18 agosto 2010

REFLEXIONES AL BORDE DEL MAR ( III )


“… un hermoso trozo de mantequilla compacta y de color dorado, envuelto en una hoja de parra…” Que bonita frase para regresar a la infancia. Al leerla me he sentido nuevamente leyendo “Peñas arriba “ o a Palacios Valdés.

En mi niñez no habían vacas ni parras, todo lo contrario a la tierra húmeda y fértil.

Mi vida y mis juegos eran todos al borde del mar. Mi casa igual que en la que nací días atrás, también tenía una ventana al mar y miraba al sur, pero no a salvo de los envites del levante o del poniente. No se si me dormía o despertaba, o quizás las dos cosas, con el ruido de las olas y las gaviotas, pero la noche marina con la luna sobre mi cama , hacían que no necesitara el silbido de las ramas de los árboles o el frescor de la verde hierba.

En este pedacito de sur se estrenaban mis días .Muy poquito más allá del mar, la tierra, todo el frente ocupada por ella perdiéndose en la lejanía de los horizontes de lado y lado. Era nuestra única salida más próxima, poblada por personas de otra cultura, lengua y forma de vestir. No habían ni carreteras ni caminos, ni carretas ni bueyes, pero habían botes, bucetas y lanchas para navegar.

Lo mismo que Mayte no puede olvidar cuando iba a por la leche con las monedas de cobre que le daba su abuela, yo vivo nuevamente cada día cuando con unos pantalones cortos y pescadora blanca, cubierta la cabeza con sombrero grande de paja, cogía la caña de pescar en el muelle o bañarme en el varadero. Varadero donde se bañaban mis bisabuelos, abuelos, padres y luego mis hijos y mis nietos.

Mi campo, mi prado, mi vega, era una pequeña islita acompañada de otras dos, una a cada lado de la mía. No creo que nadie haya tenido una infancia tan feliz y abundante. No sabía montar en bicicleta, pero sabía nadar. Conocía el comportamiento de los peces, el horario de las aves marinas , las mareas. Me hablaban los vientos y las nubes y aprendí a conocer mejor a las personas.

Allí prendí a andar y luego subía y bajaba las cuestas a la velocidad del rayo. Todos nos conocíamos , necesitábamos y dábamos lo que se tenía, especialmente una sonrisa, un gesto, un afecto.

Los niños de otras razas y culturas formábamos una sola banda y en libertad .Pocas cosas nos estaban prohibidas, salvo arrimarnos a los acantilados o no estar localizados.

Con frecuencia hacíamos excursiones a las islas de al lado o a las tierras del frente. Tres países diferentes en sólo 15 millas de extensión. Abundante caza de palomas, pardelas, conejos, pescar lo que quisieras, al garete, con lienza, chambel, en cualquier lugar o momento.

No siempre había normalidad en tus juegos. Los fuertes temporales a veces te impedían hasta salir a la calle. Entonces en el rancho grande de la casa de la abuela Ana, nos juntábamos todos los niños, lo mejor sin duda de todo el conjunto, que vivíamos las mismas ilusiones. Allí esperábamos la calma, que siempre nos traía el aliciente de ir a por los peces y camarones que quedaban prisioneros en los charcos de las canteras.

En la punta de la Batería, nuestro principal lugar de reunión, como un espolón hacia el mar, agresivo y autoritario, desafiando al sur inmenso, profundo , misterioso y respaldado por la torre de la Conquista, nos sentíamos grandes, poderosos y fuertes. Allí el cielo, el mar y los hombres formaban una maravillosa armonía bajo la mirada limpia de la naturaleza.

Muchos años después cuando no se ha podido descubrir el regreso al pasado, uno no tiene más remedio que pensar, ¡ que bien lo hicieron conmigo…!

Francisco Oses
Agosto 2.010
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