24 marzo 2020

UNA DE ROMANOS




Ahora que llega la Semana Santa: “UNA DE ROMANOS”

                                                           Una historia casi veridica. 

Alla por la década de los sesenta del pasado siglo, en una importante ciudad del Sur de España se celebraban, con cierto fasto, las procesiones de la Semana Santa. En los desfiles procesionales, junto a los nazarenos, participaba una escuadra de soldados romanos lujosamente ataviados; los mandaba el capitán de la escuadra que, al frente de ellos, gallardamente, lucía coraza, casco con penacho y espada. 
Un Miércoles Santo, sobre las 6 de la tarde, salió de casa dispuesto a participar en la procesión de las 9. Al poco se encontró con unos “amigos” que, puesto que aún quedaban 3 horas para la salida procesional, le invitaron a tomar una copa en El Marqués, una taberna cercana a la que habitualmente acudían. Charla y copas se fueron sucediendo sin que el “romano” se diera cuenta de la treta que le habían preparado. A la hora de la salida procesional, el capitán de la escuadra estaba borracho como una cuba y sin sentido. Los “amigos”  lo cogieron, lo llevaron a la estación de ferrocarril, y, sin ser vistos por nadie, lo dejaron, de incógnito, en el ultimo vagón del tren, que al momento partió hacia Madrid.
Tres horas después, sobre las 12 de la noche, llegando a Alcazar de San Juan, el revisor llega al último vagón y allí encuentra tirado en el suelo a un “soldado romano” con su coraza, casco con penacho y espada. 
Atónito le inquiere:

- El billete !

El “romano”, incrédulo, entreabre un ojo, mira a su alrededor, después al revisor, y responde:

- Qué billete?.

-  El billete o abajo del tren, le espeta el revisor.

Sin miramientos, vestido de romano, acaba fuera del tren a media noche, sin otra ropa, dinero ni documentación.

Cerca de la estación transcurría la carretera nacional; allí se desplaza el “romano” con la esperanza de ser recogido por algún transportista, que, de madrugada, bajara para Andalucía. Muchos pasaron, pero la pinta del “romano” no animaba a nadie a parar. (!la gente está loca!, pensaban). Al clarear el día, un paisano lo reconoce, para y, sin saber si reír o llorar por lo que le cuenta, le acomoda en su camión. En el largo trayecto, el “romano”, a la vez que cuenta las historia al conductor, va rumiando su venganza: llegaran sobre las 5.30 de la tarde, y sabe que los “amigos” estarán en la taberna de siempre. Allí irá y no va a perdonar semejante afrenta. A la llegada, hecho un basilisco, va directo al “Marques”. El mesonero, que conoce lo que le viene, trata de apaciguarlo comentándole las bromas que, sin mala fe,  el grupo suelen hacer a los
incautos. Le comenta que suelen venir un poco más tarde y si quiere esperar, y puesto que el “romano” no ha comido, le ofrece algo de comer y un vaso de vino; hambriento, acepta. Unos minutos más tarde, entra en la taberna un “conocido” del grupo, que conoce la historia y está en el ajo. Traba conversación con el “romano” y le invita a un vino mientras acuden los del grupo. El primero de estos en llegar, es el que apenas había intervenido en la trama del día anterior; trata de apaciguar al “romano”, y pide una ronda para los tres. El afectado va perdiendo fuerza en su ira y manifiesta que lo que le hicieron estuvo muy mal y que no podía perdonarles. Otro del grupo aparece por la taberna, y desde la misma puerta pide mil perdones, y que era solo uno broma; una ronda para todos y pelillos a la mar. La venganza del “romano” va aflojando cuando entran otros dos del grupo con la misma historia: perdona, era broma, y una ronda para todos…. Y así los 3 que quedaban.
A las 9 de la noche, el “romano” estaba borracho como una cuba; los del grupo lo cogen,  lo dejan tirado en el último vagón del tren, que parte, como a diario, camino de Alcazar de San Juan…………

Cuentan que los del grupo estuvieron mas de un mes desaparecidos de la ciudad.



Pedro J. Tíscar Marín.  2020

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