El director
de cine Sam Peckinpah retrató en sus películas el auténtico Oeste Americano y
es precisamente en “La balada de Cable
Hogue” en la que muestra a sus protagonistas en ropa interior, ella
luciendo corsé, culotte y liguero tan limpiamente blancos que contrastan con su
profesión de meretriz. Por el contrario él se pasea gran parte de la película
con unos calzoncillos mugrientos de cuerpo entero y color salmón cuya fetidez
se intuye.
¿Qué consecuencia puede extraerse de ello? Quizás
el oprobio que contagia su dueño a la prenda, inocente ella, o bien que la
prenda, precisamente por estar adherida a lo más íntimo, tiende fatalmente a la
ofensa. Cualquier pieza, por hermosa que
sea, cambia fácilmente su valor o lo trastorna viciosamente tras el contacto.
Por ambos caminos, la ropa interior es, de un
lado lo más delicado y, de otro, lo más efímero.
Sin embargo
existe una gran desigualdad entre un modelo y otro según sea quien
lo use, hombre/mujer, entre los cuales una fosa los signa radicalmente.
Mientras la ropa interior femenina ha alcanzado a lo largo de los tiempos una
singular atención, el cuerpo masculino se despachó casi siempre de manera
sumarial y áspera. Es en la ropa interior femenina donde se dan las fantasías,
la creatividad y la picardía, en tanto que la masculina es tan simple y tan fea
que es a las mujeres a quienes hemos dejado la elección de los calzoncillos. Basta
solo contemplar un desfile de ropa interior para ver, en el caso de las
mujeres, ángeles vestidas de glamour, sensualidad, fantasía y buen gusto frente
a hombres luciendo slips de dudosa virilidad.
Y es que
hasta el reclamo para vender la ropa interior difiere sustancialmente. Mientras
en los lugares de lencería femenina se crea un ambiente de erotismo tan vivo y
envolvente que ayuda menos el pudor que la turbación y el rubor, en los
espacios masculinos solo se hace una grosera referencia de los atributos
varoniles que se imprime en los envases. ¿Paquetes soberbios para atraer la
lujuria femenina? No lo creo. Las mujeres profundizan más. Es aquí donde envueltos
de bragas y sujetadores, negligés,
saltos de cama, susanitas, camisones y batas transparentes comienzas a flotar
en una dulce nube de algodón frente a la dura y seca opacidad del bagaje para caballeros.
Es en ellos donde se dan un sinfín de insultantes despropósitos. La historia no
ha corregido el quebranto de ver a un hombre en calzoncillos y camiseta. Las
rayas, los elásticos, los colores lisos y estrafalarios, las medidas, los
tejidos de fibra se combinan para arruinar la figura del señor. Una mujer en
ropa interior es una señora bien vestida, un hombre en ropa interior es, por lo
común, un mamarracho. Mientras que una
mujer puede pasear orgullosamente en paños menores un hombre en calzoncillos
agudiza su desprestigio.
Es, pues, la
mujer en ropa interior la que aun desde la distancia, y no digamos desde la cercanía, la que provoca un tumulto de
emociones que desde el respeto y alguna vez desde el temor la convierte en el
ser más sensible, más necesitado de afecto, más accesible a las desilusiones
pero también en la uña de tigre escondida bajo el guante perfumado.
Nono Villalta, octubre 2013
Tienes un conocimiento preciso del "interior"femenino muchas Gracias un saludo
ResponderEliminarEres el mejor definiendo a las mujeres.En nombre de todas,¡gracias¡
ResponderEliminarLas comparaciones, dicen, son "odiosas"... sí, pero en este caso, tu relato comparas a "las diosas del glamur" con la sin igual figura del "distraído hombretón", calzado con gayumbos descoloridos, cuatro pelos revueltos y bostezón, cuando recientemente tenemos la figura del Adonis Cristiano Ronaldo, luciendo "resplandeciente" figura y diseño vanguardista de una prenda interior que proclama novedosa.
ResponderEliminarUn abrazo.
Juan F.P.
Querido Nono: de tu verdad interior o vida interior diría yo; lo que más me ha gustado es que la mujer desde el temor, a veces, se convierte en el ser más sensible y necesitado de afecto. ¡Sabes por qué? Porque no sabe que maniquí masculino se le va a presentar por delante. ¡Sois tan sorprendentes!
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