15 marzo 2012

VECINO DE BANCO

La tarde empezó a caer y las sombras fueron ocupando poco a poco el lugar de los últimos rayos de sol, mientras sus pasos lo llevaron en busca de un sitio hacia el único banco de la plaza que estaba casi vacío. En una de las esquinas había sentado un señor mayor, más o menos de su edad. Le echó un vistazo antes de darle las buenas tardes; su aspecto era serio y taciturno, con la mirada perdida. No le respondió y sus ojos tampoco pestañearon.
Tomás no tenía muchas ganas de hablar, solo quería amortiguar la algarabía juvenil de los alrededores, pero su vecino de banco seguía en silencio, a pesar de que hizo un comentario sobre el frío invierno que estaban padeciendo.
Le miró los pies y vió que calzaba sandalias. Enseguida pensó que debía ser extranjero; porque eran los únicos capaces de llevarlas como algo habitual en el mes de Enero, pero extrañamente no usaba calcetines. Ante el pertinaz mutismo de aquel hombre, siguió recorriendo con la mirada su indumentaria: pantalón ligero, camisa de manga larga, puños vueltos y desabrochada hasta el segundo botón; rodeando un cuello ancho, como cincelado a propósito para sostener aquella inhiesta y calva cabeza. La expresión de su rostro demostraba carácter y a la vez una profunda tristeza.
Miró sus manos, eran grandes y fuertes, también las surcaban los caminos del tiempo, pero no eran como las suyas, callosas por el duro trabajo del campo. Sostenía con desgana un cuaderno en la mano izquierda y un lápiz en la derecha.
Tomás le preguntó que si llevaba allí mucho tiempo y no le contestó. Sacó su paquete de cigarrillos, hizo el gesto de ofrecerle uno y tampoco obtuvo respuesta. Pasados unos minutos, escuchó una voz grave y algo lejana. Era de quién estaba en el extremo del banco, que al fín había decidido hablarle.
—Estoy harto de estar aquí sentado, mirando como un lelo la plaza y el obelisco de Torrijos. Nací en este barrio hace mucho tiempo. He sido ciudadano del mundo. En mi vida no conocí el aburrimiento y fueron muchas las mujeres que amé y me amaron; todo para terminar sentado en un banco, como un viejo y dando de comer a las palomas.
Tomás volvió la cabeza sorprendido por la larga parrafada de su hasta entonces silencioso vecino de asiento y le contestó:
—Eso tiene solución, pues márchese usted si no le gusta este sitio. Personalmente creo que esta plaza tiene un encanto especial. Es alegre y me trae maravillosos recuerdos del pasado, a la vez que llena de vida mi presente.
—Para un rato está bien, pero ya hace mucho tiempo que estoy aquí. Mi lugar no es éste, yo debería estar en mi estudio rodeado de lienzos, oleos y pinceles. Echo de menos el olor a trementina, como tantas otras cosas...
—¿Es usted pintor?
—Lo fuí, pero he tenido que abandonar mi profesión por adversidades del destino. Mi familia parece estar conforme con esta nueva etapa que han resuelto para mí.
—Tenga en cuenta que con los años ya no podemos hacer nuestra vida normal, nos falta fuerza y vitalidad. —le dijo Tomás a media voz, como queriendo endulzar con sus palabras la amargura que desprendía aquella queja.
— ¿Me ayudaría usted a cruzar la calle? Quiero llegar a la puerta de ese museo y a partir de ahí, puedo ir solo hasta mi casa.
—Por supuesto, pero si vienen a buscarlo y no lo encuentran, su familia se alarmará.
—No se preocupe por eso, ya le dije que mi casa está cerca, pero necesito caminar un poco para desentumecer este viejo cuerpo.
Tomás le ayudó a cruzar la calle. El trayecto era corto e iba notando a cada paso que su acompañante mejoraba la rigidez de sus piernas. Apoyó torpemente su recio brazo derecho, y a medida que adquiría seguridad, empezó a soltarlo.
—Ya hemos llegado vecino, ¿quiere que le acompañe hasta su casa? Por cierto, me llamo Tomás.
—No hace falta, ha sido mucho más fácil de lo que esperaba. Le agradezco enormemente el favor y me gustaría que recibiera esta libreta y el lápiz, como un presente de Pa..., Paco es mi nombre.
—De nada por la ayuda y no es necesario que me haga ningún regalo, aunque veo por su cara que no aceptará una negativa; de modo que gracias por el detalle. Quizás nos veamos otro día por la plaza y hablemos de nuestros tiempos.
Se estrecharon las manos y Tomás sintió ese apretón como uno de los más sinceros y enérgicos que recordaba. Siguió su camino meditando sobre la suerte que tenía de sentirse útil todavía y estar rodeado de su familia; con el regalo de aquel enigmático hombre bajo el brazo.
Al día siguiente y en primera página, se publicaba este titular en los periódicos locales:

La pasada noche desapareció la estatua en bronce de Picasso, que estaba sentada en un banco de la Plaza de la Merced (frente a su casa natal), desde principios de Diciembre de 2.011.
Las autoridades malagueñas solicitan a los ciudadanos toda la información que puedan aportar para su hallazgo.

Después de leerlo y con una amplia sonrisa, Tomás dobló el periódico y lo colocó debajo de su nuevo pisapapeles: era de bronce y tenía la forma de una libreta con un lápiz encima, mientras susurraba al aire estos pensamientos:
—Bien por tí, Pa..., Pablo; una cosa es estar un rato en la plaza tomando el sol cuando te apetezca y otra muy distinta seguir ahí inmóvil hasta la nueva remodelación urbanística o para la eternidad. Además, siempre tuviste fama de ser “culillo de mal asiento”.


Esperanza Liñán Gálvez


Este relato es, y espero que siga siendo ficción. Me lo inspiró el gesto triste y melancólico de nuestro ilustre pintor. No parece estar muy contento en su banco. Seguro que si pudiera, pondría los pies en polvorosa...



7 comentarios:

  1. Picasso lo dijo en innumerables ocasiones: “El arte es una mentira que nos acerca a la verdad”. Así es tu relato.
    Nono

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  2. Que bonito relato.Leyéndolo me he sentido sentado en el banco donde le hubiera gustado estar, sobretodo en los últimos tiempos cuando los pinceles pesaban tanto y los árboles de la Merced gritaban con fuerza...ven , todos te esperamos, todos te seguiremos esperando. W.

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  3. Esperanza , bonito relato y de una autenticidad tan extrema, que creí que se habían llevado de verdad al Picasso de bronce de su banco alleer las letras cursivas en negro, primero. ¡Te quedaste conmigo, amiga!
    Un beso, Maruja.

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  4. Gracias Nono, W. y Maruja por vuestras palabras. Eso es lo que anima a seguir escribiendo e inventando. He de confesar que desde que lo escribí, cada vez que paso por allí, miro a ver si está en su sitio... Besos también para vosotros. Esperanza

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  5. Maravilloso cuento y maravillosa respuesta a los comentarios. !que envidia.........!

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    Respuestas
    1. Gracias a tí también Perchelero por los dos "maravillosos" de tu comentario. Así da gusto... Esperanza

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  6. Precioso Esperanza. ¡Qué coincidencias! Algunas cabezas están conectadas, jejejejeje. Pero tu te adelantaste a la noticia real.
    Un beso y gracias por compartirlo.
    Verónica

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