Una muy reconocida institución
universitaria, ubicada en el marco territorial de nuestro país, celebraba su
prestigioso y bianual congreso internacional de lingüística. Cualificados
investigadores, procedentes de las más afamadas universidades del planeta, acudían
a las atractivas sesiones de estudio con sus numerosas comunicaciones y
ponencias, relativas al campo científico, siempre enriquecido y actualizado, del
uso correcto de la palabra y su significado.
Uno de los debates que más expectación suscitó,
entre las interesantes y contrastadas discusiones de los congresistas, fue
aquél en el que se decidió elegir aquella palabra que, en el momento actual,
mejor representara o caracterizase el panorama de la inestable sociedad
globalizada en la que hoy nos ha correspondido vivir. No resultaba fácil
acordar el vocablo que mejor definiera a la sociedad internacional que el mundo
representa, aparentemente bastante enferma y desconcertada pero que, sin
embargo, sigue avanzando con la inercia insólita del vehículo desgastado y, en
numerosas ocasiones, mejor o peor reparado.
Tras los vibrantes posicionamientos en
las contrastadas argumentaciones, se alcanzó un difícil acuerdo para concretar
la mejor palabra que definiera el estado
actual de la sociedad mundial. Aunque el vocablo elegido resultó ser
CREDIBILIDAD, el fundamento de su significación aludía específicamente a su
carencia, es decir, a la falta o ausencia de esa facultad o cualidad de
creíble, a la que alude el diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española. Aunque en desuso, la palabra admitida para ese concepto es INCREDIBILIDAD.
Efectivamente, en esta convulsa época
que estamos protagonizando, la sociedad sufre y padece una patología carencial
de credibilidad. Es obvio que todos somos un poco culpables de ese estado de
incredulidad o incredibilidad en el que parece nos hemos acomodado. Pero, en
esa asunción de responsabilidades, existen muy diversos niveles de
protagonismo. ¿Quiénes son los principales actores (esta palabra también resulta,
con fortuna, muy expresiva) en esa jerárquica estructura piramidal que ha
sembrado un erial “infinito” de incredulidad?
Los primeros puestos para ese incrédulo
listado se hallan ocupados por aquéllos que se lucran, engañan y malversan con
la actividad u oficio político. También habría que aludir a las instituciones
que nos gobiernan y administran, en sus distintas escalas espaciales de la
territorialidad local, regional, nacional e internacional. Siguiendo este poco
alentador escenario, aparecen otros preclaros protagonistas sobre los que quiero
eludir un adjetivo calificador: los organismos financieros, los medios de
comunicación, la difusión publicitaria, los grandes grupos que articulan y
dominan el comercio mundial y, por supuesto, todas esas instituciones
religiosas que dicen representar el noble mensaje de la divinidad.
Tras este sombrío y decrépito panorama,
generado por la endémica falta de credibilidad generalizada que hoy nos subyuga,
tenemos que buscar y hallar algo de luz y esperanza en ese ocre bosque en el
que, a modo de laberinto disuasorio, nos sentimos atrapados.
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