21 enero 2008

VILLARELOJ DE ENMEDIO

Por todos es conocido que el invento del reloj mecánico tuvo una enorme influencia en la sociedad del siglo XVI. El interés despertado por este ingenioso artilugio y los enormes beneficios sociales que, su uso, prometía, produjo que esta noticia se propagara hasta los lugares más lejanos y recónditos.

Y cuando los técnicos consiguieron dominar los distintos elementos de su compleja maquinaria, este ingenio se pudo poner al alcance de todos.

Así, tan pronto como esto se supo, todos los Ayuntamientos organizaron reuniones específicas para acordar la instalación de uno en su edificio emblemático; y todos los párrocos organizaron colectas especiales para instalar otro en su torre más alta.

¡Y donde llegaba todo lo cambiaba!.

Y no fue para menos, pues ha sido fehacientemente demostrado que este ingenio ha llegado a transformar la sociedad entera.

Se dice, se cree, se tiene fe en que sea cierto cuanto se cuenta, que existió una pequeñísima alquería, ignorada por el mundo civilizado (tan pequeña era y en tan ignoto lugar estaba situada), sobre los inhóspitos y crudos páramos olvidados de la Alpujarra almeriense, donde convivían, respetándose mutuamente, dos comunidades: una cristiana, la otra mahometana; pues, aunque ambas seguían sus preceptos religiosos con el mayor fervor y ortodoxia, sus vidas se desenvolvían de manera feliz. Siendo un lugar tan alejado de los centros de poder aún no habían llegado a él las autoridades religiosas.

Pues bien, hasta allí llegó la buena nueva, aquel mensaje lleno de atracción y misterio, y acompañado de una aureola de gracia que invitaba a las más esperanzadoras expectativas. Y como lluvia primaveral empezó a empapar las mentes de aquellos alarbes, y a acrecentar sus ansias por conocer aquel ingenio que controlaba aquello, que, incluso allí, tan retirado como se estaba de la civilización, tan fugazmente se disipaba; lo que impulsó a ambas colectividades a pretender su consecución.

Y, tal como el fútbol, hoy día, induce a los pueblos a posponer sus diferencias y personas de diferentes ideas o sentimientos se reúnen amigablemente para presenciarlo, allí, ambas comunidades se propusieron ponerse de acuerdo para conseguirlo.

Pero como no existía alcaide, ni autoridad religiosa alguna, tan pequeño era aquel enclave, se vieron obligados a buscar una forma, oficiosa, que amparase el acuerdo, se encargase del pago de las alcabalas correspondientes y redactase el acuerdo en aljamía; en definitiva: lo organizase todo, pues la decisión de los lugareños había ya sido tomada firmemente.

Y para ello se convocó un consejo de ancianos (aún no se les llamaba mayores), para que, con la experiencia que da la edad, encontrasen la mejor forma de llevarlo a cabo (todavía en aquella época se escuchaba a los viejos).

Y, ¡albricias!, lo consiguieron, entre la algazara y la algarabía de los lugareños todos.

Pero no se ha indicado que, pese a la sana convivencia de ambas comunidades, sus diferentes tradiciones les habían llevado a crear dos barrios separados, pues una cosa es vivir juntos y otra revueltos. Por ello el consejo de ancianos se vio obligado a decidir su instalación justo en medio de la ciudad, entre los dos barrios, de forma que ambas comunidades tuviesen la misma posibilidad de acceso a él, no perdiendo, así, nadie, los beneficios que tal ingenio prometía.

Para ello se acordó su montaje sobre un almimbar de piedra y sin cubierta alguna que lo vistiera, de forma que sus agujas pudiesen ser vistas desde ambos lados; para lo que se contrató un afamado alarife de la cercana Almería, que lo decoró con un hermoso alicatado andalusí.

Obligado es señalar que su finalización fue festejada con alquerme para los hombres y alcorzas y alfañiques para las mujeres y los niños. Y quedó de tal forma que la comunidad cristiana lo veía por delante y la otra por detrás.

Muchos han sido, desde entonces, los estudios que han profundizado en las consecuencias sicológicas humanas y sociales que el reloj ha tenido en el ser humano; y este pequeño enclave, por sus características tan particulares, también llamó la atención de tales estudiosos.

Un prestigioso grupo de sociólogos de Harvard, informados de ello, se desplazaron al lugar y, tras los convenientes estudios, han concluido que los cristianos, por ver su aguja marchar de izquierda a derecha, se han visto favorecidos económicamente, y por eso controlan, hoy, todos los comercios de esta alquería, hoy ya ciudad, pues se ha comprobado que todos ellos tienen una tendencia natural a la derecha.

Del mismo modo han llegado al convencimiento de que los mahometanos, por el contrario, como la percibían de derecha a izquierda, no han seguido el mismo camino, pues hoy se ven a todos sus descendientes trabajar bajo los invernaderos de Almería; e, incluso, han justificado, por este hecho, que la escritura mahometana se redacte en esa misma dirección.

Pero, sorprendentemente, no han referido nada, que se sepa, sobre otra circunstancia, singular por cierto, que se refiere a que si los cristianos, que por ver el tiempo correr hacia adelante, envejecían, ya que se han descubierto enterramientos cristianos de la época, los mahometanos, que lo presenciaban en sentido contrario, debieron rejuvenecer, ¡y no se han encontrado sus restos por ningún sitio!.

¡Es curioso que no se haya advertido este evento y haya sido investigado a fondo!.

Por todos es conocido que el invento del reloj mecánico tuvo una enorme influencia en la sociedad del siglo XVI; ¡lógico que ocurriese lo mismo en Villareloj de enmedio!.

Pío.

Del taller de literatura.

1 comentario:

  1. Lo cierto y verdad es que el reloj significó, realmente, algo extraordinario, era la medida artificial del tiempo.
    Ya no había que regirse`por el día y la noche, sino por las 24 horas del día.
    La iglesia las dividió en períodos de 3 y salieron: vísperas y completas, maitines y laudes, prima, tercia, sexta y nona (8 x 3 = 24). En cada una de ellas había que rezar horaciones distintas.
    Los estados las utilizaron para controlar las horas del trabajo.
    Los relojes, medidores humanos del tiempo, fueron, en realidad, unos instrumentos de dominación sobre los humildes habitantes en manos de los dos grandes poders establecidos.
    El "ora et labora" ya no sólo era el lema de los monjes, El "laborare" se convirtió en "oratio", sobre todo en los reformistas, con los que llegaría la productividad, la ciencia, la técnica, la industrialización...
    Además, colocado en lo alto de la torre, para que todo el mundo lo viera y lo oyera.
    Era "la voz de Dios" y la "orden del señor".
    El reloj como instrumento de dominación.

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