18 agosto 2011

RELATO A CONCURSO Nº 013 - EN LA PIEL DEL "OTRO"

“El zumbido de un insecto, tal vez un mosquito, le despertó. ¡Dios, otro día! Y no precisamente bueno. Las nubes amenazaban por descargar y lo harían como los ocho anteriores. Ya no le quedaba ni ropa seca ni limpia. Odiaba ser un “sin techo” pero más aún ir sucio y mal aseado, amén de no tener ningún tipo de recurso económico. Necesitaba al menos algo de pasta para lavar la ropa y tomar algo, incluso un café sería ya un festín.

Pero estaba harto de pedir. Lo peor no era el suelo frío, el dolor de huesos, el cansancio, los recuerdos del pasado, lo peor era pedir, agachar la cabeza y aguantar las miradas despectivas, que no le dolían tanto como las de lástima.

El día anterior había sido horrible. Se avecinaba la Navidad que se hacía patente en todo lo que le rodeaba. Para la gente con la que se cruzaba esa época era un punto y aparte de todo lo anterior, esa es realmente su magia, esa y la de miles de criaturas escribiendo sus cartas repletas de deseos, las calles abarrotadas y los comercios llenos, familias esperando reunirse alrededor de una buena mesa aunque la crisis los tenga ahogados, renovadas esperanzas en un próximo año mejor, felicitaciones... La realidad, luego, nos hace despertar. No, no es todo tan bonito, lo sabía por experiencia. Pero aún ellos vivían en esa ilusión.

Ya era bien de noche y llevaba todo el día soportando la felicidad de los demás y sus crueles comparaciones con la gente que se cruzaba en su camino. El dolor de estómago ya se hacía casi insoportable. Era cierto que cada vez podía pasar más tiempo, y casi sin marearse, con unos cigarrillos y una cerveza, pero hoy necesitaba comida de la de verdad, de la que llena el estómago y no los ojos.

Cogió su guitarra y su gorra, comprobando que sólo su triste aspecto y sus inconclusas notas no eran suficiente razón para conseguir algo de dinero, y como si fuera a alguna parte, caminó calle arriba. Pasó al lado de unas mesas donde dos pizzas estaban siendo comidas con una tranquilidad y un desinterés que él ya ni recordaba, como tampoco se acordaba ya del miedo a encontrarse con alguien conocido o al policía que cumpliendo sus funciones le apretaba fuertemente el brazo solicitándole, por decirlo de forma suave, que dejase de molestar.

Maldiciéndose por su debilidad y rompiendo su reciente juramento de no someterse más a la cruel realidad, volvió a demostrar esa sumisión ante su propio conformismo, que vencía a su casi inexistente voluntad tan fácil y rápidamente como se proponía a hacer uso de ella y cambiar.

Mientras buscaba un lugar apropiado para solicitar un poco de caridad, palabra que odiaba, intentó repasar su vida, cuándo empezó todo, qué le hizo llegar al estado actual. Sólo tenía ya ráfagas de aquellos dolorosos momentos. Todo había ocurrido muy deprisa aunque ahora le parecieran eternos.

Fue como una cascada que cuando empieza a fluir ya nadie puede pararla. Nunca se drogó ni bebió, trabajaba en una gran empresa y tenía una familia envidiada por todos. Era feliz. Luego empezó la crisis y perdió el trabajo. Tras meses y meses de búsqueda, su carácter empezó a agriarse. Aún su entorno le apoyaba pero comenzaron las discusiones, los desencuentros, la falta de confianza. Recibía, cada vez más a menudo, recriminaciones injustas. Cansado de todo ello, un día salió por la puerta y nunca regresó. Tampoco se preocuparon de buscarlo. Él que lo tuvo todo ya no tenía nada, bueno, todo no lo había perdido, le quedaba su orgullo intacto, su esperanza en que, algún día, todo volviera a su lugar y su fe en si mismo. Él era distinto a los demás que veía en su misma situación pero también en eso se equivocaba. Al poco tiempo se reconocía en cada uno de ellos.

Lo que más le dolía era ver cómo le veían los demás aunque en sus largas noches de insomnio había pensado que todos teníamos algo de él. Todos mendigamos caricias para el alma, necesitamos que nos quieran, que reconozcan nuestros méritos y esfuerzos, que nos valoren, que nos respeten, que nos den la mano, porque necesitamos de los demás para cubrir nuestras deficiencias y todos “estamos estancados en ese punto muerto del que no hacemos nada por salir y sabemos que nunca lo haremos”.

Se dirigió hacia unas mesas y con voz de quien no es nadie ni nada tiene pidió un trozo de aquel manjar, alegando problemas de dinero, como para negarse a si mismo que en su cara llevaba el fracaso dibujado.

El señor del gorro raro se apresuró a darle un trozo y, seguidamente, la pareja que estaba sentada al lado le ofreció otro. Ellos se sintieron más buenos y yo más desgraciado”.

Mª Luisa Vazquez Arrondo


1 comentario:

  1. Me preguntan amigos y familiares: ¿Dónde se contabilizan los votos que realizan los lectores?
    En otros lugares se van viendo.
    Saludos.

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