03 diciembre 2024

HONORÉ DE BALZAC Y SU OBSESIVA AFICIÓN

 

Honoré de Balzac nació en Tours, Francia en 1799 y falleció en París en 1850. Fue uno de los escritores más representativos de la novela realista en su país y del realismo europeo. En 1814 se trasladó con su familia a París, donde estudió derecho y empezó a trabajar en un bufete, pero su afición a la literatura le hizo abandonar la carrera. Su primera obra, Cromwell (1820), fue un sonado fracaso.

De una extensa biografía, solo aportaré los datos más importantes y otro muy curioso para definir a quien se considera el fundador de la novela francesa moderna y romántica: comenzó escribiendo novelas históricas con el apoyo monetario de Madame de Berny, señora casada y mayor que él, poco brillantes ni literaria ni económicamente. También fue un nefasto emprendedor de negocios con bastantes deudas, aumentadas por su afición al coleccionismo de arte. Su conducta derrochadora lo condujo, al final de sus días, a una persecución continua de acreedores. Tampoco le faltaron amantes, a pesar de ser un hombre poco atractivo. Existen caricaturas en la prensa de la época que lo retratan sin piedad por su físico y debilidades.

A continuación de su primera novela de éxito, El último chuan (1829), empezó con una gran actividad literaria: La fisiología del matrimonio (1829) y La piel de zapa (1831). En 1834, después de publicar La búsqueda de lo absoluto, Balzac describía una sociedad en la que aparecían los mismos personajes en distintas historias y con ello creó un nuevo concepto de unidad en su literatura. En 1841 iniciaron la publicación de sus extensas obras tituladas La comedia humana. Eran ciento treinta y siete novelas, aunque cincuenta no se completaron.


Balzac también poseía otra filia quizá menos conocida: su afición obsesiva al café. No podía escribir si no lo ingería continuamente. El calificativo de aficionado se queda corto a juzgar por su consumo. Tomaba 50 tazas de café al día, casi todas durante las noches de trabajo, en las que era capaz de escribir dieciocho horas seguidas. Se acostaba a las seis de la tarde y se levantaba a la una de la mañana para trabajar toda la noche inspirado por la cafeína. Comentó en alguna ocasión que le abría la mente, y entonces las ideas fluían con facilidad para relatarlas en sus libros, era su musa.

Otros escritores también recurrieron, en esos y otros tiempos, a  distintas sustancias, entonces llamadas elixir de opio, cannabis y cocaína, como ayudas esenciales unidas a su inventiva.    

Fue tal el vínculo entre Balzac y su cafetera que está expuesta en su casa museo de París,   como un elemento ligado a su escritura; sin ella y su café no podía crear dejando volar su imaginación. Según sus propias palabras: la cafetera y su café eran tan imprescindibles  para él como la pluma y el papel de escribir.


Esa ingesta desproporcionada hizo mella en su salud. Murió a los 51 años y los médicos diagnosticaron el exceso de café como la causa de la cardiopatía que lo llevó a la tumba, aunque otras biografías apuntan un motivo diferente de su fallecimiento. 

Sea como fuere, nuestro agradecimiento al café, esa bebida tan cotidiana, por formar parte de la huella de Balzac en la literatura universal.

                                                                                               Esperanza Liñán Gálvez  


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