24 agosto 2012

LA INFELICIDAD Y LOS PENSAMIENTOS NEGATIVOS

¡Cuando observas y escuchas a ciertas personas, algunas cercanas, y otras no tanto, adviertes como en muchas ocasiones la infelicidad que dicen sentir viene provocada por una debilidad emocional que alimentan de un modo casi permanente con los pensamientos negativos.

En ese círculo vicioso que supone sentirse desdichado e ir suministrando los leños que mantienen vivo ese sentimiento, la visión de conjunto se va deformando y se termina por creer que el resto de los seres con los que te relacionas no te comprenden, no te valoran, no te conceden lo que tú crees merecer, no se comportan como tú esperas y necesitas, en resumen, son injustos contigo. “El mundo frente a mí”.

A partir de aquí es fácil caer en el victimismo y la autocomplacencia. De ahí a pensar que la corriente de la vida siempre va en tu contra y de que existe una especie de conspiración contra ti, hay un breve recorrido.

Siempre recuerdo el chiste de la madre contemplando el desfile de su hijo, y la conclusión a la que llega de que todos llevan el paso cambiado, salvo el suyo.

Para evitar caer en esa trampa que nos tiende la mente, resulta muy saludable analizarse con neutralidad y pensar si la reacción de los demás cuando es contraria a la que esperamos, puede estar motivada por algo que nosotros hemos dicho o hecho, incluso con la mejor voluntad, pero que ha podido molestarles o herirles, y si se tienen dudas, preguntarlo y aclararlo. “De buenas intenciones está empedrado el infierno”, dice el refrán.

Hay ocasiones en las que queremos imponer a los demás nuestra generosidad, convencidos de que es bueno para ellos lo que les ofrecemos, y exigimos que nos lo agradezcan. Olvidamos la libertad de los otros para aceptar o no lo que les damos, si además no nos ha sido pedido.

Engrandecer nuestras buenas acciones hasta el límite de santificarlas –“con todo lo que yo hago o he hecho y recibo este pago” es una frase que he oído pronunciar con frecuencia-, y minimizar lo que hacen por nosotros, considerarlo natural, e incluso ignorarlo, sólo es un reflejo narcisista de nuestra personalidad.

Porque en todo aquello que hagamos por nuestra familia, nuestros amigos y otras personas, la primera y mayor compensación tiene que ser la que va implícita en la misma acción, sin esperar nada a cambio. “Hay más placer en dar que en recibir”. Si aguardas correspondencia a lo que haces, ya no es un regalo sino una transacción. “Do ut des”. “Doy para que des” ¿Dónde está el mérito?


Mayte Tudea
1 de Agosto de 2012


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