29 noviembre 2012

RECUERDOS (I)


Cada primavera mi padre me llevaba a Cerro Muriano para que durante los tres meses que duraba la instrucción de los nuevos reclutas me repusiera de mi precaria salud. Los aires serranos, el agua y la abundante comida me servían de vacuna para el invierno siguiente. Un día de mayo de 1955, poco antes de tomar mi primera comunión, encontré junto a las tapias del cementerio del pueblo un casquillo de bala. En aquella zona se libraron cruentas batallas durante la Guerra Civil. Desde entonces he llevado aquella vaina siempre conmigo y aun la conservo encima de mi mesa.

La bala pudo haber matado a un soldado enemigo o pudo servir como tiro de gracia de un desdichado al que fusilaran junto a las tapias del camposanto. Lo cierto es que la capsula herrumbrosa fue protagonista de una pequeña historia.

Años después y encontrándome en Covaleda cumpliendo el servicio militar le relataba a mis compañeros el origen de la vaina. Uno de ellos me sorprendió con este relato: “Tu fuiste el niño que recogió la capsula de la bala que pudo matar a mi padre. Y recuerdo por recuerdo. Mi padre era el Alcalde de Pozoblanco en 1936 y aunque católico practicante, estaba afiliado al partido de Azaña. Sus ideas le llevaron a enrolarse en el Ejercito de la Republica para defender la legalidad. Estuvo en la batalla del Valle de los Pedroches donde le hicieron prisionero. Éramos nueve hermanos que vivíamos de la modesta paga de maestro de escuela de mi padre. Cuando lo fusilaron en las tapias del cementerio de Cerro Muriano, lo hizo al grito de ¡Viva la Republica! Nunca supimos donde lo enterraron. Y mira por donde hoy me encuentro en el ejército contra el que luchó y perdió. Así que ya has descubierto la bala que le faltaba a tu casquillo, guárdalas junto a los libros que tanto te gusta leer”

Hoy ya se sabe en qué punto concreto de cada barranco fueron enterrados miles de españoles, cómo se llamaban y a qué bando pertenecían. Eran hombres libres, desesperados, tal vez mártires laicos, arrebatados por el turbión de la Guerra Civil, que hoy se han convertido en polvo de la memoria. Ya no hay muertos anónimos. Entre todos los cadáveres que el rencor sumergió bajo tierra en nombre de Caín está el padre de mi compañero de armas y este hecho constituye una suprema indignidad.

Poco tiempo después nos licenciamos y no nos hemos vuelto a ver, aunque a partir de entonces esta capsula tiene un nuevo dueño compartido. Hoy he abierto el libro de poemas de Miguel Hernández y con el casquillo en el puño he releído esta estrofa: "Alimentando lluvias, caracolas/ y órganos mi dolor sin instrumento, /a las desalentadas amapolas/ daré tu corazón por alimento./Tanto dolor se agrupa en mi costado/ que por doler me duele hasta el aliento.

En las entrañas de ese poema, he encontrado también la bala que mató a aquel desdichado.

Nono Villalta, noviembre 2012




2 comentarios:

  1. Una historia que emana sensibilidad a pesar del tema de la guerra, y como eje conductor un casquillo de bala. Enhorabuena Nono.
    Esperanza.

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  2. Tu historia me ha recordado algunos hechos de mi vida: “La Tía Julia”, gran historiadora familiar que conoció la Monarquía, la República, la Dictadura y la Democracia; solía de noche al dormir narrarme anécdotas muy tristes de la guerra. No me gusta recordarla nací cuando bombardeaban Málaga.¡Pobre madre!
    Tú, con tu casquillo de bala, viviste una sensible y humana historia.
    Enhorabuena por tu primar premio en Relatos Cortos de la Universidad Malacitana.
    Un beso, Maruja.



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