Aquel joven
se despidió de sus paredes que tantos recuerdos habían guardado: sus sueños, sus ideas, sus sentimientos y
ahora sus nostalgias.
Tomó sus cosas y miró el reloj, eran las ocho de la mañana y el sol empezaba a
levantarse. Antes de marcharse le dirigió una oración al crucifijo, luego lo
besó, lo volvió a mirar y lo echó en la bolsa de viaje.
Salió a la calle y no miró hacia atrás, siguió caminando mientras sentía que
brotaban algunas lágrimas en sus ojos. En un momento se detuvo, su mirada se
había nublado y su rostro mostraba la tristeza por su partida necesaria…
necesaria para trabajar, necesaria para vivir, necesaria para ser feliz y
necesaria para transformarse.
Había encontrado trabajo fuera de sus fronteras y no dudó en aceptarlo. Como
pudo subió al tren y allí se encontró con otros ojos iguales a los suyos y los
mismos rostros.Cuando se alejaba más se aferraba el corazón a su tierra, quiso por un momento bajarse y volver atrás, pero la decisión ya estaba tomada y su promesa echada. ¡Volveré tan pronto mi país supere la crisis!.
Juan Fernández Pacheco
– Abril 2.013
Un sentimiento real que se apodera de todos los que están teniendo que salir del país para poder vivir, o mejor dicho sobrevivir. Porque cuando todo lo que quieres lo tienes que dejar atrás, los bocados que llegan a la boca son muy amargos.
ResponderEliminarMuy buena reflexión.
Esperanza.