Todos los elementos constitutivos de la
“maquinaria” corporal son importantes. Nadie puede dudar de esta obvia
afirmación. Bajo esta premisa, por la trascendente naturaleza orgánica que nos
sustenta, es conveniente, resulta imprescindible, cuidar esos elementos y en lo
posible mejorarlos.
Entre los diversos componentes de
nuestro organismo, uno de los más controvertidos, misteriosos y enigmáticos,
para la buena salud mental que apetecemos, es el estado
del ÁNIMO. En el transcurrir de las horas y los días, ese nuestro
equilibrio mental, espiritual o anímico, es
traviesamente cambiante. En esta variabilidad influyen diversos
factores: en primer lugar, nuestro proverbial modo de ser. Y junto a este
carácter o temperamento que nos identifica, las circunstancias, muy diversas y
tantas veces inesperadas, en que nos podemos ver inmersos. Nuestro temperamento
pasa de estar gozoso en la alegría, al
pesimismo de la tristeza. Y este tránsito
sucede, tantas veces comprobado, en muy escasos segundos.
Nos podemos sentir, efectivamente,
alegres, tristes, nerviosos, inquietos, sosegados, intranquilos, ansiosos, impasibles,
felices, interesados, “pasotas”, distraídos, aburridos, seguros, confusos, desesperados,
generosos, egoístas, coléricos, insatisfechos, discriminados, agredidos etc. Lo
más grave del caso, lo más preocupante de estos oscilantes
estados del ánimo, es que en la mayoría de las ocasiones no sabemos exactamente el por qué, el origen de
ese cambio espiritual, hacia lo mejor o hacia lo peor.
Verdaderamente nuestra mente es harto
misteriosa y nos pone en diversas tesituras que nos hacen sentirnos “bien o
menos bien”. Por decirlo de una forma coloquial, un día te levantas de la cama
“con el pie izquierdo” y comienzas a generar el malhumor, la apatía, el enfado.
La negación hacia casi todo aparece en los minutos y en las horas. Al final
resulta un día aciago, porque consideras que todo o casi todo te está saliendo
mal. ¿Y por qué me siento así? Lo grave del caso es que, si esa
situación anómala de torna repetitiva, el entorno familiar y social te
recomendarán la visita al médico especialista, para que trate de ayudarte con
sus conocimientos. Llegarán a tu persona los consejos, los fármacos, las
mejores intenciones, todo ello con resultados no siempre inmediatos o eficaces.
Es perfectamente natural y lógico que
apetezcamos sentirnos bien, en el seno o desarrollo de un día que se nos ha tornado
nublado. Por este motivo, nos reporta una gran satisfacción cuando nos llega esa ayuda “providencial” de
debemos saber valorar por su “mágica” generosidad. Para muchos, esa ayuda
consistirá en una sonrisa, en el momento oportuno de nuestra necesidad.
También, escuchar una palabra amable, dinamizadora, estimulante. Ese revulsivo,
resultará de tal naturaleza, que te hará pasar de un estado de incómoda o
angustiosa catarsis, a un equilibrio de bienestar y confianza. Por el
contrario, una mirada hosca, austera, desabrida o desagradable, despreciativa,
incluso violenta, te hará sentirte francamente mal o peor. Como decíamos, si
llega a tus ojos una sonrisa, que percibes
como sincera, limpia, fraternal, amistosa, incluso con el afecto y el cariño
que necesitas, el estado inestable, depresivo, de tu mente, probablemente,
cambiará en positivo. Por eso vale tanto y es tan trascendente el gesto amable
de una oportuna sonrisa.
Y nos preguntamos ¿es tan difícil o complicado regalar, en la medida
de lo posible, esas sonrisas benefactoras a nuestro alrededor? No hablamos, por
supuesto, de las mímicas forzadas, de las “falsas sonrisas” que en un momento
se denominaron “sonrisas Profidén”. Nos referimos, por el contrario, a esa expresividad
cariñosa, afectiva y fraternal, para tratar de hacer un mundo menos egoísta y
sin tanta y desagradable acritud. Un mundo mejor, en donde las sonrisas nublen
las violencias, de palabra y acción.
Esas sonrisas
pueden generarse en el rostro del dependiente que te atiende, en el
taxista que te traslada, en el profesor que te enseña, en el médico que te
sana, en el amigo en quien confías, en el familiar con quien convives, en el
funcionario a quien consultas, en el compañero con quien trabajas, en la
persona a quien amas.
Es de lamentar, pero en las farmacias
pueden venderse fármacos para las diversas enfermedades y curas, pero en sus
estanterías no puedes “adquirir sonrisas” para sustentar la alegría, Este
producto o sentimiento no se comercia, ya que se
regala desde el alma. Esas sonrisas “verdaderas” no hacen efecto sólo en
quien las recibe sino también en aquellos que saben compartirlas. Poseen ese
doble valor.
Hay también otros
recursos para generar sonrisas. Citemos algunas posibilidades. Visionar una
comedia amable, divertida, una película que ayudará en nuestro objetivo. Los
cursos o actividades que se imparten sobre “risoterapia”. Elegir bien a ese
amigo de carácter positivo” que tanto nos puede ayudar. Leer esa novela
recomendada, para la distracción y el humor. Disfrutar de un atardecer con un
mar en calma y plateado, espejo de la bóveda celestial. Pasear por ese jardín
ornado de césped, arboleda y plantas en flor. Cada uno buscará el mejor camino
para ese tan lúcido y necesario logro.
El premio a todo ello sería colaborar
en la formación de un mundo más amable, un
micro o macrocosmos en donde impere la cordialidad, el sosiego, la comprensión,
el diálogo y la solidaridad. Y por encima de todo ello, con esas sonrisas que
ponen color y sentimientos, a ese “jardín” de las personas, con sus grandezas y
sus limitaciones. Somos humanos, que no dioses. –
José L. Casado Toro
Noviembre 2024
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