14 abril 2013

RECUERDOS (III)


En los años cincuenta se estableció en España una cruzada moral que tenía algo de caravana de héroes en busca del cinturón de castidad. En aquel desierto de privaciones lo más lujurioso que existía eran los Coros y Danzas de la Sección Femenina, en tanto que el país olía a letrina y casas de prostitución. El erotismo brillaba por su ausencia. Fue así como el español creció y se preparó para el futuro. Le ayudó la mujer que un buen día le dio un tijeretazo a la sisa y de pronto su espalda apareció en público como un desafío. En ese momento comenzó la locura, hasta llegar a la epifanía de las tetas de Victoria Vera. Hasta entonces solo algún biquini y alguna falda por encima de las rodillas. Después se abrieron las puertas del sexo de garrafón y se arriaron las bragas españolas. Hoy todo es un disparate, ¡qué os voy a contar que no sepáis!

En cualquier tiempo, en cualquier lugar, siempre ha habido maestros de escuela que un día pusieron la mano en el hombro de algún niño e hicieron todo lo posible para que su talento aflorara y no se desperdiciara. Conservo una foto de niño muy bien peinado con la raya partida, sonriente, con chaqueta, pantalón corto y corbata al lado de un hombre mayor que me pone la mano en el hombro. Mis nietos me preguntan quien es ese señor desconocido. Les explico que don Cosme fue mi maestro y que la foto se hizo tras el examen de ingreso para el bachiller. Él me enseñó el verdadero valor de las cosas bien hechas y me inculcó la curiosidad por el conocimiento. Don Cosme ya hace mucho tiempo que ha muerto. En el descampado del barrio veo hoy otros chavales jugando como perros sin collar a merced de la fortuna. No han tenido un maestro que les ponga la mano sobre el hombro.

Cuando yo era monaguillo en la parroquia de mi barrio asistí a muchos sepelios que en aquellos años tenían un carácter siniestro. Eran exequias en las que se lloraba mucho aunque el difunto fuera una persona de malas entrañas. Si el muerto estaba abonado a Santa Lucía, ésta aportaba a la comitiva tres taxis de la época para los familiares, cuatro plañideras creando ambiente entre suspiros y lágrimas y un carruaje tirado por dos briosos corceles con penacho. Aquel oscuro oficio ha cambiado. Hoy todo se desarrolla en un un marco adornado con pinturas abstractas y asepsia de aeropuerto llamado tanatorio donde se vela al difunto en una habitación más propia de un hotel de lujo.

Si recordamos nuestra infancia con alegría es porque la ilusión de un niño puede con todo, o con casi todo. Los héroes de nuestra niñez fueron turbios y raros. Y si no ahí tienen a Torrebruno y tantos otros. A los niños de hoy le pones en la tele lo nuestro y vete preparando pasta para el siquiatra. Todo en nosotros fue naufragio. Fuimos felices de milagro.

Nono Villalta, abril 2013





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