27 abril 2020

LA REALIDAD SIEMPRE SE IMPONE

                                                             

          Van perdiendo fuerza los aplausos de las ocho, y el escuchar el himno nacional, el Resistiré y el Viva España. Como todo lo que empieza con mucho brío, termina por desgastarse lentamente de tanto repetirlo. La novedad no es capaz de mantener el pulso de modo indefinido.

          Aunque ese acto simbólico, el de los aplausos, era un merecido homenaje a nuestros sanitarios, que han sabido demostrar su profesionalidad y su sacrificio en este durísimo mes y medio que llevamos vivido y sufrido, no es, precisamente, ni lo mejor ni lo único que podemos hacer por ellos.

          Ayer, tuvimos la oportunidad de contemplar en televisión escenas que a muchos nos dejaron perplejos. Los niños, pobrecitos, llevaban el enclaustramiento con una entereza digna de mejor causa y los psicólogos alertaban del temor a que pudieran traumatizarse con esa situación tantos días soportada. Aconsejaban de la necesidad de sacarlos al aire libre y que pudieran recibir el aire puro —ahora sí que lo es— y darse un paseo no superior a una hora y en un radio alrededor de un kilómetro de sus casas.

          Desde la televisión se hicieron las advertencias oportunas y se delegó en los padres el buen uso de esa prerrogativa. Ellos son los adultos y los que están obligados a respetar las normas y hacer que sus hijos también las pongan en práctica.

          Pues bien, el espectáculo que pudimos ver anoche fue bochornoso. No se puede culpar a todos los padres, ya que muchos cumplieron con su obligación de forma correcta. Pero,¿ y esos partidos de fútbol entre grupos de niños sin ninguna protección, y los lugares atestados de gente que iba y venía por los paseos y las avenidas como si fuera un día de Feria? Y los grupitos de adolecentes sentados unos juntos a otros en divertido coloquio?

          Y mientras tanto, las personas mayores, tanto o más sensibles al encarcelamiento al que estamos sometidos, en las que los efectos de la depresión y la ansiedad está minando poco a poco cada día, ¿qué hacemos con ellas?

          ¿No es suficiente la impresión que les produce escuchar el número de personas de su grupo de edad, miles de ellas, que han muerto en soledad o en muchos casos abandonadas a su suerte? ¿Ellas no se traumatizan?  ¿Los mayores no necesitan un paseo al aire libre, recibir los rayos de sol para sintetizar la vitamina D, que tanto precisan sus huesos ya desgastados?

          Son, somos el colectivo más golpeado y el que menos parece importar a nuestros dirigentes. Se nos permite ir a la compra con el riesgo que entrañan los supermercados, y las tiendas, y las farmacias, lugares llenos de gente, pero nos está prohibido dar un paseo, aunque sea alrededor de nuestras casas, porque corremos el riesgos de contaminarnos. ¿No será que lo que temen es que les contagiemos a ellos?

          O todos tirios o todos troyanos. Bien que se preocupen por los niños. Pero háganlo también con los mayores. Se lo merecen. Y de su experiencia es de esperar que acatarán las normas con el mayor respeto. Aunque solo sea por su propio interés.

          Y para finalizar, un consejo. Menos aplausos, y menos cánticos y procuremos todos preservar nuestra salud y de ese modo la de los demás. Así evitaremos que los sanitarios tengan que padecer de nuevo la presión, el estrés y el grave peligro al que han estado y aún están sometidos. Esa será la mejor manera de agradecérselo.

MAYTE TUDEA.


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