10 enero 2025

CINCO CONCEPTOS PARA LA ACCIÓN

 


Hay palabras que, según las épocas y los lugares, alcanzan el gran protagonismo que aporta la moda. En la actualidad, con la universalización mediática de la globalización, el uso y poderío de estos vocablos se transmite por todos los rincones del universo (al menos, en nuestro planeta). Y lo más curioso es que muchas de estas palabras, que “visten bien” dando lustre y autoridad a quien las utilizan, vienen a significar básicamente lo mismo de lo que se ha dicho o manifestado “desde siempre”, aunque con una expresividad algo más barroca en la densificación de las letras.

Todo este rodeo introductorio nos conduce a ese concepto que “realza” a quien con frecuencia lo utiliza. Nos estamos refiriendo a la palabra EMPATÍA. Para su mejor comprensión, hay que partir de una simple cuantificación. Se posee o no. Se tiene en una mayor o menor cantidad. O en nada. Se dice: “esa persona tiene mucha empatía. Aquella otra carece de la necesaria empatía”. Para su mayor facilidad comprensiva, lo primero es positivo, plausible o digno de admiración. Lo segundo es carencialmente negativo. Esta antítesis u oposición “bueno o malo”, nos ayuda a ir entendiendo la naturaleza de su significado.

Si nos trasladamos al lenguaje más clásico, décadas atrás, se solía decir “es bueno, solidario y conveniente, tratar de ponerse en el lugar de los demás, a fin de mejor entender sus problemas, su pesar, comprender su alegría, su comportamiento o dificultad vivencial”. “Lo que te ocurre es que no intentas ponerte en mi lugar, para entender lo que estoy haciendo o diciendo”. Pero claro, utilizando un solo vocablo, quedamos muy bien ante el auditorio social y alimentamos nuestro ego al aire “expresando” y escribiendo, por aquí y por allá, lo de “empatía”. Por supuesto, con una mayor economía léxica, se acomode mejor o con más dificultad en la frase que estamos pronunciando.

Parece que existe la general connivencia o acuerdo de que “ponerse en el lugar y las circunstancias de los demás”, siempre en la medida de lo posible, es una práctica conveniente, solidaria y socialmente positiva, actitud que debemos aplicar también con la esperanza de la reciprocidad de los demás hacía nuestra persona y problemática. Es tan necesaria esta actitud que nos ayudará a una mejor comprensión del comportamiento de quienes nos rodean en nuestro microcosmos, próximo o más alejado.


 Vinculado o hermanado con este noble concepto, tenemos otro que posee también una muy necesaria trascendencia, de manera especial en el tratamiento de los demás. Es la TOLERANCIA: aceptar a las personas con las que convivimos, en lo próximo o lejano, tal y como son. En su físico, en la forma de vestir, en su forma de pensar, en su forma de actuar (siempre y cuando este comportamiento no se halle fuera de la ley). Y no es fácil, en muchas ocasiones, ejercerla. Pero si queremos que los demás también nos la apliquen, tenemos en contrapartida que dar ejemplo de cómo aceptamos las peculiaridades o diferencias que encontramos en los seres de nuestra universal convivencia.

Con generoso esfuerzo, hemos unido dos valores que en sí mismos no están tan alejados, sino todo lo contrario, están vinculados por la sensatez, la racionalidad, el equilibrio, la comprensión y esa solidaridad tan necesaria, a fin de poder realizar o desarrollar una convivencia menos tóxica, intransigente, excluyente y sectaria. Y estas últimas palabras no son en absoluto gratuitas. A poco que abramos las páginas de internacional, correspondientes a los medios de comunicación, comprobaremos la pandemia carencial de empatía y tolerancia que hoy día ensombrece a nuestro planeta. La sociedad en la vivimos está muy necesitada de una gran cura de humildad y una urgente terapéutica de generosa empatía y tolerancia.

Para ir finalizando este articulo reflexivo, sobre estas importantes actitudes, cabe preguntarse ¿hay soluciones a corto o medio plazo para un cambio saludable en la línea que estamos defendiendo, ahora que estamos finalizando el primer cuarto del siglo XXI? La incredulidad domina nuestra respuesta. ¿En qué nos basamos, fundamentalmente, para realizar esta dura apreciación?   El “EGOCENTRISMO” está incardinado severamente en nuestros hábitos de convivencia. Y ese ego “patológico” alimenta irremediablemente esa toxicidad que prevalece en las relaciones entre Estados, cuyo nivel más lesivo y doloroso es el recurso a la violencia y a la guerra. Pero no sólo en las relaciones internacionales, también en los comportamientos individuales, y regionales, llegando hasta el ámbito familiar, laboral y el colectivo toda naturaleza. En este punto, hay que aludir a un tercer vocablo también inexcusable en los comportamientos: la SOLIDARIDAD.

Dentro de escasos días, al son de la parafernalia campanera y de la fanfarria embriagadora, brindaremos y nos desearemos un muy feliz 2025, con rostros de forzado “casting cinematográfico”. ¿Alguien en su sano juicio creerá que ese noble, saludable y conveniente deseo, tenga alguna posibilidad de mínima verosimilitud? Ante estos negros u ocres nubarrones, tendremos que recurrir al cuarto vocablo para esta reflexión de final de año. Ese importante e idealizado concepto no es otros que el de la UTOPÍA, esa sociedad perfecta sobre la que escribió Thomas More (1478-1535) filósofo, teólogo, político, escritor, poeta, traductor, profesor de leyes y lord canciller de Enrique VIII de Inglaterra.

Una vez más, como se ha reiterado en estas páginas a lo largo de los años, pensamos que sólo hay un lúcido camino, que pueda dar alguna luz a nuestra patente incredulidad. Y ese camino no es otro sino la vuelta a la NATURALEZA que, dentro de un mundo imperfecto, es una posibilidad cierta y viable para para alumbrar los eriales con brotes de esperanza.


 José L. Casado Toro

Diciembre 2024.                 

 


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