28 noviembre 2024

SONRISAS, PARA EL MEJOR ÁNIMO

 

Todos los elementos constitutivos de la “maquinaria” corporal son importantes. Nadie puede dudar de esta obvia afirmación. Bajo esta premisa, por la trascendente naturaleza orgánica que nos sustenta, es conveniente, resulta imprescindible, cuidar esos elementos y en lo posible mejorarlos.

Entre los diversos componentes de nuestro organismo, uno de los más controvertidos, misteriosos y enigmáticos, para la buena salud mental que apetecemos, es el estado del ÁNIMO. En el transcurrir de las horas y los días, ese nuestro equilibrio mental, espiritual o anímico, es traviesamente cambiante. En esta variabilidad influyen diversos factores: en primer lugar, nuestro proverbial modo de ser. Y junto a este carácter o temperamento que nos identifica, las circunstancias, muy diversas y tantas veces inesperadas, en que nos podemos ver inmersos. Nuestro temperamento pasa de estar gozoso en la alegría, al pesimismo de la tristeza. Y este tránsito sucede, tantas veces comprobado, en muy escasos segundos.



Nos podemos sentir, efectivamente, alegres, tristes, nerviosos, inquietos, sosegados, intranquilos, ansiosos, impasibles, felices, interesados, “pasotas”, distraídos, aburridos, seguros, confusos, desesperados, generosos, egoístas, coléricos, insatisfechos, discriminados, agredidos etc. Lo más grave del caso, lo más preocupante de estos oscilantes estados del ánimo, es que en la mayoría de las ocasiones no sabemos exactamente el por qué, el origen de ese cambio espiritual, hacia lo mejor o hacia lo peor.

Verdaderamente nuestra mente es harto misteriosa y nos pone en diversas tesituras que nos hacen sentirnos “bien o menos bien”. Por decirlo de una forma coloquial, un día te levantas de la cama “con el pie izquierdo” y comienzas a generar el malhumor, la apatía, el enfado. La negación hacia casi todo aparece en los minutos y en las horas. Al final resulta un día aciago, porque consideras que todo o casi todo te está saliendo mal. ¿Y por qué me siento así? Lo grave del caso es que, si esa situación anómala de torna repetitiva, el entorno familiar y social te recomendarán la visita al médico especialista, para que trate de ayudarte con sus conocimientos. Llegarán a tu persona los consejos, los fármacos, las mejores intenciones, todo ello con resultados no siempre inmediatos o eficaces.

Es perfectamente natural y lógico que apetezcamos sentirnos bien, en el seno o desarrollo de un día que se nos ha tornado nublado. Por este motivo, nos reporta una gran satisfacción cuando nos llega esa ayuda “providencial” de debemos saber valorar por su “mágica” generosidad. Para muchos, esa ayuda consistirá en una sonrisa, en el momento oportuno de nuestra necesidad. También, escuchar una palabra amable, dinamizadora, estimulante. Ese revulsivo, resultará de tal naturaleza, que te hará pasar de un estado de incómoda o angustiosa catarsis, a un equilibrio de bienestar y confianza. Por el contrario, una mirada hosca, austera, desabrida o desagradable, despreciativa, incluso violenta, te hará sentirte francamente mal o peor. Como decíamos, si llega a tus ojos una sonrisa, que percibes como sincera, limpia, fraternal, amistosa, incluso con el afecto y el cariño que necesitas, el estado inestable, depresivo, de tu mente, probablemente, cambiará en positivo. Por eso vale tanto y es tan trascendente el gesto amable de una oportuna sonrisa.



Y nos preguntamos ¿es tan difícil o complicado regalar, en la medida de lo posible, esas sonrisas benefactoras a nuestro alrededor? No hablamos, por supuesto, de las mímicas forzadas, de las “falsas sonrisas” que en un momento se denominaron “sonrisas Profidén”. Nos referimos, por el contrario, a esa expresividad cariñosa, afectiva y fraternal, para tratar de hacer un mundo menos egoísta y sin tanta y desagradable acritud. Un mundo mejor, en donde las sonrisas nublen las violencias, de palabra y acción.

Esas sonrisas pueden generarse en el rostro del dependiente que te atiende, en el taxista que te traslada, en el profesor que te enseña, en el médico que te sana, en el amigo en quien confías, en el familiar con quien convives, en el funcionario a quien consultas, en el compañero con quien trabajas, en la persona a quien amas.

Es de lamentar, pero en las farmacias pueden venderse fármacos para las diversas enfermedades y curas, pero en sus estanterías no puedes “adquirir sonrisas” para sustentar la alegría, Este producto o sentimiento no se comercia, ya que se regala desde el alma. Esas sonrisas “verdaderas” no hacen efecto sólo en quien las recibe sino también en aquellos que saben compartirlas. Poseen ese doble valor.

Hay también otros recursos para generar sonrisas. Citemos algunas posibilidades. Visionar una comedia amable, divertida, una película que ayudará en nuestro objetivo. Los cursos o actividades que se imparten sobre “risoterapia”. Elegir bien a ese amigo de carácter positivo” que tanto nos puede ayudar. Leer esa novela recomendada, para la distracción y el humor. Disfrutar de un atardecer con un mar en calma y plateado, espejo de la bóveda celestial. Pasear por ese jardín ornado de césped, arboleda y plantas en flor. Cada uno buscará el mejor camino para ese tan lúcido y necesario logro.



El premio a todo ello sería colaborar en la formación de un mundo más amable, un micro o macrocosmos en donde impere la cordialidad, el sosiego, la comprensión, el diálogo y la solidaridad. Y por encima de todo ello, con esas sonrisas que ponen color y sentimientos, a ese “jardín” de las personas, con sus grandezas y sus limitaciones. Somos humanos, que no dioses. –

 

José L. Casado Toro

Noviembre 2024


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