Ya se va, mejor dicho se está yendo sin que nadie la despida
(¿la maldita crisis?) y que cada vez pase más desapercibida. Pero aunque no
esté de moda y resulte anticuado, a mí la Navidad me gusta. Ya sé que resulta
una rebeldía intolerable decirlo. Pero es la verdad. Me gusta.Y es que aún
tengo ojos de niño cuando me asombro de una manera infantil con las luces de
las calles y de todo lo que me trae la Navidad:
los escaparates llenos de juguetes y con su nieve eterna, los grupos
cantando villancicos, el turrón de Casa
Mira, tanta gente en la calle, los regalos escondidos que nunca encontraba,la
noche en blanco de mis hijos, las uvas contadas mil veces, Ana Obregón y el
otro, la cabalgata de Reyes con sus patos y estrellas, comerme todas las frutas
escarchadas del roscón de reyes puesto que nadie las quiere, y mi cara de
circunstancias cuando me regalan colonia. Porque siempre hay un momento, en la
vida de cualquier hombre, en la que te regalan por navidad un tarro de colonia.
Sólo hay que aceptarlo, quitarle importancia al asunto y callarse.
A
mí la Navidad me gusta. Me apasiona contar mentiras por eso me gusta la
Navidad. Mentiras maravillosas que dejen boquiabiertos a niños y mayores.
Cuentos fantásticos que, por unos pocos días, se hacen realidad. Tal vez ese
sueño, en algún momento, se convierta en la verdad de nuestros amaneceres.
Puestos a jugar, ese territorio, el de nuestros deseos, siempre es virgen. Y es
el regalo que casi nunca encontramos a los pies del árbol, del zapato, de la chimenea
o de lo que nos dicten nuestras costumbres. Todos nacemos con una estrella que
nos alumbra, por la misma razón, y por absurdo que parezca, los reyes llegan
todos los años. Y como soñar es gratis
hasta en tiempos de crisis, los reyes
llegan cargados de regalos que son deseos.
Y
yo, que creo que en el amor un “para siempre” se queda
corto, me despierto una mañana y, al darme la vuelta en la cama, descubro a mi
vera al amor de mi vida, ése que creí que no existía. Miro por la ventana y el
paisaje es el de mi infancia, aquella que en algún momento lamentablemente olvidé.
Voy a preparar el desayuno y me encuentro en la cocina con los que se fueron y
no volvieron más, comiendo mazapanes, como si tal cosa, junto a mis hijos
mayores, que se me han vuelto pequeños en estos días. Está hasta ese perro gris
y canela, al que tanto quise. Y don Luis, el maestro que me enseñó a escribir
porque “el hombre inventó las palabras para encubrir su pensamiento” decía. Y
un pato. El de la cabalgata.
Nono Villalta, enero 2014
Un cuento navideño para retroceder a la niñez y a la inocencia de otros tiempos. A esa ilusiones que, a pesar de los pesares, no deberíamos perder nunca. Muy bonito Nono. Te deseo que nunca pierdas esa parte de niño que todos llevamos dentro.
ResponderEliminarEsperanza.
Me ha encantado tu descripción de lo que para ti representa la Navidad, me uno a ella y te doy mi enhorabuena¡FELIZ AÑO! Mª Eugenia
ResponderEliminarTu escrito y el comentario que me has puesto en el blog, no se por qué, pero tiene un halo infantil. Creo que tus nietos te han hecho rejuvenecer. Muy bonita esa representada Navidad. También yo te deseo esos abrazos dulces. Maruja
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