que recordar la vibrante
arenga que un veterano mariscal daba a sus jóvenes tropas, en la noche víspera
de la gran batalla: ¡Soldados, el que sepa rezar, rece. Y todos los demás,
piensen en sus seres queridos, piensen en la Patria!
¿Que harán los unos y los otros de nuestros indefensos soldados? Parece sensato pensar que los mejores pensamientos y anhelos, en todos ellos, estarán dirigidos hacia esos científicos y laboratorios del mundo que se esfuerzan sin descanso, durante los días y las noches, en localizar y difundir un eficaz armamento que frene, expulse o destruya a ese cruel, diabólico, “invisible”, parasitario y desleal enemigo en nuestras vidas.
J. LUIS CASADO TORO
José Luis, un magnífico y desasosegante relato de lo que está ocurriendo. Solo queda pedir a la tropa más desprotegida, los ciudadanos, que seamos lo necesariamente sensatos para activar nuestras propias
ResponderEliminardefensas cumpliendo las normas y no dejándonos abrasar por ese pequeño rayo de libertad que se nos ha abierto. Mayte