10 diciembre 2008

EL PRÓXIMO JUEVES

El conjunto de construcciones revestidas de ladrillo rojo, de sólo dos plantas, y separadas unas de otras por zonas ajardinadas verdes y espaciosas, le recordaba Inglaterra. Un país que sólo conocía por el cine y la literatura, pero que le atraía y soñaba con visitar algún día.

Atravesó los caminos enarenados, y observó como algunos pacientes se hallaban sentados en los bancos aprovechando los rayos de sol otoñales y tenues de aquella tarde de Octubre. Veía sus rostros difusos, velados por una expresión de tristeza o de resignación. La palidez, la transparencia de la piel y la fijeza con la que la miraban, le producían incomodidad y una leve sensación de culpa que le turbaba.

Mientras percibía aquellos ojos tras de sí, avanzaba hacia el pabellón número cinco refrenando las pisadas firmes y ligeras, conteniendo la energía y la vitalidad que desprendía su cuerpo esbelto y joven.

Le distinguió sentado en las escaleras de acceso al edificio. Ella agitó la mano con viveza, y al verla, él se levantó como movido por un resorte y sonrió.

Al encontrarse, como siempre, Marta intentó besarle en la mejilla, y Arturo con un rápido movimiento, le tomó la mano y la besó. El pijama celeste que llevaba puesto parecía flotar sobre su silueta delgada y alta, y en el rostro anguloso, los ojos del mismo color tenían un brillo ligeramente febril.

-Tienes buen aspecto. ¿Te han permitido salir?- preguntó la joven con voz risueña.

El permiso me lo he dado yo mismo. No quería que nos viéramos en la habitación. ¿Te parece que paseemos?-

-Sí, siempre que te abrigues. El sol calienta poco y pronto desaparecerá-

Regresó enseguida envuelto en un batín de lana a cuadros rojos y azules.

Mientras caminaban, la muchacha hablaba y movía las manos expresivamente, explicando con detalle algo que al hombre parecía interesarle sobremanera, por el interés y la devoción con que la escuchaba. De cuando en cuando los labios de él se distendían en una amplia sonrisa, y en dos o tres ocasiones, una carcajada resonó en la quietud de la tarde, sobresaltándola.

Marta le observaba de perfil, complacida. Y en sus ojos alumbraba una expresión compasiva y dulce.

El horizonte fue adquiriendo una tonalidad anaranjada, brillante, y casi sin transición, el cielo se tornó gris y cubrió la tarde un manto oscuro y opresor.

-Es hora de marcharme. No conviene que estés aquí fuera con el relente- dijo ella.

-El tiempo tiene dos medidas para mí. La lenta y tediosa de los días habituales, y la frenética y arrolladora de los jueves. Estas tardes pasan en un soplo, me parecen ráfagas de viento.

-Ya asomó el poeta. –Y al ver su rostro ensombrecido, le tomó la mano y sonrió animosa, -aprovecha la semana y escribe. Y después me lo lees. El próximo jueves está a la vuelta de la esquina-

Las despedidas siempre resultaban difíciles. Contra su costumbre, esta vez él la había abrazado, pero lo hizo igual que un naufrago a punto de sucumbir.

En la puerta del hospital esperaba a Marta la figura morena y vigorosa de otro hombre. Se sonrieron mirándose a los ojos.
El la estrechó con fuerza, y la joven percibió el calor que transmitía su cuerpo, la sangre palpitando en sus arterias, y sintió la vida exigente e imperiosa a su alrededor.

-¿Volverás el próximo jueves?- Preguntó la voz varonil.

-Ni siquiera sé si habrá para él un próximo jueves- La frase retumbó como una losa y cayó al mismo tiempo que caía la noche.

Mayte Tudea
Noviembre 2008

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