Van perdiendo fuerza los aplausos de las ocho, y el
escuchar el himno nacional, el Resistiré y el Viva España. Como todo lo que
empieza con mucho brío, termina por desgastarse lentamente de tanto repetirlo.
La novedad no es capaz de mantener el pulso de modo indefinido.
Aunque ese acto simbólico, el de los aplausos, era un
merecido homenaje a nuestros sanitarios, que han sabido demostrar su
profesionalidad y su sacrificio en este durísimo mes y medio que llevamos
vivido y sufrido, no es, precisamente, ni lo mejor ni lo único que podemos
hacer por ellos.
Ayer, tuvimos la oportunidad de contemplar en televisión
escenas que a muchos nos dejaron perplejos. Los niños, pobrecitos, llevaban el
enclaustramiento con una entereza digna de mejor causa y los psicólogos
alertaban del temor a que pudieran traumatizarse con esa situación tantos días
soportada. Aconsejaban de la necesidad de sacarlos al aire libre y que pudieran
recibir el aire puro —ahora sí que lo es— y darse un paseo no superior a una
hora y en un radio alrededor de un kilómetro de sus casas.
Desde la televisión se hicieron las advertencias oportunas
y se delegó en los padres el buen uso de esa prerrogativa. Ellos son los
adultos y los que están obligados a respetar las normas y hacer que sus hijos
también las pongan en práctica.
Pues bien, el espectáculo que pudimos ver anoche fue
bochornoso. No se puede culpar a todos los padres, ya que muchos cumplieron con
su obligación de forma correcta. Pero,¿ y esos partidos de fútbol entre grupos
de niños sin ninguna protección, y los lugares atestados de gente que iba y
venía por los paseos y las avenidas como si fuera un día de Feria? Y los
grupitos de adolecentes sentados unos juntos a otros en divertido coloquio?
Y mientras tanto, las personas mayores, tanto o más
sensibles al encarcelamiento al que estamos sometidos, en las que los efectos
de la depresión y la ansiedad está minando poco a poco cada día, ¿qué hacemos
con ellas?
¿No es suficiente la impresión que les produce escuchar el
número de personas de su grupo de edad, miles de ellas, que han muerto en
soledad o en muchos casos abandonadas a su suerte? ¿Ellas no se
traumatizan? ¿Los mayores no necesitan
un paseo al aire libre, recibir los rayos de sol para sintetizar la vitamina D,
que tanto precisan sus huesos ya desgastados?
Son, somos el colectivo más golpeado y el que menos parece
importar a nuestros dirigentes. Se nos permite ir a la compra con el riesgo que
entrañan los supermercados, y las tiendas, y las farmacias, lugares llenos de
gente, pero nos está prohibido dar un paseo, aunque sea alrededor de nuestras
casas, porque corremos el riesgos de contaminarnos. ¿No será que lo que temen
es que les contagiemos a ellos?
O todos tirios o todos troyanos. Bien que se preocupen por
los niños. Pero háganlo también con los mayores. Se lo merecen. Y de su
experiencia es de esperar que acatarán las normas con el mayor respeto. Aunque
solo sea por su propio interés.
Y para finalizar, un consejo. Menos aplausos, y menos
cánticos y procuremos todos preservar nuestra salud y de ese modo la de los
demás. Así evitaremos que los sanitarios tengan que padecer de nuevo la
presión, el estrés y el grave peligro al que han estado y aún están sometidos.
Esa será la mejor manera de agradecérselo.
MAYTE TUDEA.
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