31 julio 2011

RELATO A CONCURSO Nº 004 - TRANQUILA,MAMÁ

Sentada en las escaleras de acceso al colegio, miraba sin ver el patio de recreo que frente a ella aparecía desnudo y silencioso, un lugar desconocido cuando no era habitado por las risas y los gritos de los niños que lo poblaban con sus juegos, sus saltos, sus carreras, y lo convertían en un recinto que albergaba la vida en su más intensa expresión.

-Abrígate Laura, comienza a hacer frío, le dijo su profesora.

La niña le miró entristecida y rodeó su cuello con la bufanda.

-No estés preocupada, tu madre no tardará en llegar. Ya sabes que a veces, y a estas horas, el tráfico se complica mucho.

Laura le sonrió. Sus siete años le permitían comprender la generosidad de la “seño” quedándose con ella hasta que mamá llegara, algo que solía ocurrir con cierta frecuencia, y el afecto con el que la trataba desde que la separación de sus padres se había producido. Después de aquella larga conversación mantenida entre las dos mujeres mientras ella jugaba con sus compañeros y las observaba disimuladamente, Clara, su maestra, se había convertido en su ángel protector.

Insistía en aclarar sus dudas tras las explicaciones en clase, se interesaba por las tareas que le mandaba hacer en casa y le animaba a continuar siendo la misma.

-Eres inteligente y disciplinada. Y muy adulta para tu edad. No permitas que nada ni nadie te haga cambiar, le decía sonriente.

Tras un brusco frenazo y un desagradable chirrido, vio a su madre a través de la verja acercarse corriendo con expresión afligida.

-Lo siento, lo siento, lo siento..., perdonadme, perdonadme, perdonadme... repetía compungida.

-Tranquila Marta, la espera ha sido breve. No te acongojes, mujer.

Sentada en el coche, se ciñó con soltura el cinturón de seguridad y observó a su madre a través del espejo retrovisor. Veía su rostro descompuesto y los ojos brillantes amenazaban lágrimas.

-Mamá, no debes preocuparte tanto. Yo estoy bien y a la seño no le ha importado acompañarme.

-No estoy siendo una buena madre -le temblaba la voz-, intento hacer compatible mi trabajo y tus horarios, pero no siempre puedo. Y esto me tiene angustiada y no me deja dormir tranquila.

-¿Y cómo podría arreglarse, mamá? La voz de la niña sonaba serena.

-Si pudiera pagar a una persona de confianza para que te recogiera en el colegio y te atendiera hasta mi regreso, me sentiría más calmada. Pero tu padre no es muy generoso en su asignación y mis ingresos tampoco son para echar cohetes. Es una opción que ahora no nos podemos permitir.

-En mi cole hay muchos niños a los que vienen a buscarlos sus abuelos.

-Si cariño, pero los tuyos viven en otra ciudad lejos de la nuestra. No podemos contar con ellos, salvo en Navidad y en las vacaciones de verano.

En el ascensor, la señora del tercero le dedicó, como habitualmente lo hacía, la mejor de sus sonrisas. Siempre le preguntaba como le iba en el colegio, alababa el color de sus ojos, le aseguraba que era la niña mejor educada que conocía, y ponía en su mano unos caramelos de atractivos envoltorios que estaban rellenos de fruta.

Laura solía observarla con mucho interés, e instintivamente y desde su perspectiva infantil, intentaba clasificarla. No era una mujer joven, pero tampoco mayor; vestía bien aunque algo anticuada; no tenía aspecto de madre, ni de abuela, siempre la veía sola y tras su apariencia risueña, la niña intuía que se sentía triste.

-La señora Carmen es muy cariñosa, ¿verdad mamá? ¿No tiene familia?

-Creo que no. Me parece que está soltera, pero apenas conozco nada de su vida. Bastante tengo con sobrellevar la mía.

El tono de amargura en sus palabras entristecía a Laura. Quería recordar a aquella madre alegre y divertida que jugaba y reía con ella, la de la mirada transparente no velada aún por el desencanto. –“La separación de tus padres es reciente y aún está muy afectada, le había dicho su profesora, pero no te preocupes, volverá a ser ella misma”-. Después de la cena, Marta acompañó a su hija hasta la cama.

-¿Me perdonas la espera de esta tarde?- Preguntó mientras le acariciaba el cabello.

-No te preocupes mamá, yo voy a arreglarlo.

La madre sonrió ante la determinación en la voz de la niña. “Será una mujer más fuerte que yo, pensó, y eso le evitará muchos sufrimientos”.

Aquella tarde habían regresado a casa puntualmente y Marta se sobresaltó al oír el timbre de la puerta. No era habitual que recibieran visitas y no esperaba a nadie.

Se sorprendió al ver a la señora Carmen especialmente arreglada y con una cálida sonrisa en el rostro. Laura salió detrás de ella y se agarró con fuerza a su mano.

-Mamá, dijo con una voz solemnemente infantil, ya no tienes que preocuparte por los horarios. He adoptado una abuela.

Sentadas una frente a otra y observadas con gran interés por la mirada azul de la niña, Carmen fue venciendo la inicial sorpresa de Marta y desgranando poco a poco sus vivencias. Había vivido un gran amor en su juventud, pero la oposición de sus padres a que se casara con un jornalero de la finca de la que eran propietarios, obligó a éste a emigrar a Canadá y no aceptó que ella le acompañara. –“Sólo cuando tenga un futuro que ofrecerte -le había dicho-, vendré a por ti. Espérame”.

Transcurrieron los años, y las cartas que hablaban de la dureza de la lucha y del sacrificio, un día dejaron de llegar. Tiempo más tarde, supo por un compatriota que había muerto de una neumonía en el aserradero en el que trabajaba. Murieron sus padres, se instaló en la ciudad, disfrutaba de una economía saneada, pero el momento para compartir su vida con otra persona ya había pasado. Su gran frustración, no haber sido madre. Adoraba a los niños y la propuesta llena de candor que le había hecho Laura unas tardes atrás, le había emocionado. Estaba dispuesta a ayudarlas, y sabía que en la propia ayuda llevaba implícita su compensación.

El griterío de la salida de los niños de clase, dotaba al patio de un aire enfervorizado y alegre. Laura se abalanzó hacia los brazos de Carmen y ésta la estrechó con fuerza.

-¿Cómo te ha ido el día? Traigo la merienda. Podemos ir al parque y tomártela allí. Después te llevaré a casa para que hagas tus deberes, y jugaremos hasta que llegue mamá. ¿Te parece bien?

-Muy bien. Y volviéndose hacia su profesora que la había seguido, la niña dijo con orgullo: -Esta es mi abuela. Es adoptada-

Ambas mujeres intercambiaron una mirada cómplice y complaciente, y se estrecharon las manos en un mudo mensaje de comprensión.

Mayte Tudea
Julio 2011


1 comentario:

  1. Un tierno relato que nos demuestra que a veces las soluciones están en la sencillez.
    Una buena idea la de adoptar a una abuela.
    Me ha gustado. Un saludo.

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