10 febrero 2011

MÁLAGA: PERTENECES A ELLA...

Mayte Tudea.
7-febrero-2010


Hace unos años, rememorando mi llegada a Málaga, escribía así:

“Mediados los años sesenta, tuve la fortuna de desplazarme a vivir desde las brumas lluviosas del Norte, a los limpios e intensos azules de este cielo del Sur, y ese cambio me produjo una impresión tan profunda, de la que transcurridos más de cuarenta años aún no he podido ni querido recuperarme.

Recuerdo que llegué a Málaga en plena canícula. Era un tórrido mes de Agosto, en el momento álgido de la Feria –que por entonces se celebraba en el Parque-, con una temperatura que sobrepasaba los cuarenta grados.

Contemplé la fiesta caminando desde la Plaza de la Marina, escuchando la sonoridad refrescante de su antigua fuente, su chorro de partículas de luz; descubrí en la semipenumbra del anochecer la figura grácil y bruñida del cenachero, y entre las veredas frondosas del parque, divisé la fachada majestuosa del Palacio de la Aduana precedida por sus largas y frágiles palmeras, que me parecieron enormes plumeros. Continuamos por el paseo dejando atrás las columnas del Banco de España, la belleza ocre de la fachada del Ayuntamiento; desembocamos en los bellos jardines de Puerta Oscura –de nombre tan evocador para mí-, y de nuevo, el frescor de otra fuente, la de las Tres Gracias, una frescura que entonces venía mezclada con el olor salobre del mar hasta el que llegamos caminando y que percibí como una enorme masa oscura y quieta, perfumada de sal y de misterio.

Rodeamos la farola, y la sentí femenina, como su nombre; y al regresar a la algarabía de la Feria, al colorido de los trajes, a la alegría, a la música y al olor a nardos, me sentí embriagada sin haber probado aún ni una copa de vino. Aunque la comparación pueda parecer exagerada, fue como si a un esquimal lo trasladaran al desierto del Sahara. ¡Impactante!”

A lo largo de todos estos largos años de disfrutar de “mi” ciudad y también de padecerla, la he recorrido con morosidad y con premura; la he visto transformarse, extenderse, crecer, -demasiado en vertical-, y convertirse en una ciudad moderna, embellecida, notablemente mejorada, pero también incómoda, ruidosa, y dolorosamente sucia. Empleo este último adjetivo porque no encuentro otro término más adecuado para expresar la rabia que siento cuando camino entre excrementos de perros, envoltorios de papel y otros residuos, situados además junto a estupendas papeleras de hierro que supongo estarán vacías.

Intento encontrar una explicación a esta actitud de mis conciudadanos y por más que me esfuerzo, no lo consigo. No puedo comprender que siendo el turismo nuestra industria puntera y prácticamente la única, despreciemos el cuidado y la limpieza del mayor bien con el que contamos, del mejor y más amplio escaparate donde se expone esta mercancía: nuestra ciudad.

Que ese especialísimo azul del cielo, nuestro sol, nuestra intensidad de luz, ese Mediterráneo sereno y de colores cambiantes que ensancha el horizonte, y su larga costa antes desperdiciada y hoy cubierta de playas, la cercanía de sus gentes, la alegría que se respira en el aire, y la consistencia que está adquiriendo Málaga como gran capital –en menos de dos años podremos comprender profundamente lo que estoy escribiendo-, se vean empañados por la desidia de unos cuantos, y la ofensa que supone para el resto de los que la habitamos, me irrita profundamente.

Y propongo al Ayuntamiento, que los coches patrulla que con tanto celo toman fotografías de los vehículos aparcados en doble fila -aunque lo hagan en un lugar que no molestan y por un breve espacio de tiempo-, se dediquen también a captar a todos los infractores que pretenden convertir a Málaga en un estercolero, y después les coloquen la correspondiente multa.

Una Málaga que va a convertirse en un corto espacio de tiempo en la ciudad de los museos, y que ha ampliado su oferta turística considerablemente, no merece ser tratada así.

En fin, no obstante, las ciudades siempre son como las descubrimos. Basta únicamente con que la brisa me traiga de nuevo el olor a azahar, a nardos o a jazmín para que el corazón se me acelere, los recuerdos se agolpen y reviva el deslumbramiento que sentí aquel anochecer de Agosto, envuelto en una nostalgia agridulce.

Esa tenue tela de araña que Málaga tejió a mi alrededor, apresándome, embrujándome, logrando que nunca me sintiera extraña en ella, aún permanece flexible pero firme, y me cobija y protege.

Recuerdo aquel refrán de mi abuela, “uno es de donde pace y no de donde nace”, y compruebo cuánta verdad encierra. Es el lugar que elegimos para vivir y no el que nos eligió para nacer, el que nos marca y nos define.
Y en el instante preciso en que sientes que esa tierra adoptiva te duele, incluso te hace sufrir, comprendes, sin ningún género de duda, que perteneces a ella.

3 comentarios:

  1. ¡Bienvenida al Grupo Neoconverso Malagueño¡ Yo también me considero así.
    Siempre he dejado escrito que soy:
    Salmantino de nacimiento.
    Andaluz de adopción.
    Malagueño de corazón.
    Málaga, aunque no me facilite las cosas, me las permite.

    P.D. Y enhorabuena a Joaquín por el acompañamiento gráfico con que acostumbra a darle color a los pensamientos.

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  2. Malaga es la ciudad de los mil olores. Hace mucho tiempo cuando se paseaba por la Acera de la Marina olía a una entrada a Málaga, sal, tarde, su gente. Ese olor se fue desplazando cuando una mano terrible hizo desaparecer esa orilla y rompió el encanto. Ahora huele con el sabor a Casa el Guardia, Gibralfaro, Puerta Oscura.A mi me sigue oliendo a Málaga. W.

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  3. Cuando llegaste a esta tierra nació una malagueña, y los que te conocemos estamos orgullosos de que te sientas y lo seas.
    M.E.

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